Ha vuelto el Open Arms a
navegar. Y a vagar cual ánima en pena buscando puerto en el que desembarcar a
decenas de inmigrantes a los que no quiere nadie. Una vez más, Italia, y Malta
se niegan; y España calla. Y Valencia vuelve a ofrecer su puerto, que es español.
Hace buen tiempo, hace calor, y es la mejor época para seguir ampliando ese
cementerio sin lápidas en el que hemos convertido a nuestro Mediterráneo.
Una docena de ahogados anteayer,
veinte desaparecidos dos días atrás, cuarenta el lunes, y un puñado de
cadáveres flotando, entre ellos el de un niño, a comienzos de la semana, muy
cerquita de una concurrida playa abarrotada como corresponde en vacaciones.
Son las noticias del mar, de.”Nuestro”
mar, del mismo que permite que convivan, y que mueran, en sus aguas, miles de
veraneantes armados de lanchas supermodernas, de tablas de surf o de cruceros
de lujo, con infames pateras
destartaladas que tan a menudo tienen su destino en el fondo de las aguas. No
creo que fuera éste el Mare Nostrum del que hablaban los romanos, el puente
entre Europa, Asia y África, canal de comunicación con el inmenso océano
Atlántico, con el mar Rojo o con el Negro. El mar que permitió el desarrollo de
Mesopotamia, de Egipto, de Persia, de Fenicia, de Cartago, del colosal imperio
de Alejandro, de Grecia, de Roma, del Islam, de la dominación otomana.
Cuesta creer que las noticias
del mar pasan por turismo y muerte, que pueden convivir en un telediario las
imágenes de sombrillas y chiringuitos, de cuerpos dorados al sol, con las de
docenas de inmigrantes hacinados en cuatro tablas, y con otros cuerpos, de
todas las edades y procedencias, flotando sin vida o devueltos a la playa, por
si alguna conciencia se remueve.
A lo largo de la historia del
Mediterráneo, que es la historia de la Humanidad, personas de todas las épocas,
de todas las razas, colores y creencias han surcado sus aguas buscando
horizontes, rutas comerciales y nuevos territorios. El mar ha servido para
ensanchar el mundo, para compartir culturas y proyectos de vida. Hasta la
democracia nació en sus orillas…
Este año tampoco iré al mar. No
lo digo con pena, ni con resignación. No sé si sería capaz de mirarlo con ojos
limpios, de buscar, como tantas veces, la paz en la línea del horizonte, de
escuchar las olas con los ojos cerrados, ajena al bullicio habitual, para
conocer qué tiene que contarme. No me gustarían las noticias del agua. No
podría ni mojarme los pies sabiendo que muy cerca, en el fondo, están muchos de
aquellos con los que no quisimos compartir el Mare Nostrum.
El primer Buendía buscaba el mar
cuando emprendió con su familia la búsqueda de un lugar para vivir.
Afortunadamente, nunca lo encontró. Y su estirpe se prolongó por siete
generaciones. Hasta el diluvio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario