Curiosa, y mal pensada, como soy,
siempre que veo un titular con palabrejas ajenas a la lengua de Cervantes, no
puedo resistirme a la tentación de saber qué
milonga nos quieren vender bajo tan pomposo encabezamiento. Y casi
siempre me encuentro con lo mismo. Que son cosas de toda la vida traídas a la
actualidad por algún proyecto, estudio, informe
o iluminado que se quiere apuntar un tanto o que simplemente ha
descubierto que remedios antiguos funcionan, que no somos los más listos de la
Historia y que, en definitiva, si hemos llegado hasta aquí por algo será.
Con hierbas, con medicina natural,
escuchando al cuerpo y a la tierra o dejándonos llevar por lo que siempre ha
servido para curar el cuerpo y el alma, lejos de químicos, antidepresivos o ansiolíticos
varios.
Hoy me he topado con el “Social
Prescribing”, que al parecer ha nacido en Inglaterra y al que le
auguran un buen futuro. Se trata de un proyecto conjunto entre Gobierno,
médicos y asociaciones de bibliotecarios que, básicamente, apuestan por
sustituir las pastillas por libros, por novelas, por poesía… Apuestan por
alimentar el alma para que el cuerpo responda, para que vuelvan las ganas de
vivir de forma natural, y no desde el atontamiento o la euforia que dan las
sustancias habituales para estos trastornos.
Y hasta creo que el “Social Prescribing” se amplía
hasta la pintura, el arte y otras formas de cultura. Que está muy bien. Mejor
pasar la tarde en un museo o emborronando lienzos que durmiendo en brazos de orfidales
o similares.
Me parece perfecto, pero los ingleses no
han descubierto nada. Y no está de más una cura de humildad, que no hemos hecho
el descubrimiento del siglo. En la Antigua Grecia se colocaban notas en las
puertas de las bibliotecas, advirtiendo a los lectores que estaban a punto de
entrar en un lugar de curación del alma. Y el filósofo estoico Epicteto
afirmaba que la lectura equivalía al entrenamiento de un atleta antes de entrar
al estadio de la vida. Más cerca, en el siglo XIX, psiquiatras y enfermeras les
recetaban a sus pacientes toda clase de libros, desde la Biblia, pasando por
literatura de viajes, hasta textos en lenguas antiguas.
Hasta en los muy pragmáticos Estados
Unidos, el uso de los libros como forma
de curación empezó a extenderse después de la I Guerra Mundial, recomendando libros a los soldados que retornaban, muchos
de ellos con estrés postraumático, en un intento por mejorar su convalecencia.
Por cierto, que las deliciosas novelas de Jane Austen eran las más recomendadas
porque, al parecer, hacían olvidar a los combatientes el olor de la pólvora y
el ruido de las bombas.
Ya véis, los libros llevan siglos curando. Igual ahora, si cunde el ejemplo del “Social Prescribing”, les den el
sitio que se merecen, aunque no sé yo si las todopoderosas industrias
farmacéuticas estarán de acuerdo. Yo
seguiré “automedicándome”, y agarrando un libro divertido cuando estoy triste o
un poema cuando no veo nada bello a mi alrededor. Y siempre en Macondo.
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