Que el tiempo es relativo, lo sabemos a
ciencia cierta desde que Einstein formulara la teoría. Y desde siempre, desde
que el mundo es mundo, aunque nadie lo dejara escrito. Los minutos pueden ser
horas, y viceversa. Un instante puede ser una eternidad, y la vida entera nos
puede pasar en un suspiro.
Todo depende de su relación con
nosotros, con las circunstancias y con ambas cosas mezcladas. Vemos muy lejos
el inicio de las vacaciones, y en un pis pas ha llegado el final; las semanas,
eternas cuando se espera el relax del sábado, y el domingo se esfuma como si no
hubiera existido.
En fin, todas estas elucubraciones para
mostrar la intranquilidad por lo que puede pasar de hoy en treinta días. Así
que pase un mes.
Vale que entre playas, montañas, aviones
y maletas, con el sopor del calor en lo más alto, no apetece mucho pensar en lo
que va a pasar a la vuelta de cuatro semanas, que es mejor correr un tupido
velo y dejar que pase el tiempo, como si esto fuera el bálsamo de Fierabrás, el
ungüento que todo lo cura y que también dará con la fórmula mágica de darnos un
Gobierno y de hacer que las cosas fluyan con normalidad.
Pero queda un mes. Con relatividad y
todo, es muy poco. El 23 de septiembre llegará, infaliblemente, y no las
tenemos todas con nosotros acerca de que se esté trabajando y, lo que es más
importante, se esté haciendo en la buena dirección.
Creo que ha quedado más que claro que
los ciudadanos no quieren, no queremos, una nueva convocatoria electoral. Y
eso, por sí solo, debería tener a los políticos trabajando las 24 horas del día
para encontrar una solución.
Que no puedo asegurar que no se esté
haciendo, pero que, como a todos, me caben todas las dudas habidas y por haber.
Porque vemos cómo avanzan las semanas, como se acerca el final, sin que
tengamos noticias positivas.
Así que pase un mes, que pasará antes de
que nos demos cuenta, tendremos que tener claro el color de nuestro futuro
inmediato o la certeza de unas elecciones con resultado más que imprevisible. O
muy previsible, que es peor.
Y espero, de verdad, que estén
aprovechando el tiempo que les estamos pagando.
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