Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 29 de agosto de 2019

Desde Macondo. REAL ESPERA (Y ESPERA REAL)

Que no es lo mismo. Dónde va a parar. No sé en qué momento preciso asumimos todos que había que esperar ocho meses para una radiografía, o un año para una simple intervención de hernia; por no hablar de los angustiosos plazos para realizar un tac que descarte pensamientos oscuros en los dolores de cabeza recurrentes, o cualquier otra prueba diagnóstica que nos permita afrontar el día a día con las cosas más claras. En el sentido que sea.
          El caso es que en las conversaciones diarias, en el trabajo o en la caja del súper, no es nada raro escuchar eso de “ocho meses para que me  miren la rodilla, y no me tengo de pie”, o hasta octubre del año que viene no me toca el oculista, o la gastroscopia tendrá que esperar que pasen cuatro estaciones. Y tan normal. Como quien habla del tiempo.
          De cuando en cuando nos indignamos, coincidiendo con que alguien recuerda las listas de espera (casi nunca con intención de mejorarla, que esto también va de intereses políticos), la escasez de médicos, y la precariedad, que hace que huyan de nuestros hospitales como de la peste, o las noticias sobre agresiones de pacientes a médicos, nunca justificables, pero que ponen el acento en el problema.
          Ya sabemos que tenemos la mejor Sanidad de Europa, que tenemos la inmensa suerte de acceder a un montón de servicios que en otros países hay que pagar aparte, si se puede. Que somos mucho mejores que los todopoderosos Estados Unidos, donde la gente muere por no poder pagar la atención sanitaria.
          Pero nuestro trabajo nos ha costado. Han sido muchos años de recortes, y eso se nota, Por eso hay que hacer un esfuerzo extra, para que la Sanidad sea para todos y en las mismas circunstancias.
          No veo yo al rey emérito, a don Juan Carlos, esperando turno para arreglar unos problemillas de corazón, de cadera o de cualquiera de las otras dos decenas de operaciones que lleva. Por eso, y porque conozco de primera mano a un buen número de personas desesperadas “porque no me llaman”, me crispa un tanto, un mucho, las noticias que vienen de la clínica donde está ingresado el susodicho, a quien no le deseo mal  alguno. Pero deja clara la diferencia.
          No hay real espera, y sí una desorbitada espera real.

domingo, 25 de agosto de 2019

SOLEDADES


Metidos en la vorágine del verano, con sus vacaciones, sus playas, sus incendios, sus operaciones retorno-salida, y en nuestras cosas, sin gobierno, con listeriosis y demás, nos pasan desapercibidas noticias que, de prestarles atención, nos darían un respiro y hasta podrían restaurar un mínimo de confianza en la condición humana y en el mundo.
         “Cientos de personas arropan al viudo de una víctima de la matanza de El Paso que temía quedarse solo en el funeral”. Un escueto titular en la sección de sociedad de un digital. Unas cuantas líneas para recordar el horror de la matanza a cargo de un descerebrado, y una estadística acerca de los muertos que van ya en Estados Unidos por “incidentes” similares. Que son muchísimos.
          La historia es bien simple.  Antonio Basco, superviviente de la matanza, advirtió a la funeraria de que no tenía parientes que pudieran asistir al velatorio de su mujer, Margie, asesinada en la masacre racista del 3 de agosto. Las redes sociales hicieron el resto, y el resultado es que la empresa tuvo que trasladar la ceremonia a un local más grande para acoger a cientos de desconocidos de la pareja que acudieron a despedirla.
          El anuncio publicado por la funeraria se compartió 14.000 veces, 950.000 personas “pincharon” en la invitación a asistir al funeral se multiplicaron los ramos de flores, que llegaron hasta desde Australia y, por seguir con grandes cifras, y tras más de dos décadas juntos, el viudo no tuvo que enterrar a su mujer en soledad.
          Parece una historia simple. Técnicamente, lo es. No hay soledad más grande que la que vives en el momento de despedir a un ser querido, por muy acompañado que estés. Pero no es difícil entender la tristeza, el desasosiego de este hombre en un escenario dantesco e imaginándose completamente sólo ante el ataúd con los restos de su compañera de vida.
          No deberíamos pasar de puntillas por noticias como ésta o cualquier otra que sea capaz de remover nuestras conciencias, tan dormidas, tan insensibles. Tan nuestras cerrando el paso a lo que no nos atañe directamente.
          Estoy segura de que cada día se repiten historias similares en todas partes del mundo. Pero no interesan. No suelen traspasar nuestros intereses, nuestro presente inmediato, y jamás abrirán un telediario ni irán a cinco columnas en un periódico.
          Son eso, las soledades de otros.  

