Desde que tengo memoria, he soñado
despierta. Mientras caminaba por la
calle, en las largas horas de las tardes de verano, con siesta forzada “hasta
que caiga el calor”; por las noches,
cuando tocaba dejar el libro y apagar la luz, pero el sueño no llegaba, en los trayectos
en tren o en bus, camino de cualquier parte…
Y
siempre lo he considerado normal. Inventar un mundo paralelo e instalarse en
él, bien para escapar de una realidad que no te gusta, o bien para vivir otra
vida más allá de la que puede ofrecer la tele o el cine, o los libros, en el que tú puedes ser4 lo que quieras, más
guapa, más buena, más lista, más amada y más amante, y refugiarte en él siempre
que tengas un ratito, no puede ser malo. Al fin y al cabo, la realidad está
siempre ahí, acechando para traerte de vuelta.
Pero
al parecer eso se llama trastorno por ensoñación inadaptada o excesiva. Lo dicen los psiquiatras, siempre interesados
en hurgar en nuestra mente para descubrir los misterios del cerebro. Claro, que
digo yo que será en casos extremos, cuando alguien pase más tiempo “allí” que en el mundo de verdad.
O cuando decida no volver nunca, porque aquí no hay nada que lo gratifique.
Soñar
despierto no puede ser malo. Es más,
creo que es imprescindible para afrontar la vigilia con todos sus sinsabores. Quién
no ha pasado horas y horas en la playa, en la montaña o en un país exótico,
cuando faltan meses para coger vacaciones. E incluso cuando no hay vacaciones
que coger. Hemos imaginado la maleta, el viaje, el hotel o la casita de campo,
hemos charlado con los imaginarios compañeros de viaje, nos hemos visto nadando
y hemos sentido el frescor del agua en la espalda y el olor a mar o a monte,
físico real…
Y
en el extremo opuesto, no es difícil
ponerse en el lugar de las víctimas de cualquier tragedia, de una violación, de
un grave accidente. Tienen más que justificado su sueño perfecto, sin que nadie pueda llamarlo trastorno
inadaptado o excesivo. Habrá extremos, por supuesto, que los científicos tienen
sus razones cuando ponen “apellido” a los sueños.
Pero
visto lo visto, cada vez apetece más inventarse otro mundo para fugarse del que
nos ha tocado en suerte. Lo que de toda la vida de Dios se ha llamado soñar
despierto.
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