Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

lunes, 29 de julio de 2019

Desde Macondo. ... Y CIERRA ESPAÑA


Nos lo han puesto a huevo. Con perdón. La semana del santo patrón, la investidura fallida, el mes de agosto llamando a la puerta… Pues eso, “Santiago, y cierra España”.
          Nunca he entendido muy bien ese grito de guerra que lanzaba el capitán Trueno antes de entrar en una de sus trifulcas, casi siempre para defender a una bella dama. Una mezcla extraña, la de cerrar, la invocación al Santo, el ruido de sables que, al parecer, pronunciaban ya durante la Reconquista (eso lo sabrá bien Abascal), antes de entrar en batalla para salvar España del infiel.
          Tal vez sea cuestión de dónde se coloca la coma. O de no ponerla. Y que conste que no soy la única que no lo entiende. “Ya Sancho Panza manifestaba mis mismas dudas cuando pide a Don Quijote: ‘Querría que vuesa merced me dijese qué es la causa por que dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, Santiago, y cierra España. ¿Está por ventura España abierta, y de modo que es menester cerrarla?’. Y como yo, tampoco obtiene respuesta, porque el caballero se limita a decirle, sin más explicaciones,  ‘Simplicísimo eres, Sancho’.
          El caso es que España está cerrada, que ha pasado, casi, el mes de julio y que agosto suena a sopor y a todo parado esperando septiembre. No voy a hablar más del bochorno y la indignación que hemos sentido todos los “simples”, y que ya dura demasiado.
          Y que más allá de rimbombantes declaraciones, de supuestos enfrentamientos de altura, y digo supuestos porque a mí me parecen de lo más zafios, y del bye bye de sus señorías hasta septiembre, ha cerrado su España, pero no la nuestra. Desde el hemiciclo, desde los mullidos sillones o desde sus lugares “de reflexión”, malamente se divisan los problemas de las ciudades, de los pueblos, y no digo nada, de los hogares.
          Hay que seguir asfaltando calles, y manteniendo piscinas, y apartando un poquito de dinero para las fiestas patronales varias, que también tenemos derecho a la diversión; y pagando las facturas de luz y agua, y de alquiler. Y reparando el coche averiado o el aire acondicionado, que no da más de sí.
          No vendría mal que los “negociadores” se dieran una vueltecita por sus dominios, a los que representan, por los que han sido elegidos, para comprobar las angustias que se pasan en Ayuntamientos con proyectos paralizados, sin saber quién tendrá que ejecutarlos finalmente, sin posibilidad de “idear” cosas nuevas que los saquen del hoy, porque no tienen a quien contarlas, ni fuente de financiación a la que acudir.
          No se cierran las puertas del Congreso. Se cierran muchas más y, sobre todo, se estanca el presente y se retrasa el futuro.

