Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 31 de enero de 2019

Desde Macondo. REGRESO AL PASADO

Dice el diccionario de la Real Academia que regresión es el “Retroceso a estados psicológicos o formas de conducta propios de etapas anteriores, a causa de tensiones o conflictos no resueltos”. Pues en esas estamos. Que vamos para atrás, que nos estamos volviendo niños, ya sabéis, como cuando éramos pequeños y nos metíamos debajo de la cama, o nos tapábamos la cabeza con la sábana para no ver la oscuridad.
     O pensábamos que si cerrábamos los ojos muy muy fuerte, apretando los labios al mismo tiempo, los monstruos se esfumarían.  
       Y así andamos, mirando hacia otro lado, como si de esa forma desapareciera todo lo que nos desagrada, lo que no nos gusta y lo que pensamos que no podemos solucionar.
        Nos tragamos todo lo que nos echen, y hasta confiamos en visionarios que nos prometen un mundo mejor, aunque de sobra sabemos que nos están engañando. Pero queremos creerlos. No hace falta irse muy lejos para buscar ejemplos. Podría irme a la América de Trump, o detallar  los gobiernos populistas que empiezan a menudear por Europa, prometiendo el oro (y el no moro, por hacer un chiste de lo que no tiene nada de gracioso), prometiéndonos un mundo mejor sin refugiados que vienen a aprovecharse de nuestro maltrecho estado del bienestar, sin emigrantes que nos quiten el trabajo, sin supuestos terroristas que quieren destruir el cómodo modo de vida occidental. Hasta sin molestas mujeres modernas que andan todo el día buscando sus derechos por los rincones.
          Pero voy a quedarme más cerca, que en todas partes cuecen habas, y por aquí, a calderadas. No sé si hemos perdido la capacidad de análisis y de razonamiento, si se trata de un raro fenómeno psicológico colectivo, por el que todos añoremos, de repente, un tiempo pasado que para nada fue mejor. 
          Estamos en plena regresión, y damos alas, abrimos los oídos a quienes vienen contando milongas casposas y rancias. Estamos dispuestos a creernos los mayores embustes, las películas más enrevesadas y las promesas más disparatadas. Todos los cuentos, por fantásticos que sean, siempre que nos aseguren un colorín colorado feliz. Debe ser la regresión. 
         El fundador de Macondo, José Arcadio Buendía, creador de la estirpe condenada a cien años de soledad, una persona de carácter fuerte, de voluntad inamovible, de gran fortaleza física, con ilusiones extravagantes, gran interés por la ciencia, la mecánica y la alquimia, muy idealista y aventurero, decidió un buen día que el martes era lunes, y el miércoles y el jueves, también lunes. Se negó a asumir el paso del tiempo, que sólo le traía complicaciones.
          Pero la vida seguía. Y nadie pudo parar el diluvio.