jueves, 22 de agosto de 2019

Desde Macondo. ASÍ QUE PASE UN MES

Que el tiempo es relativo, lo sabemos a ciencia cierta desde que Einstein formulara la teoría. Y desde siempre, desde que el mundo es mundo, aunque nadie lo dejara escrito. Los minutos pueden ser horas, y viceversa. Un instante puede ser una eternidad, y la vida entera nos puede pasar en un suspiro.
          Todo depende de su relación con nosotros, con las circunstancias y con ambas cosas mezcladas. Vemos muy lejos el inicio de las vacaciones, y en un pis pas ha llegado el final; las semanas, eternas cuando se espera el relax del sábado, y el domingo se esfuma como si no hubiera existido.
          En fin, todas estas elucubraciones para mostrar la intranquilidad por lo que puede pasar de hoy en treinta días. Así que pase un mes.
          Vale que entre playas, montañas, aviones y maletas, con el sopor del calor en lo más alto, no apetece mucho pensar en lo que va a pasar a la vuelta de cuatro semanas, que es mejor correr un tupido velo y dejar que pase el tiempo, como si esto fuera el bálsamo de Fierabrás, el ungüento que todo lo cura y que también dará con la fórmula mágica de darnos un Gobierno y de hacer que las cosas fluyan con normalidad.
          Pero queda un mes. Con relatividad y todo, es muy poco. El 23 de septiembre llegará, infaliblemente, y no las tenemos todas con nosotros acerca de que se esté trabajando y, lo que es más importante, se esté haciendo en la buena dirección.
          Creo que ha quedado más que claro que los ciudadanos no quieren, no queremos, una nueva convocatoria electoral. Y eso, por sí solo, debería tener a los políticos trabajando las 24 horas del día para encontrar una solución.
          Que no puedo asegurar que no se esté haciendo, pero que, como a todos, me caben todas las dudas habidas y por haber. Porque vemos cómo avanzan las semanas, como se acerca el final, sin que tengamos noticias positivas.
          Así que pase un mes, que pasará antes de que nos demos cuenta, tendremos que tener claro el color de nuestro futuro inmediato o la certeza de unas elecciones con resultado más que imprevisible. O muy previsible, que es peor.
           Y espero, de verdad, que estén aprovechando el tiempo que les estamos pagando.

lunes, 12 de agosto de 2019

LIMPIEZAS DE VERANO

Sí, ya sé que es en primavera cuando, con la euforia de ver el sol más brillante, de oler las flores y de salir de un invierno largo y oscuro, cuando el cuerpo nos pide (es un decir), abrir las ventanas, sacudir mantas y edredones, guardar hasta mejor ocasión abrigos, bufandas y guantes y  preparar la casa para no sabemos muy bien qué. Porque a la vuelta de la esquina está el otoño… Y otro invierno.
          Claro, que hablo de la vida en la ciudad, porque no es difícil ver a los que retornan a los pueblos ahora, en verano, encalando las fachadas, pintando las rejas de las ventanas y dando una vuelta a la casa para cuando llegue el momento de la jubilación, o de la vuelta.
          Y en cualquier caso, cada cual sabe cuándo es el momento de la limpieza general. En casa, y en una misma. Por fuera, y por dentro. Por comienzo o por final. Por inicio o por ruptura. Por la limitación de espacio físico o por higiene mental.
           He leído por alguna parte que los japoneses, tan cabalitos ellos, tienen un nombre para ese momento en que decides literalmente tirar la casa por la ventana, deshacerte de lo que no sirve, no aporta nada o, simplemente, estás harta de ver. Hacer sitio en tu casa y en tu vida.
          Lo llaman 'Dan-sha-ri': Ordena tu vida. Entendiendo por 'vida' tanto las ideas o los sentimientos como el armario o las estanterías. Porque esta técnica japonesa para lograr la felicidad, o algo parecido,  parte de la idea de que deshaciéndonos de todo lo inútil, ya sea una camiseta vieja, unos vaqueros de talla imposible, un souvenir de vacaciones de tiempos mejores o un recuerdo al que los años han quitado el brillo y hasta el significado, conseguiremos alcanzar ese estado de paz con el que todos soñamos.
           Y hasta facilitan un método, tres sencillos pasos. El DAN, supone cerrar el paso a las cosas innecesarias que tratan de entrar en nuestra vida, es decir, no comprar con las tripas o en una tarde depre,  no permitirte el capricho de la mini sartén, del bolso que no usarás porque no cabe nada pero es monísimo, o el zapato de moda que sabes que te hará sentir los pies como muñones machacados. Hecho esto, llega el SHA, que es tirar todo aquello que es inservible y que inunda nuestras casas (y que echas de menos al instante de haberlo largado a la basura) y por último el RI, que es convertirse en una persona despegada de las cosas. En fin, no tengo casi nada, pero me cuesta despegarme de las cuatro tonterías que he ido reuniendo a lo largo de la vida.
          Ya he tenido mis momentos “danshari”. Pero indefectiblemente, recaigo. Algo se les ha olvidado a los japoneses contarnos para que la limpieza sea definitiva. Es verdad que una se siente estupendamente después de uno de esos días locos de limpieza de armario en los que acumulas bolsas y más bolsas de ropa que no te pones hace mil años (mayormente porque ya no te cabe), de revistas que guardas porque te gustó un artículo, que ya no recuerdas cual era ni de qué iba, de mil y un ceniceros, platitos, animalitos, caracolas y representaciones del Taj Mahal o de La Alhambra, que trajiste o te trajeron de un viaje inolvidable. Es una liberación, no lo dudo. Y no os cuento nada de los zapatos, cuando pienso que nunca más me estrujarán los pies.
          Cuando todo está despachado en el contenedor, los estantes se ven más grandes, hay sitio en los cajones y la barra del armario ya no aparece combada. Pero sólo son cosas. El auténtico espacio vital, tu cabeza, sigue abarrotado, porque no puedes desprenderte de los recuerdos ocultándolos en una bolsa de basura.
          El verdadero Dan-sha-ri, el arte de poner orden en nuestra vida, de que encontremos el camino a la felicidad, tendría que pasar por poder borrar todas las vivencias y los recuerdos tóxicos, por reprogramarnos. Y eso todavía no sabemos cómo hacerlo. No lo han inventado ni siquiera los japoneses.
           Y no sirven ni una ni mil limpiezas de verano.