domingo, 28 de julio de 2019

ARISTÓCRATAS

Esto no va de condes ni duques. Ni tan siquiera de reyes, que dejo para otro momento. Es que el tiempo circular y la imperiosa necesidad de huir del mundo que nos ha tocado en suerte, me ha hasta la Grecia clásica y esas formas de gobierno que estudiamos en nuestra juventud.
          Ahora, que estamos en manos de los peores (léase América, Gran Bretaña, otros muchos puntos de Europa y más cerquita, aquí mismo), me viene a la cabeza el sentido exacto del término aristocracia, de aristós-los mejores-y kratos-gobierno. Decía Aristóteles que los ciudadanos deben ser gobernados por aquellos con más educación, más inteligencia y mejor moral, que dictan reglas y ejercen el poder en beneficio de todos y de manera desinteresada ¿Les suena? Igualito que ahora.
          Antes de que el término aristocracia degenerase, podía haber perfectamente democracia aristocrática, y hasta república aristocrática, de la que hablaban Platón o Cicerón. Pero hemos borrado la entrada del diccionario, pasando directamente a la O de oligarquía, a la forma degenerada y negativa de la aristocracia, en la que el poder se transmite por la sangre (o por disciplina de partido) y por influencias económicas. Seguro que también les suena.
          Ya no son las cualidades éticas o morales, ni la inteligencia ni la capacidad de trabajo ni la vocación de servicio a la sociedad lo que define a un gobernante. Antes bien, y mirando el panorama, parece que hemos elegido a los peores, que no sé cómo se dirá en griego. Como los antiguos oligarcas, utilizan el poder y las influencias no para cuidar los intereses de la sociedad, sino para imponer los suyos particulares, o los del grupo en el que se integran.
          Así nos va. Nos recortan, nos empobrecen, nos quitan el presente y el futuro como tributo a los grandes grupos económicos, a los bancos, a los poderosos. Y una se pregunta dónde están los mejores. Tal vez en el Macondo primitivo, en el que los fundadores se ocuparon de que todas las casas fueran dignas, construidas a igual distancia del río para que todos tuvieran el mismo acceso al agua y colocadas de tal forma que cada habitante disfrutara las mismas horas de sol.
          José Arcadio Buendía hasta intentó construir las casas con bloques de hielo para que Macondo dejara de ser un lugar ardiente. Los gobernantes de ahora están tan frescos, mientras  nos arrojan directamente al infierno.

jueves, 25 de julio de 2019

Desde Macondo. LA PIZARRA


En una semana en la que han coincidido la publicación de varios estudios sobre la despoblación en las zonas rurales con el anuncio del presidente Page de nombrar un Comisionado para el reto demográfico, me ha venido a la cabeza la “pizarra” de mi pueblo, y de otros muchos, supongo.

Desde que tengo memoria he visto en la plaza  el fatídico cartel con un nombre, una calle, alguna explicación, como “padre de…”, o el mote, tan habitual, la hora del entierro y la coletilla de “el duelo se despide en la Iglesia. Obligado pasarse por allí para estar al día, y recordar eso de “mira a ver quien se ha muerto, que hay pizarra”.

      No conocía a casi nadie cuando, cumpliendo el mandato de mis padres o mi abuela, me llegaba hasta la fachada de la iglesia y leía el cartel. La muerte no entraba en el esquema de mis pocos años, y era cosa de personas mayores y desconocidas.

           Ahora hay pizarra casi todos los días; algunos, hasta dos. Y hasta he descubierto la curiosidad de un paisano que la difunde en una conocida red social,  Pero es que ahora sólo queda gente mayor que sólo parece esperar turno para ver su nombre anotado.

          Parece que, de golpe y porrazo, todo el mundo de ha dado cuenta de que en nuestros pueblos hay más pizarras que otra cosa; que los jóvenes huyen y hablar de nacimientos es hablar de fenómenos extraños. Y que son cientos, miles, los núcleos rurales que están abocadas a desaparecer para siempre por políticas obtusas y por un mal entendido reparto del bienestar.

          Los pueblos deberían ser la niña bonita de cualquier Gobierno medianamente inteligente. De cualquiera que hiciese cuentas para concluir que el 80% del Patrimonio Cultural del conjunto del Estado se encuentra en zonas rurales. Y me refiero  a patrimonio arqueológico, histórico-artístico, natural, industrial, eclesiástico, civil. Patrimonio material e inmaterial. Y por supuesto, el 100% de nuestro Patrimonio Natural.

          Y a pesar de todo, los datos son sangrantes, de los que duelen en el cuerpo y en el alma. Más de 4.000 municipios españoles sufren problemas de despoblación y 1.840 localidades ya están consideradas en riesgo de extinción.  Habrá que darle las gracias a quienes decidieron cerrar consultorios y escuelas, hacer cada vez más mínima, hasta extinguirla, la oferta sanitaria, educativa, etc., muy centrada en los grandes espacios, pero tan cruel con las pequeñas poblaciones. Por no hablar de cortar de raíz líneas de transporte público, “olvidarse” de las infraestructuras y hasta de las conexiones telefónicas en la era de Internet.