lunes, 28 de enero de 2019

LAS NUEVAS ECONOMÍAS

El diccionario nos dice que una de las acepciones de colaborar es “ayudar con otros al logro de algún fin”. Y Economía, también de acuerdo con la Real Academia, es la “Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos”. Juntando y pegando, la llamada “economía colaborativa”, tan de moda (tristemente), debería ser ayudarnos entre todos a distribuir lo que hay, para que nadie pase necesidad. Más o menos.
          Así debería ser, si nos atenemos a la literalidad de los conceptos, pero es que la tan traída y llevada crisis ha removido todos los cimientos. Hasta los del lenguaje. Ya no se trata de compartir, vender o cambiar lo que te sobra o no usas, sea tiempo, una bicicleta o un apartamento, que los nuevos tiempos, además de consumidores de bajo coste, también nos han dejado "plataformas" de espabilados y trabajadores low cost. 
          Si la crisis ha convertido a muchos en consumidores de lo justo y menos, ello también tiene efecto directo sobre los costes (laborales y de otro tipo) de las empresas, que se han apresurado a reducirse. En el terreno del mercado laboral han aparecido cientos de miles de los llamados microworkers, trabajadores por horas o por ratos, pendientes durante toda la jornada de si entra o no una petición de trabajo en la plataforma en la que están registrados para realizar una pizca de lo que hasta ahora llamábamos trabajo, cobrando, por supuesto, un minisueldo, por tanto, una centésima parte de lo que debería ser un salario.
          Y para colmo, sustituyendo al asalariado por el autónomo. O el “emprendedor”, que dirían los chicos del PP.
          En lo que ahora llaman economía colaborativa, entran, por ejemplo, Uber o Cabify, o Airbn, para alquileres, y hasta plataformas de reparto de comida a domicilio, como Deliveroo, cuyos trabajadores (autónomos-emprendedores), están ahora en pie de guerra, hartos de pedalear por toda la ciudad por una miseria, además de pagar sus cuotas, poner la bicicleta y hacerse cargo de las lesiones y las reparaciones.
          Eso no es colaborar. O sí, pero retorciendo el significado. Es ayudar a que engorden las cuentas de cuatro listos a costa de pasar penurias, de no llegar ni a mediados de mes y de borrar del diccionario el término futuro, porque, simplemente, no existe. 
          Muchos de nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos hecho “trabajillos” para ayudar a la economía familiar, para pagar las matrículas o los libros del curso o para pagar un extra. Desde vendimiar algunas semanas a dar clases particulares al hijo de la vecina, cuidar niños o lo que cada cual haya podido. Con la vista puesta en el mañana.
          Ahora es siempre hoy, que esta nueva economía parece haber venido para quedarse. Por encima de la justicia, de la solidaridad y del futuro

Desde Macondo. TERTULIANOS


No está claro de dónde proviene el término. Unos dicen que de Tertuliano de Cartago, padre de la Iglesia allá por el siglo III; y al parecer, polemista de categoría; otros afirman que puede nacer de “tres Tulios”, en referencia a Marco Tulio Cicerón, lo más entre los oradores. En cuanto a las tertulias, han existido siempre, son tan españolas como la siesta  y a menudo, como en las reuniones literarias, han dado buenos frutos.

Pero como tantas cosas, ni las tertulias ni los tertulianos son lo que eran. Las antiguas ágoras de debate, los centenarios cafés, y hasta los Parlamentos, si me apuran, se han transformado, con cuatro focos y poco más, en platós de televisión; los sesudos sabios que pretendían cambiar el mundo, son ahora señores y señoras que hablan de todo a voces, que se indignan y se marchan (vuelven enseguida, que la pela es la pela), se insultan y luego comen juntos e incluso, si la ocasión lo merece, opinan hoy justo lo contrario que ayer.

Son opinadores profesionales. No hace falta que sean periodistas. De hecho, no lo son en su mayor parte. Ni que sean economistas si opinan de economía, o médicos si hablan de salud, o profesores si el tema a debatir es la Educación. Saben de todo y, sobre todo, saben gritar cuando les faltan argumentos.

Han crecido como setas, casi al mismo ritmo en que están desapareciendo los periodistas. Están en todos los canales, en todas las emisoras, en mil y una tertulias. Invaden espacios que, por razones lógicas, corresponden a la información y no informan de casi nada. Sólo dan su opinión e intentan convencernos de que es la buena, la única, la real. Para eso les pagan. Y de cuando en cuando, por los de un signo político, nos enteramos de cuánto cobran los del otro. O viceversa. Nos indignamos, por supuesto, y decimos eso de vaya sueldo por decir cuatro chorradas.

Y echamos de menos aquello que nos enseñaban en la Universidad, diferenciar claramente la información de la opinión. Una cosa era lo que pasaba, y otra, lo que el periodista opinaba del hecho concreto. Pero eso ya es Historia. Ahora se puede elegir entre tertulianos de derechas y de izquierdas con sólo cambiar de canal; la información es lo de menos. El juego es saber qué dirán de la noticia los unos y los otros.

Es lo que toca, elegir tertulianos, y hacerlo bien.. En Macondo, para  don Apolinar Moscote, miembro efectivo del partido conservador, los liberales “eran masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas, de implantar el matrimonio civil y el divorcio.  Los conservadores, en cambio, “eran los defensores de la fe de Cristo, del principio de autoridad, y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas” . 

Y el coronel Aureliano Buendía que afirmaba que “si hay que ser algo, sería liberal, porque los conservadores son unos tramposos”, termina constatando que “la única diferencia actual entre liberales y conservadores, es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho" .

 

jueves, 24 de enero de 2019

Desde Macondo. HACER ÁRBOL DE LA LEÑA

Ya sé que el dicho es al revés. Que podemos hacer leña del árbol, partirlo en troncos gruesos o en diminutas astillas; usarlo para hacer suntuosos muebles o humildes cajas de frutas. O simplemente para hacer fuego. Puede ser mil cosas diferentes, pero nunca podrá volver a ser un árbol.
          En estos días hemos escuchado a Jean-Claude Juncker  pedir perdón. Una década después, claro está.  Ha reconocido que  "no fuimos solidarios con Grecia, la insultamos y  la injuriamos”. Y  aplicaron un chantaje a su Gobierno, al que obligaron a aceptar unos recortes sociales sin precedentes que pagó y sigue pagando  la mayoría de su población en pensiones, subsidios de desempleo y servicios sociales. Había que salvarse, a costa de lo que fuera. Salvar el euro, salvar Europa, así, en genérico, sin pararse a pensar en la gente que lo perdía todo, que de un día para otro se quedaba en la calle, sin trabajo y, en muchos casos, sin ninguna razón para vivir, que alguien tendrá que hablar alguna vez de la ola de suicidios.
          Ahora, que no hay marcha atrás, les piden perdón. Ahora, que la leña ya no puede reconvertirse en árbol, y viene esto a cuento de una noticia que leí por aquel entonces, y que me conmovió tan profundamente que tuvo espacio en este blog. El árbol de Platón.  En un crudo invierno, con escasez de todo, con la imposibilidad de comprar combustible para cocinar o calentarse alguien hizo  leña del olivo de Platón, el árbol milenario bajo el cual el filósofo impartía sus enseñanzas a alumnos tan cualificados como Aristóteles. Primero llegó la indignación. Y con la explicación, la tristeza.
          Igual que ahora. Cabrea hasta el infinito que alguien se arrepienta cuando ya da igual, y que no tenga responsabilidad alguna. Y que hasta se sienta orgulloso y mejor persona por haber pedido perdón. Y que siga ahí, de mandamás, como si nada hubiera pasado. Ni en Grecia, ni en España, por ejemplo, también de las más perjudicadas por la terapia de tijera impuesta por Europa.
          No se puede hacer árbol de la leña; no se pueden recuperar, ni en diez ni en cien años edificios históricos que se han derrumbado por falta de mantenimiento, ni las vidas de los que quedaron en la calle, de los que no pudieron comprar medicamentos, ni de los niños mal alimentados, ni de los  desahuciados, ni mucho menos, las de los que decidieron acabar con todo.
          Lo vemos cada día. Nos cuentan que el sistema sanitario quedó tan tocado que no es capaz de cerrar las heridas de los salvajes tijeretazos, y que costará que cierren, por mucho dinero que se invierta. Costará reducir las listas de espera, tras muchos años engordando, y el número de camas, reducidas hasta el mínimo y más allá, y la salud de quienes dejaron de percibir servicios básicos, sumando además el hecho de que la población ha envejecido y tiene más achaques.
          Otro tanto sucede con la educación, y con la cultura, aparcada como la pariente pobre, y con los miles de personas que quedaron en la calle en la edad más difícil para encontrar otro puesto de trabajo.
          Toda esta “leña” no podrá volver a ser árbol, y alguien debería pedir perdón también aquí.

