Que no es lo mismo. Dónde va a parar. No
sé en qué momento preciso asumimos todos que había que esperar ocho meses para
una radiografía, o un año para una simple intervención de hernia; por no hablar
de los angustiosos plazos para realizar un tac que descarte pensamientos
oscuros en los dolores de cabeza recurrentes, o cualquier otra prueba
diagnóstica que nos permita afrontar el día a día con las cosas más claras. En
el sentido que sea.
El caso es que en las conversaciones
diarias, en el trabajo o en la caja del súper, no es nada raro escuchar eso de
“ocho meses para que me miren la
rodilla, y no me tengo de pie”, o hasta octubre del año que viene no me toca el
oculista, o la gastroscopia tendrá que esperar que pasen cuatro estaciones. Y
tan normal. Como quien habla del tiempo.
De cuando en cuando nos indignamos,
coincidiendo con que alguien recuerda las listas de espera (casi nunca con
intención de mejorarla, que esto también va de intereses políticos), la escasez
de médicos, y la precariedad, que hace que huyan de nuestros hospitales como de
la peste, o las noticias sobre agresiones de pacientes a médicos, nunca
justificables, pero que ponen el acento en el problema.
Ya sabemos que tenemos la mejor Sanidad
de Europa, que tenemos la inmensa suerte de acceder a un montón de servicios
que en otros países hay que pagar aparte, si se puede. Que somos mucho mejores
que los todopoderosos Estados Unidos, donde la gente muere por no poder pagar
la atención sanitaria.
Pero nuestro trabajo nos ha costado. Han
sido muchos años de recortes, y eso se nota, Por eso hay que hacer un esfuerzo
extra, para que la Sanidad sea para todos y en las mismas circunstancias.
No veo yo al rey emérito, a don Juan
Carlos, esperando turno para arreglar unos problemillas de corazón, de cadera o
de cualquiera de las otras dos decenas de operaciones que lleva. Por eso, y
porque conozco de primera mano a un buen número de personas desesperadas
“porque no me llaman”, me crispa un tanto, un mucho, las noticias que vienen de
la clínica donde está ingresado el susodicho, a quien no le deseo mal alguno. Pero deja clara la diferencia.
No hay
real espera, y sí una desorbitada espera real.
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