domingo, 11 de agosto de 2019

Desde Macondo. SOCIAL PRESCRIBING

Curiosa, y mal pensada, como soy, siempre que veo un titular con palabrejas ajenas a la lengua de Cervantes, no puedo resistirme a la tentación de saber qué  milonga nos quieren vender bajo tan pomposo encabezamiento. Y casi siempre me encuentro con lo mismo. Que son cosas de toda la vida traídas a la actualidad por algún proyecto, estudio, informe  o iluminado que se quiere apuntar un tanto o que simplemente ha descubierto que remedios antiguos funcionan, que no somos los más listos de la Historia y que, en definitiva, si hemos llegado hasta aquí por algo será.
          Con hierbas, con medicina natural, escuchando al cuerpo y a la tierra o dejándonos llevar por lo que siempre ha servido para curar el cuerpo y el alma, lejos de químicos, antidepresivos o ansiolíticos varios.
          Hoy me he topado con el “Social Prescribing”, que al parecer ha nacido en Inglaterra y al que le auguran un buen futuro. Se trata de un proyecto conjunto entre Gobierno, médicos y asociaciones de bibliotecarios que, básicamente, apuestan por sustituir las pastillas por libros, por novelas, por poesía… Apuestan por alimentar el alma para que el cuerpo responda, para que vuelvan las ganas de vivir de forma natural, y no desde el atontamiento o la euforia que dan las sustancias habituales para estos trastornos.
          Y hasta creo que el “Social Prescribing” se amplía hasta la pintura, el arte y otras formas de cultura. Que está muy bien. Mejor pasar la tarde en un museo o emborronando lienzos que durmiendo en brazos de orfidales o similares.
          Me parece perfecto, pero los ingleses no han descubierto nada. Y no está de más una cura de humildad, que no hemos hecho el descubrimiento del siglo. En la Antigua Grecia se colocaban notas en las puertas de las bibliotecas, advirtiendo a los lectores que estaban a punto de entrar en un lugar de curación del alma. Y el filósofo estoico Epicteto afirmaba que la lectura equivalía al entrenamiento de un atleta antes de entrar al estadio de la vida. Más cerca, en el siglo XIX, psiquiatras y enfermeras les recetaban a sus pacientes toda clase de libros, desde la Biblia, pasando por literatura de viajes, hasta textos en lenguas antiguas.
          Hasta en los muy pragmáticos Estados Unidos,  el uso de los libros como forma de curación empezó a extenderse después de la I Guerra Mundial, recomendando  libros a los soldados que retornaban, muchos de ellos con estrés postraumático, en un intento por mejorar su convalecencia. Por cierto, que las deliciosas novelas de Jane Austen eran las más recomendadas porque, al parecer, hacían olvidar a los combatientes el olor de la pólvora y el ruido de las bombas.
          Ya véis, los libros llevan siglos curando. Igual ahora, si cunde el ejemplo del “Social Prescribing”, les den el sitio que se merecen, aunque no sé yo si las todopoderosas industrias farmacéuticas estarán de acuerdo.  Yo seguiré “automedicándome”, y agarrando un libro divertido cuando estoy triste o un poema cuando no veo nada bello a mi alrededor. Y siempre en Macondo.

domingo, 4 de agosto de 2019

Desde Macondo. NOTICIAS DEL MAR


Ha vuelto el Open Arms a navegar. Y a vagar cual ánima en pena buscando puerto en el que desembarcar a decenas de inmigrantes a los que no quiere nadie. Una vez más, Italia, y Malta se niegan; y España calla. Y Valencia vuelve a ofrecer su puerto, que es español. Hace buen tiempo, hace calor, y es la mejor época para seguir ampliando ese cementerio sin lápidas en el que hemos convertido a nuestro Mediterráneo.

          Una docena de ahogados anteayer, veinte desaparecidos dos días atrás, cuarenta el lunes, y un puñado de cadáveres flotando, entre ellos el de un niño, a comienzos de la semana, muy cerquita de una concurrida playa abarrotada como corresponde en vacaciones.

          Son las noticias del mar, de.”Nuestro” mar, del mismo que permite que convivan, y que mueran, en sus aguas, miles de veraneantes armados de lanchas supermodernas, de tablas de surf o de cruceros de lujo, con  infames pateras destartaladas que tan a menudo tienen su destino en el fondo de las aguas. No creo que fuera éste el Mare Nostrum del que hablaban los romanos, el puente entre Europa, Asia y África, canal de comunicación con el inmenso océano Atlántico, con el mar Rojo o con el Negro. El mar que permitió el desarrollo de Mesopotamia, de Egipto, de Persia, de Fenicia, de Cartago, del colosal imperio de Alejandro, de Grecia, de Roma, del Islam, de la dominación otomana.