domingo, 20 de enero de 2019

ROBOTS

No sé si será consigna, o si responde a alguna estrategia de las grandes empresas (a la vista o en la sombra), para prepararnos para esa nueva crisis que parece que sí o sí (ellas lo sabrán bien) va a llegar más pronto que tarde. El caso es que en muy pocas semanas he leído media docena de reportajes más o menos fundamentados, en los que se habla de la inteligencia artificial, del avance imparable de los robots y de cómo van a influir en el mundo del trabajo. En el de las ganancias, supongo que también, y de ahí el interés en que nos vayamos haciendo a la idea.
          De mera divulgación, pretenciosos, con tintes científicos y citando sesudos estudios de prestigiosas universidades; con dibujos de muñecos tipo ET o de androides parecidísimos a cualquiera de nosotros, pero todos con el mismo mensaje: de aquí a nada, no existirán muchos oficios que se resistan a las máquinas, y sobraremos casi todos. Sin ERE ni nada, que ya encontrarán justificación. Por mucho que diga el siempre brillante Bill Gates  que si un robot reemplaza el trabajo de un humano, debe ser gravado a un nivel similar al que era el trabajador para permitir el financiamiento de otros tipos de empleo en el que las personas son irreemplazables. Buen intento.
          El caso es que pone los pelos de punta que nos cuenten, así sin anestesia, que no habrá labor agrícola que se le resista a los robots.  Ordeñar vacas, cosechar, sembrar, y hasta ordeñar con androides, que igual las vacas dan más leches si ven a un tipo semihumano que a un artilugio agarrado a sus pezones. También habrá albañiles robóticos, que trabajarán más y mejor, y sin sufrir accidente. Sin hora del bocadillo, también.  
          Y transportistas, camareros que no se equivocarán en los pedidos (porque serán robots, y errar es de humanos), cocineros que nunca pasarán de más los filetes, empleados bancarios, que el dinero es una cosa muy delicada y  tiene que estar en las mejores manos, aunque sean mecánicas.  Hasta se habla de periodistas robóticos, y aquí lo dejo, que se me llenan los ojos de agua y se me hiela el alma.
          Para compensar, leo que el Henn-na Hotel, una experiencia japonesa de hace un par de años, con un amplio staff de robots, desde el personal que realiza el registro de entrada hasta los botones, conserjes etc, se está planteando volver al personal de carne y hueso, ante los malos resultados obtenidos, y a pesar de que ha dado apariencia de dinosaurios a sus empleados mecánicos para atraer a familias con niños.
          En ese hotel seguro que no habrá clientes que, a la hora de marcharse, dejen todo su equipaje a la camarera que lucha por sacar adelante a sus hijos, o que se sigan felicitando las fiestas, muchos años y un océano por medio, con el chico de la recepción, o que hayan ayudado a un conserje con su curso de español, a la vuelta de un fatigoso día de excursiones.
          Eso, y muchas más cosas, nunca las podrá hacer un robot.

