Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Desde Macondo. PALABRAS DE SEGUNDA MANO


Ahora que la Real Academia nos acaba de obsequiar con una revisión del Diccionario, para introducir los términos que exigen los nuevos tiempos, y que la necesidad y la crisis han puesto de moda lo de la segunda mano, la venta de objetos usados. Y que el Gobierno nos atormenta un día sí y otro también con lo del autoempleo y las ayudas a lo que han dado en llamar emprendedores, y no son más que desesperados por trabajar de la forma que sea, se me ocurre que sería un buen negocio poner un puesto de palabras en desuso. De esas que un día llenaron nuestros periódicos, nuestras conversaciones, nuestras vidas, y ahora están olvidadas en el fondo de cualquier armario.

Sería un negocio modesto, sin pretensiones, sin que nos hiciera ricos en cuatro días. Y no precisaría de una gran inversión.  No sé si el tenderete debería estar en el centro del mundo, en el kilómetro cero; o en las puertas del Congreso, entre león y león; tal vez haya que colocarlo en el cielo, para que se vea desde cualquier parte, o montar sucursales en cada provincia, pueblo y aldea del país. O en las autopistas de la información, que permiten circular a toda velocidad.

      Tampoco hace falta mucha infraestructura. Las palabras pesan poco y ocupan menos.  Y no son tantas: Transparencia, solidaridad, rectitud, servicio público, igualdad, bienestar, respeto, compromiso, empatía, pan, democracia, justicia, salud, risa, alegría, esperanza, ilusión, futuro...

Estarían retirados, por caducados, otros términos como corrupción, opacidad, enriquecimiento ilícito, desempleo, frío, hambre, tristeza, desesperanza, desesperación, miedo, inseguridad, insensibilidad, pobreza...

Me viene a la memoria un cuento corto de Isabel Allende en el que la protagonista, Belisa Crepusculario, tenía por oficio vender palabras, desde que descubriera que no tenían dueño, y cualquiera las podía utilizar a su antojo, y hasta sacar provecho de ellas. Y así se ganaba la vida, de pueblo en pueblo, con su tenderete de palabras. Hasta que llegó un militar aspirante a político y le pidió las palabras precisas para ser presidente. No fue fácil encontrarlas, porque tuvo que descartar  las demasiado floridas, las desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento y la intuición de los hombres y mujeres.

Es tiempo de vender palabras recuperadas, de ponernos todos a ello hasta que alguien las compre, sin miedo a que puedan acusarnos de venta ilegal y nos retiren la mercancía. Pero se trata de recoger los trastos, plegar la manta e instalarnos en otro sitio. Sin descanso.

      Ojalá fuese tan fácil. Ojalá el viento, que se lleva las palabras, las deposite en el lugar preciso.

 

 

 

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