Decía Cortázar
que “los libros van siendo el único lugar
de la casa donde todavía se puede estar tranquilo”. Había tenido una vida
plena y agitada, conociendo de cerca el mayo francés, la revolución cubana o la
sandinista y la convulsa situación en gran parte de Latinoamérica, incluido el
golpe militar en Argentina, su país. Pero
encontró la tranquilidad en un pequeño apartamento de tercer piso sin ascensor,
lleno de libros, cientos de ellos dedicados por los mejores escritores de todo
el mundo.
Qué razón
tenía, que ya son pocos los rincones de tranquilidad que nos quedan. En la casa
y en el mundo. Pocos los sitios a los que no llegan la tele, las redes, los 4 ó
los 5G y el fragor de batallas varias, de las de bombas y balas y de las
dialécticas sin sentido que nos embrutecen más día a día.
Me ha venido a
la cabeza el acertado pensamiento de Cortázar precisamente leyendo el último
Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros, que arroja una conclusión
aterradora: crecen los lectores en España pero casi la mitad sigue sin leer
absolutamente nada. Los jóvenes no acaban de engancharse, y las mujeres leen
más que los hombres. Un 67,2% para nosotras, frente a un 56,2% para ellos. Casi
once puntos, que dan qué pensar, visto lo visto en la vida cotidiana. Y en la Semana de la Mujer.
Pocos
lectores, en todo caso. Y así pasa, que donde falta la tranquilidad y el
sosiego de la lectura, sin entrar en los conocimientos que se adquieren, todo
es crispación y malos rollos. Por cierto, que en el convulso momento en que nos
encontramos, más de un político, todos en realidad, debieran aplicarse con los
libros, por la cuenta que les tiene, y que ya apuntaba Cicerón, maestro de
oradores, cuando afirmaba que "a hablar no se aprende hablando, sino
leyendo”. Igual escuchábamos menos estupideces en los mítines y ruedas de
prensa. O las escuchábamos mejor dichas, que ya nos hemos resignado a oír de
todo.
Hay sesudos
estudios que demuestran que leer relaja más que escuchar
música, que dar un paseo, tomarse una
taza de té y, por supuesto, que jugar a videojuegos o navegar por Internet. Y
que además de educar, los libros dan tema de conversación, proporcionan te hacen
más listo, te relajan e incluso te hacen mejor persona. Son los efectos secundarios de pasar un rato
de tranquilidad, y no son para desdeñar, en un mundo en que nadie da nada
gratis.
Todo eso da los libros, y no entiendo
como ese Barómetro de hábitos de Lectura sólo ocupa, año tras año, una modesta
columnita en los diarios, o una noticia breve en la parte final de los
telediarios. Tal vez si se explicasen con claridad los beneficios, si las autoridades
educativas presentaran la lectura como una especie de bálsamo de Fierabrás, que
cura casi todo, podrían mejorarse los índices de lectura, mejorar las personas
y, de paso, mejorar el mundo.
Que ya quedan pocos lugares tranquilos
en él.
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