          Cuesta creer que las noticias del mar pasan por turismo y muerte, que pueden convivir en un telediario las imágenes de sombrillas y chiringuitos, de cuerpos dorados al sol, con las de docenas de inmigrantes hacinados en cuatro tablas, y con otros cuerpos, de todas las edades y procedencias, flotando sin vida o devueltos a la playa, por si alguna conciencia se remueve.

          A lo largo de la historia del Mediterráneo, que es la historia de la Humanidad, personas de todas las épocas, de todas las razas, colores y creencias han surcado sus aguas buscando horizontes, rutas comerciales y nuevos territorios. El mar ha servido para ensanchar el mundo, para compartir culturas y proyectos de vida. Hasta la democracia nació en sus orillas…

          Este año tampoco iré al mar. No lo digo con pena, ni con resignación. No sé si sería capaz de mirarlo con ojos limpios, de buscar, como tantas veces, la paz en la línea del horizonte, de escuchar las olas con los ojos cerrados, ajena al bullicio habitual, para conocer qué tiene que contarme. No me gustarían las noticias del agua. No podría ni mojarme los pies sabiendo que muy cerca, en el fondo, están muchos de aquellos con los que no quisimos compartir el Mare Nostrum.

          El primer Buendía buscaba el mar cuando emprendió con su familia la búsqueda de un lugar para vivir. Afortunadamente, nunca lo encontró. Y su estirpe se prolongó por siete generaciones. Hasta el diluvio.

MUJERES SIN VERANO


Siempre se ha dicho que septiembre es el mes en el que se producen más separaciones o divorcios. Tal vez sea leyenda urbana, que no he visto datos que lo corroboren,  pero puede que hasta tenga su lógica. Salida de la rutina, horarios relajados, más tiempo juntos, los niños en casa crispando los nervios, y la vuelta a la normalidad, a dos meses vista, muy lejana.
           Por buscar una explicación, porque lo que no la tiene, en ningún caso y por muchas vueltas que le doy es que Julio, que acabamos de dejar atrás, sea  tradicionalmente, el mes más cruento para la violencia machista. Comprobado y con las estadísticas en la mano, que aquí no hay bulos ni leyendas que valgan. Y para más inri, este julio, el de 2019, se ha señalado, especialmente, con nueve mujeres y un niño asesinados, el peor dato desde hace 16 años.

   Será casualidad. Siguiendo la lógica de los divorcios, tal vez los asesinos quisieran ahorrarse problemas a la vuelta del verano. O no pudieran soportar la idea de que su expareja disfrutara de unas vacaciones, o…

          O nada, porque es absurdo buscar explicaciones a lo que es tal monstruosidad que se escapa de cualquier estudio lógico. Por la razón que sea, quien concibe a las mujeres como violables, maltratables, asesinables, propiedad exclusiva del macho alfa, ha encontrado en este mes mejores oportunidades para llevar a cabo sus propósitos. Sin estadísticas que valgan.

          Si acaso, porque ocupados cada cual en lo nuestro, con la vista puesta en el mar o la montaña, prestamos menos atención a la atrocidad de turno, que acaba siendo poco más que una columnita en los periódicos: “Nuevo caso de violencia de género”. Y en eso nos quedamos, salvo que haya algún detalle truculento, que estén los hijos delante, que le haya dado 45 puñaladas, o algo así, que nos haga detenernos unos segundos más.

          No hay mes, ni semana, que no nos sacuda un asesinato. En julio, más, ya veis. Me encantaría poder recordar un mes en el que no se haya producido una noticia así. Pero no lo hay.

          De momento, es tan irreal como Macondo con sus mujeres mágicas, con Úrsula, que dirige con mano de hierro a siete generaciones de Buendías; con la exuberante Petra, la vida en mayúsculas, con Fernanda del Carpio; con Sofía de la Piedad, que sólo existe en el momento preciso; con la cándida prostituta Eréndira y su abuela desalmada, con Amaranta, virgen, y con Remedios, que asciende a los cielos tras haber llevado a la muerte a todo varón que la pretendiera.

          Vivas siempre.