          Me duelen los pueblos porque, como todos los que nacimos y crecimos en uno de ellos, nos resistimos a su desaparición, a que sean meros contenedores de personas mayores, a la espera de que fallezca el último habitante, o sus hijos decidan llevarlo a la ciudad.

           Ya hay situaciones irreversibles. Demasiadas. Pero aún estamos a tiempo de reclamar actuaciones que hagan la vida más fácil a quienes por elección o por obligación viven en el mundo rural y, sobre todo, que hagan atractivos nuestros pueblos.

          El ferrocarril, que hizo visible a Macondo, lo llevó a la modernidad y lo conectó con el mundo, dejó de parar un día. Cerró la estación y Macondo desapareció en un remolino de polvo y viento. Habían acabado los cien años de soledad.

domingo, 21 de julio de 2019

BORREGUILES

No sé vosotros, pero en estos últimos días, he visto envejecer a actores, políticos, famosos de todos los pelos, conocidos, amigos…  He conocido las arrugas, las ojeras o las canas que tendrán a la vuelta de diez o veinte años, dependiendo de la edad del interfecto, y he comentado, como la que más, que éste o aquel serán maduritos interesantes, o lo mal que le sientan los años al de más allá.  Eso sí, no lo he probado.
          A estas alturas sabréis que hablo de FaceApp, una aplicación al parecer nacida en Rusia, pero que almacena los datos  en Estados Unidos (qué miedito), y que se ha hecho viral en unas pocas horas. Bueno, si atendéis al título de esta humilde columna, y como una es muy básica, he cambiado el término, más moderno, por el tradicional de “borreguil”.  El diccionario de la Real Academia dice que borreguil es propio de borregos,  de “Personas que se someten gregaria o dócilmente a la voluntad ajena”.
          Pues está todo dicho. A ver qué necesidad tenemos de ver al guapérrimo actor de moda, o a la divina modelo de cara de porcelana, hechos unos zorros. Si acaso, para amargarme pensando que si estos están así, cómo llegaré yo, sin botox, ni lifting ni cremas carísimas. O que bastante tengo con verme cada día , que no es cuestión de lavarse los dientes mirando al tendido.
          Pero claro, decimos que es viral, y lo digerimos mucho mejor. También se ocupa de ello el docto diccionario, definiendo el término de manera aséptica:“Dicho de un mensaje o de un contenido,que se difunde con gran rapidez en las redes sociales a través de internet”.
          Sea como sea, debería cuando menos intranquilizarnos el saber que alguien se ha molestado en crear un sistema que funciona a través de un algoritmo informático y redes neuronales para escanear los rostros y modificar la imagen. ¿Con qué motivo? No se me ocurre nadie más allá que los profesionales de la cirugía estética, o algún siniestro laboratorio que pueda deducir enfermedades futuras del aspecto de los incautos borregos.
          En fin,  que me quedo con mis  canas, arrugas y ojeras de hoy, y las de mañana, ya las iréis viendo. En vivo y en directo. Sin APP ninguna.

jueves, 18 de julio de 2019

Desde Macondo. CRECEN LAS MANADAS


La de Pamplona, cuyos integrantes están, por fin, donde deben estar, abrió el camino de las violaciones en grupo, grabadas y casi retransmitidas en directo o en diferido. Y a partir de ahí, hemos conocido unas cuantas más. Demasiadas. Grupos y grupos de descerebrados en los que los más bajos instintos, lo que tienen entre las piernas,  ocupan el espacio que debiera albergar el seso con "s". Y eso les otorga, según ellos, patente de corso para dejar de lado cualquier pensamiento racional.

          Manda la X en el seso y se oyen demasiado pocas voces, y no muy altas, ante semejante degradación de la sociedad. Afortunadamente, no nos hemos resignado con el caso de la manada original, pero han sido necesarios muchos años, muchos debates, apelaciones y demás, para llegar a una sentencia que seguro es mejor de la que merecen.

          Dicen que pasa en todas las celebraciones multitudinarias, y que se calla. Puede que sea verdad, y que aún no conozcamos la verdadera dimensión del horror y la aberración que suponen las agresiones sexuales a mujeres con la excusa del jolgorio, la fiesta, el alcohol...

          Da nauseas pensar que alguien se sienta con derecho de pernada sobre una mujer, y más asco dan quienes callan, justifican y hasta jalean a los agresores. Ya se sabe, habían bebido, la chica iba sola, era de madrugada... O llevaba minifalda.

          Las frases hechas y los clichés de siempre vuelven a la actualidad ante la agresión a una joven de Manresa por parte de otra “manada”. Y la historia se repite, dejando en evidencia la sociedad machista y permisiva que aún perdura, en pleno siglo XXI, cuando todos deberíamos afanarnos y dejarnos la piel para acabar con tanta "hombría".  Con tanto macho alfa que quiere hacer méritos en el grupo.

          Es vergonzoso que las mujeres no ocupen habitualmente las primeras páginas de los periódicos, salvo cuando las violan o las matan. Y más vergonzoso que estén siendo noticia recurrente por estos dramas, que acaban con su vida y con la de todos cuantos las rodean, que las obligan a justificarse una y mil veces y a exponerse a otras violaciones, las de su intimidad, las de su presente, y las de su futuro.

          No salen en las portadas las trabajadoras o desempleadas, las supermadres que a duras penas pueden compaginar su vida laboral o familiar; ni  las desahuciadas, ni de las que han vuelto a casa tras el espejismo de la emancipación, ni de las jóvenes y sobradamente preparadas que se aferran a un mini job con mini sueldo.

          Esas no interesan a los cerebros con X, que siguen viéndolas como un pedazo de carne que llevarse a la boca para pasar un buen rato. Algo está pasando en los últimos tiempos. No sé si tiene que ver con la relajación de las políticas de igualdad, si es fruto de pasados  recortes en todos los recursos, educativos también, o de la tiranía de las redes sociales.

          Pero éste no es el mundo que queremos. Quiero el mundo de Macondo con sus mujeres mágicas, con Úrsula, que dirige con mano de hierro a siete generaciones de Buendías; con la exuberante Petra que hacía crecer la vida a su paso, con Santa Sofía de la Piedad, que sólo existe en el momento preciso; con Remedios, que asciende a los cielos entre una nube de flores amarillas...

          Con mujeres libres. Sin manadas ni jaurías. Con hombres con seso. Con “S”.

