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jueves, 25 de julio de 2019

Desde Macondo. LA PIZARRA


En una semana en la que han coincidido la publicación de varios estudios sobre la despoblación en las zonas rurales con el anuncio del presidente Page de nombrar un Comisionado para el reto demográfico, me ha venido a la cabeza la “pizarra” de mi pueblo, y de otros muchos, supongo.

Desde que tengo memoria he visto en la plaza  el fatídico cartel con un nombre, una calle, alguna explicación, como “padre de…”, o el mote, tan habitual, la hora del entierro y la coletilla de “el duelo se despide en la Iglesia. Obligado pasarse por allí para estar al día, y recordar eso de “mira a ver quien se ha muerto, que hay pizarra”.

      No conocía a casi nadie cuando, cumpliendo el mandato de mis padres o mi abuela, me llegaba hasta la fachada de la iglesia y leía el cartel. La muerte no entraba en el esquema de mis pocos años, y era cosa de personas mayores y desconocidas.

           Ahora hay pizarra casi todos los días; algunos, hasta dos. Y hasta he descubierto la curiosidad de un paisano que la difunde en una conocida red social,  Pero es que ahora sólo queda gente mayor que sólo parece esperar turno para ver su nombre anotado.

          Parece que, de golpe y porrazo, todo el mundo de ha dado cuenta de que en nuestros pueblos hay más pizarras que otra cosa; que los jóvenes huyen y hablar de nacimientos es hablar de fenómenos extraños. Y que son cientos, miles, los núcleos rurales que están abocadas a desaparecer para siempre por políticas obtusas y por un mal entendido reparto del bienestar.

          Los pueblos deberían ser la niña bonita de cualquier Gobierno medianamente inteligente. De cualquiera que hiciese cuentas para concluir que el 80% del Patrimonio Cultural del conjunto del Estado se encuentra en zonas rurales. Y me refiero  a patrimonio arqueológico, histórico-artístico, natural, industrial, eclesiástico, civil. Patrimonio material e inmaterial. Y por supuesto, el 100% de nuestro Patrimonio Natural.

          Y a pesar de todo, los datos son sangrantes, de los que duelen en el cuerpo y en el alma. Más de 4.000 municipios españoles sufren problemas de despoblación y 1.840 localidades ya están consideradas en riesgo de extinción.  Habrá que darle las gracias a quienes decidieron cerrar consultorios y escuelas, hacer cada vez más mínima, hasta extinguirla, la oferta sanitaria, educativa, etc., muy centrada en los grandes espacios, pero tan cruel con las pequeñas poblaciones. Por no hablar de cortar de raíz líneas de transporte público, “olvidarse” de las infraestructuras y hasta de las conexiones telefónicas en la era de Internet.

          Me duelen los pueblos porque, como todos los que nacimos y crecimos en uno de ellos, nos resistimos a su desaparición, a que sean meros contenedores de personas mayores, a la espera de que fallezca el último habitante, o sus hijos decidan llevarlo a la ciudad.

           Ya hay situaciones irreversibles. Demasiadas. Pero aún estamos a tiempo de reclamar actuaciones que hagan la vida más fácil a quienes por elección o por obligación viven en el mundo rural y, sobre todo, que hagan atractivos nuestros pueblos.

          El ferrocarril, que hizo visible a Macondo, lo llevó a la modernidad y lo conectó con el mundo, dejó de parar un día. Cerró la estación y Macondo desapareció en un remolino de polvo y viento. Habían acabado los cien años de soledad.

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