Sí, ya sé que es en primavera cuando,
con la euforia de ver el sol más brillante, de oler las flores y de salir de un
invierno largo y oscuro, cuando el cuerpo nos pide (es un decir), abrir las
ventanas, sacudir mantas y edredones, guardar hasta mejor ocasión abrigos,
bufandas y guantes y preparar la casa
para no sabemos muy bien qué. Porque a la vuelta de la esquina está el otoño… Y
otro invierno.
Claro, que hablo de la vida en la
ciudad, porque no es difícil ver a los que retornan a los pueblos ahora, en
verano, encalando las fachadas, pintando las rejas de las ventanas y dando una
vuelta a la casa para cuando llegue el momento de la jubilación, o de la
vuelta.
Y en cualquier caso, cada cual sabe
cuándo es el momento de la limpieza general. En casa, y en una misma. Por
fuera, y por dentro. Por comienzo o por final. Por inicio o por ruptura. Por la
limitación de espacio físico o por higiene mental.
He leído por alguna parte que los
japoneses, tan cabalitos ellos, tienen un nombre para ese momento en que
decides literalmente tirar la casa por la ventana, deshacerte de lo que no
sirve, no aporta nada o, simplemente, estás harta de ver. Hacer sitio en tu
casa y en tu vida.
Lo
llaman 'Dan-sha-ri': Ordena tu vida. Entendiendo por 'vida' tanto las
ideas o los sentimientos como el armario o las estanterías. Porque esta técnica
japonesa para lograr la felicidad, o algo parecido, parte de la idea de que deshaciéndonos de todo
lo inútil, ya sea una camiseta vieja, unos vaqueros de talla imposible, un
souvenir de vacaciones de tiempos mejores o un recuerdo al que los años han
quitado el brillo y hasta el significado, conseguiremos alcanzar ese estado de
paz con el que todos soñamos.
Y hasta
facilitan un método, tres sencillos pasos. El DAN, supone cerrar el paso a las cosas innecesarias que tratan de entrar en
nuestra vida, es decir, no comprar con las tripas o en una tarde
depre, no permitirte el capricho de la
mini sartén, del bolso que no usarás porque no cabe nada pero es monísimo, o el
zapato de moda que sabes que te hará sentir los pies como muñones machacados. Hecho
esto, llega el SHA, que es tirar
todo aquello que es inservible y que inunda nuestras casas (y que echas
de menos al instante de haberlo largado a la basura) y por último el RI, que es convertirse en una persona despegada
de las cosas. En fin, no tengo casi nada, pero me cuesta despegarme de las
cuatro tonterías que he ido reuniendo a lo largo de la vida.
Ya he tenido mis momentos “danshari”. Pero indefectiblemente, recaigo.
Algo se les ha olvidado a los japoneses contarnos para que la limpieza sea
definitiva. Es verdad que una se siente estupendamente después de uno de esos
días locos de limpieza de armario en los que acumulas bolsas y más bolsas de
ropa que no te pones hace mil años (mayormente porque ya no te cabe), de
revistas que guardas porque te gustó un artículo, que ya no recuerdas cual era
ni de qué iba, de mil y un ceniceros, platitos, animalitos, caracolas y
representaciones del Taj Mahal o de La Alhambra, que trajiste o te trajeron de
un viaje inolvidable. Es una liberación, no lo dudo. Y no os cuento nada de los
zapatos, cuando pienso que nunca más me estrujarán los pies.
Cuando todo está despachado en el contenedor, los estantes se ven más
grandes, hay sitio en los cajones y la barra del armario ya no aparece combada.
Pero sólo son cosas. El auténtico espacio vital, tu cabeza, sigue abarrotado,
porque no puedes desprenderte de los recuerdos ocultándolos en una bolsa de
basura.
El verdadero Dan-sha-ri,
el arte de poner orden en nuestra vida, de que encontremos el camino a la
felicidad, tendría que pasar por poder borrar todas las vivencias y los recuerdos
tóxicos, por reprogramarnos. Y eso todavía no sabemos cómo hacerlo. No lo han
inventado ni siquiera los japoneses.
Y
no sirven ni una ni mil limpiezas de verano.
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