domingo, 14 de julio de 2019

CUM CLAVIS


Está claro que a nuestros insignes padres de la patria por un oído les entra y por otros les sale el clamor popular de que no queremos otras elecciones, que estamos hartos de egos hinchados como pavos reales, que ya hemos dicho lo que queremos, y queremos acuerdo. Que llevamos dos meses, por Dios. Y que al que más y al que menos nos hierve la sangre de pensar en tantas “señorías” cobrando magros salarios y sin fichar.
          Esto lo hubiéramos solucionado si el día 1, el primero después de los comicios,  hubiéramos cerrado a cal y canto las puertas del Congreso y no las hubiéramos abierto hasta que se hubieran puesto de acuerdo. Y sin aire acondicionado, que hubieran sufrido como los demás esta desesperante e interminable  ola de calor.
          De los encierros prolongados, y bien administrados, pueden salir cosas buenas. Aureliano Babilonia, el último, descifró los pergaminos de Melquiades, los que contaban la historia de Cien Años de Soledad, después de encerrarse en un cuarto durante toda su vida; otros Buendía, antes que él, se habían negado a salir de sus habitaciones por diversos motivos, y todos provechosos.
           Se me ocurren otros “encierros” posibles que, a buen seguro, podrían arreglar algo. Leí hace tiempo, en uno de esos libros de curiosidades de la Historia, el porqué del término “cónclave” para definir la reunión a puerta cerrada de los cardenales para elegir al sucesor en el trono de San Pedro. No hay que olvidar que cónclave viene del latín cum clavis, con llave.
          Fue a mediados del siglo XIII, cuando, tras la muerte del papa Clemente IV, y después de casi tres años sin que se llegara a ningún acuerdo, los ciudadanos decidieron encerrar a los cardenales electores en el palacio episcopal sin suministrarles alimento alguno, excepto pan y agua. En pocos días salió elegido el nuevo pontífice, creo que Gregorio X. Tampoco sería mala cosa.
          Extrapolando, y fantaseando, que es gratis, se me ocurre que si hiciéramos lo mismo con los padres de la Patria, los que dirigen nuestros tristes destinos, igual hacíamos historia. Dejarlos a pan y agua podría traducirse en nuestros días como encerrarlos sin IPOD, IPAD, tablets, portátiles, vuelos en primera clase, coches oficiales, dietas, asesores por docenas y sueldos más que generosos. Y eso sí, bajo llave. Todos los días que sean precisos hasta que se harten del “y tú más” y del “anda que tu” y se pongan de acuerdo. Que no los hemos elegido para que se dediquen a sus cosas, a sus batallitas, mientras la vida pasa por su lado sin que se despeinen.
          No dudo de que unos cuantos estén echando muchas horas en negociaciones, pero o no saben o no pueden, que no sé que es peor, porque se supone que el político, por definición, debe ser imaginativo, dialogante, flexible, de mente abierta, generoso, con vocación de servicio público y, sobre todo, preocupado por los ciudadanos.
          Por los mismos que prefieren encerrarlos “cum clave”, con siete llaves, antes de permitir que nos vuelvan a llevar a las urnas.

domingo, 7 de julio de 2019

Desde Macondo. SOÑAR DESPIERTO

Desde que tengo memoria, he soñado despierta.  Mientras caminaba por la calle, en las largas horas de las tardes de verano, con siesta forzada “hasta que caiga el calor”;  por las noches, cuando tocaba dejar el libro y apagar la luz, pero el sueño no llegaba, en los trayectos en tren o en bus, camino de cualquier parte…
          Y siempre lo he considerado normal. Inventar un mundo paralelo e instalarse en él, bien para escapar de una realidad que no te gusta, o bien para vivir otra vida más allá de la que puede ofrecer la tele o el cine, o los libros,   en el que tú puedes ser4 lo que quieras, más guapa, más buena, más lista, más amada y más amante, y refugiarte en él siempre que tengas un ratito, no puede ser malo. Al fin y al cabo, la realidad está siempre ahí, acechando para traerte de vuelta.
          Pero al parecer eso se llama trastorno por ensoñación inadaptada o excesiva. Lo dicen los psiquiatras, siempre interesados en hurgar en nuestra mente para descubrir los misterios del cerebro. Claro, que digo yo que será en casos extremos, cuando alguien pase más tiempo “allí” que en el mundo de verdad. O cuando decida no volver nunca, porque aquí no hay nada que lo gratifique.
          Soñar despierto no puede ser malo.  Es más, creo que es imprescindible para afrontar la vigilia con todos sus sinsabores. Quién no ha pasado horas y horas en la playa, en la montaña o en un país exótico, cuando faltan meses para coger vacaciones. E incluso cuando no hay vacaciones que coger. Hemos imaginado la maleta, el viaje, el hotel o la casita de campo, hemos charlado con los imaginarios compañeros de viaje, nos hemos visto nadando y hemos sentido el frescor del agua en la espalda y el olor a mar o a monte, físico real…
          Y en el extremo opuesto,  no es difícil ponerse en el lugar de las víctimas de cualquier tragedia, de una violación, de un grave accidente. Tienen más que justificado su sueño perfecto,  sin que nadie pueda llamarlo trastorno inadaptado o excesivo. Habrá extremos, por supuesto, que los científicos tienen sus razones cuando ponen “apellido” a los sueños.
          Pero visto lo visto, cada vez apetece más inventarse otro mundo para fugarse del que nos ha tocado en suerte. Lo que de toda la vida de Dios se ha llamado soñar despierto.