jueves, 17 de enero de 2019

Desde Macondo. LOS SINCOMPLEJOS

A ver si voy a ser yo la única que piensa que sus ojos son pequeños, sus dientes podrían estar más juntos, sus pies son de Picapiedra y su vida, en general, mejorable. No me creo que haya nadie que no tenga complejos, desde los más simples o meramente estéticos, hasta los complicados, que pueden dar lugar a situaciones más serias. Vamos, que hasta los que tienen la autoestima por las nubes, los del “porque yo lo valgo”, tienen sus cositas más o menos escondidas, aunque se presenten como divinos de la muerte y encantados de haberse conocido.
        Por eso choca sobremanera que no haya página de diario, noticia de radio o de televisión en la que no nos aparezcan un par de “sincomplejos” de nuevo cuño, que, por definición, pueden decir lo que les parezca, aunque la opinión provenga de lo más recóndito de las cavernas, y hacerlo así, sin complejos.
        Creo que fue Aznar, hinchado como un pavo de Acción de Gracias (por aquello de sus peligrosas amistades americanas), quien habló por primera vez de una España orgullosa y sin complejos. Parecida a aquella en la que nunca se ponía el sol, porque teníamos mando en plaza en los cuatro puntos cardinales. En cualquier caso, fuera o no él quien acuñó el término, es obvio que ha hecho escuela y que, al menos aparentemente, practica el sincomplejismo.
        Ahora nos hablan de candidatos y candidatas jovencísimos y sin complejos; de cambio sin complejos; de ideas no aptas para acomplejados, de dejar atrás el lastre que no nos permite avanzar. Los complejos.
        Aunque, claro, para ellos complejos son las leyes de igualdad, la memoria histórica, el hablar de la tumba del abuelo, que diría Casado, mostrarse favorable a acoger a refugiados, el clamar por un salario justo, aunque suponga que los ricos y poderosos ganen un poco menos, el hablar abiertamente de los privilegios de la Iglesia, que ya no existen en ningún país salvo en el nuestro, en la España sin complejos que predican.
        Pone los pelos de punta escuchar a chavales de veinte años desvelar entre bromas a quien van a dar su voto, porque son los más valientes, o pararse a pensar en eso de la Reconquista al revés, de Andalucía a Asturias, con que nos han ilustrado este mismo fin de semana.
        Yo sí tengo complejos. Me acompleja no tener menos años y más fuerzas para seguir luchando; me acompleja tener que morderme la lengua, tener recortado el sentido del humor y no encontrar la gracia a los discursos que empiezan con el “sin complejos” de turno.Y me acompleja pensar que muchos acomplejados como yo no sean suficientes para parar a los que pretenden cambiarnos un país con sus cosas buenas y malas, por una España sin complejos.