CARNE DE YUGO

El caso es que estos políticos primarios y lenguaraces consiguen sacar mis peores instintos y claro, me veo como en el cuento, impartiendo justicia. Metafóricamente, por supuesto. Cuando una piensa que ya nada puede sorprenderle, aparece el incalificable Bolsonaro, presidente de uno de los mayores países del mundo, con casi doscientos millones de habitantes, y asegura que no es tan grave “eso” del trabajo infantil.
          Lo siguiente será decir que ir a la escuela es perder el tiempo o, lo que es peor, que los pobres no están para estudios y sí para buscarse la vida desde la más tierna infancia. Los cálculos de la OIT y UNICEF nos hablan de más de 150 millones de niños y niñas más esclavos que trabajadores, porque el trabajo infantil es casi siempre esclavitud.
          Todo lo que aleje a un menor de la escuela, de los juegos, del aprendizaje, de sus derechos básicos, es esclavitud. Aunque sea para su subsistencia, para arrancar a la tierra, a la mina o a los basureros, lo imprescindible para comer y mantenerse vivo.
          A todos nos ha sobrecogido, en uno u otro momento, una imagen de niños sucios y descalzos removiendo gigantescos montones de basura, o acarreando piedras en una mina o haciendo ladrillos de barro a pleno sol.  Claro que sabemos que existen, como las “chachas” en países de Asia o los niños soldado en varios conflictos africanos.
  Sabemos que existen, y que no tendrían que existir. Pero es muy grave que un gobernante de un país civilizado frivolice con el tema, lo banalice e incluso se permita decir que lo despenalizaría si pudiera.
          Hace casi un siglo que Miguel Hernández se refería a otro niño trabajador, el niño yuntero, carne de yugo, que “empieza a vivir, y empieza
a  morir de punta a punta”.
           Alguno debería leer más y hablar menos. 

jueves, 4 de julio de 2019

Desde Macondo. LECTURAS DE VERANO

Aún no había descubierto Macondo, aunque supongo que lo intuía. O tal vez ya vivía allí sin saberlo, porque casi todo era explicable ya fuera por la magia, por el destino o por la fantasía. Y los pequeños tropiezos tenían siempre final feliz. El mundo entero, un mundo feliz, estaba por delante. Y el calor agobiante sólo era la antesala de un otoño fresco, con olor a mosto y a libros nuevos.
           Europa era la Francia de Los Tres Mosqueteros, y el Norte de los vikingos; la Rusia nevada de Miguel Strogoff y el Londres de Dickens, la Suiza de Heidi y la Italia de los relatos de Edmundo D’Amicis, de Marco buscando a su madre. No habíamos descubierto Alemania. Tampoco habíamos visto un negro en nuestra vida. África era selva y leones, América del Norte, indios y bisontes. Colón en el Sur, con muchos relatos de la Conquista, de los mayas y los incas. Y Asia… la China misteriosa y el Japón de los samuráis. Ni rastro de Australia y mil sueños de aventuras por los mares del Sur.
          Verano eran la Isla del Tesoro y Moby Dick, los tigres de Salgari y los desiertos de Lawrence de Arabia, eran Ricardo Corazón de León e Ivanhoe empeñados en cruzadas imposibles, y mirar al cielo o a las profundidades de la tierra de la mano de Julio Verne. Y acompañar en sus desgracias a Jane Eyre o David Copperfield, impacientes por llegar al último capítulo. Al final feliz.
          Eran otros veranos y, como cualquiera tiempo pasado, eran mejores. Debe ser cosa de la edad, de esos momentos en los que ya hay más pasado que futuro por delante, y en los que el presente no es precisamente esperanzador. Pero hubo otros veranos. Sin cambio climático, sin guerras, sin Bolsas ni IBEX, sin nadie que nos hiciera confundir el valor con el precio, sin mercados, más allá de los zocos de las Mil y Una Noches, sin corrupciones y sin desconfianzas, sin las docenas de textos sobre economía, post-crisis  o autoayuda que pueblan las librerías y que encogen el corazón.
          Con otros libros, otras lecturas que lo ensanchaban, a la vez que acercaban la línea del horizonte hasta que casi podíamos tocarlo con los dedos. Veranos de libro. Con tiempo y espacio para los sueños, porque la realidad los respetaba y los hacía posibles.
          En estos tiempos del cólera, en los que se piensa con la cartera más que con la cabeza, y el corazón es tan sólo la bomba que permite mantener la renqueante maquinaria de la vida, se echan de menos los veranos sin noticias, con la promesa de un curso nuevo y mejor, de un paso más hacia el futuro perfecto que estaba ahí, a un pasito, y en el que nos esperaban todos nuestros héroes invitándonos a ser como ellos. Felices.
           Porque la felicidad, entonces,  no era sólo cosa del verano y de los libros.

lunes, 1 de julio de 2019

ANIMALES POLÍTICOS


Aristóteles, que era mucho más listo que cuantos nos gobiernan ahora (por eso ha pasado a la Historia y éstos ni se asomarán a ella) definía al hombre como zoon politikón, haciendo referencia a sus dimensiones social y política.  El hombre y el animal por naturaleza son sociales, pero no somos iguales que las hormigas o las abejas, perfectamente organizadas. Sólo el hombre es político, siempre que viva en comunidad.

          Y en esas andamos, sin pactos dos meses después de las elecciones,  reflexionando acerca de las muchas opiniones que desoyendo al sabio griego pontifican sobre la politización de nuestro mundo y nos mandan directamente a las urnas, si es que queremos participar en algo.

          Vamos, como si fuéramos zoon, pero sin politikón. Animales que viven en su hormiguero o en su panal, y ahí desgranan las horas haciendo cera y miel. Ya lo ha dicho el insigne presidente de Ciudadanos, si no están de acuerdo, que creen otro partido. Si queremos hacer política, tenemos que pasar por el aro.  

          A estas alturas del año, me pone los pelos de punta sólo escuchar la palabra “elecciones”. Y si le añadimos “repetición”, voy derechita al colapso. Yo quiero ser, y soy, un ser político, que se manifiesta en la calle, que opina, que lee las noticias y aspira a ser parte (buena) de ellas, que discrepa o comparte, que se indigna, que abuchea a los indignos, que se reafirma o se arrepiente del momento voto, más si dejó su bienestar y su vida en manos con agujeros.

          Creo que los políticos “profesionales” se han olvidado de que todos somos animales políticos, que aunque no cobremos por ello, tenemos todo el derecho a estar más que cabreados con los que no son capaces de ponerse de acuerdo para arremangarse y empezar a trabajar de una vez. Que para eso cobran. Porque supongo que todos tenéis claro que, desde el pasado mes de mayo, todos están cobrando un sueldo, aunque no hayan sido capaces de organizarse.

        No sé qué resultado arrojarían unas nuevas elecciones. Tal vez alguno ganara media docena de diputados y otro los perdiera; en cualquier caso, nada apunta a una mayoría de nadie, con lo cual nos podríamos, casi con seguridad, encontrar con el mismo escenario.

        Las urnas ya han hablado, hemos dicho lo que pensábamos, y los de arriba deberían poner en valor la definición de zoon politikón que nunca debimos perder, y que no es tarde para recuperar.