domingo, 13 de enero de 2019

TRADICIONES

Según el diccionario, el término, de género femenino, viene del latín y recoge usos, costumbres y conocimientos que, por considerarse especialmente valiosos o acertados, merecen que sean aprendidos por las nuevas generaciones, para que lo transmitan a las siguientes, a fin de que se conserven, se consoliden, se adecuen a nuevas circunstancias. Bien. Que todos conservamos celosamente recetas de la abuela, secretos de familia para hacer tal o cual cosa, como se ha hecho desde que el mundo es mundo, y, yendo más allá, no son pocas las cosas que hemos recuperado acudiendo a enseñanzas antiguas.
          Hasta aquí la teoría, y la primera parte de la definición.  La segunda, la de “adecuarse a las nuevas circunstancias”, ya no está tan clara. Llevamos unos días (y lo que te rondaré morena), en los que, por razones que todos tendréis en la cabeza, nos sale la tradición por las orejas. La de cosas que hay que recuperar y mantener… Desde la Reconquista y desde más atrás. Yo diría que desde las cavernas, desde que Hug el Troglodita de los tebeos asestaba un estacazo a la chica de sus sueños para certificar el matrimonio.
          No sé si por casualidad, o porque el cerebro, en situaciones límite establece extrañas concesiones, la sobredosis de tradición ha coincidido con alguna noticia que a punto está de producir un cortocircuito en la ya, digamos delicada, situación de las mujeres en el mundo. En España también, claro.
          Una joven madre ha muerto en Nepal, junto a sus dos hijos, por cumplir la tradición denominada “chaupaddi”, que básicamente es el derecho que el marido tiene a echar a su mujer de cada durante la menstruación. Una vez al mes, a la puñetera calle. Con muchos grados bajo cero y con los niños, por si se han contagiado de la impureza. Sigo. La pasada semana, un tribunal de Arabia Saudí ha dictado sentencia obligando a notificar el divorcio a las esposas por SMS. Gran avance. Eso, y que les permitan conducir desde el 1 de enero, aunque aún  no pueden solicitar su pasaporte, salir del país, abrir una cuenta bancaria, poner en marcha un negocio propio, casarse o someterse a intervenciones quirúrgicas que no sean de urgencia.
          En otros países sigue el vigor el “talaq”, la forma más sencilla de decir ahí te quedas, y me voy sin obligación de pagar pensión ni nada de nada. Pronunciando tres veces la palabreja, divorcio consumado. Y hasta se permite hacerlo por guasap o por skype. Las mujeres masai, en África, son acogidas por primera vez en casa de los parientes de su futuro esposo con insultos y estiércol. Simboliza la vida difícil que comienza. En Mauritania, engordan como si fueran pavos a las niñas y mujeres, porque es una vergüenza ser delgada. Una vergüenza. Por ello, es tan importante para las niñas ser gorda que quienes son delgadas son enviadas a un campamento de verano para subir de peso. Tan sana costumbre es conocida como “leblouh”, e incluye el vomitar para seguir comiendo.. La tradición mauritana dice que el tamaño de una mujer indica el espacio que ocupa en el corazón de su marido.
          Qué bonito. Y no os digo nada de los pies vendados de las chinas o los cuellos de las mujeres jirafa, o la infibulación, la mutilación genital para proporcionar mayor placer al marido y salvaguardar la virginidad. Como manda la tradición.
          No he encontrado ningún uso o costumbre similar pero en masculino; nada que los obligue a ser puros, a estirar el cuello o encoger los pies, a embellecerse para nosotras, o a darse por divorciado a través del ciberespacio, o a ser obligado a casarse con una señora de avanzada edad para pagar deudas familiares.
Igual hay que olvidarse de algunas tradiciones. O mejor, crear otras nuevas que perduren por los siglos de los siglos. Y esta vez, en femenino.

miércoles, 9 de enero de 2019

Desde Macondo. LA LISTA

Una mentira mil veces repetida no se convierte en verdad. Mi mucho menos, aunque las reglas de la propaganda y la publicidad se empeñen en convencernos. Sigue siendo una mentira, y punto.  Otra cosa es que a alguien le venga bien creerlo, por intereses más o menos oscuros, o que algunos, para justificar lo injustificable, se lo acaben creyendo de verdad.
          Hemos cerrado, como cada año, la lista de mujeres víctimas de violencia machista. Sí, de mujeres. Y ya hemos inaugurado la próxima, a pocas horas de empezar el año, para no perder tiempo. Hasta aquí, la verdad. Luego está 2lo otro”, que me indigna hasta nombrarlo. Por oportunista y por falso.
          Claro que hay que proteger y hacer justicia a todas las víctimas, faltaría más. A las de robos, a las de atracos, a las de fraudes, accidentes por culpa de desaprensivos, a las de negligencias de todo tipo… A los hombres víctimas de violencia de género, también.
          Pero no hablamos de la misma lista. El último día de cada mes, en muchos lugares de España, y tras los minutos de silencio correspondientes, se escucha la insoportable lista de mujeres y menores víctimas de la violencia machista. Según va avanzando el año, más duro se hace aguantar hasta el final. Que son demasiadas. Sí, demasiadas, en femenino plural.
          Muy triste, aún más, cuando se añaden los hijos a la lista. Pero todo parte de lo mismo, de la violencia machista. Y justamente por eso me hierve la sangre asistiendo a la “cruzada” por incluir a los hombres en un lugar que no es el suyo porque, estadísticamente, la cantidad es de todo punto inapfreciable. Y porque no se puede pervertir la finalidad y el origen de una Ley, de unas medidas de protección, con aviesas intenciones. Como la de hablar de denuncias falsas, que no llegan al 0,01 del total.
          Pocas listas de víctimas han leído desde que existe registro, si pretenden equiparar las femeninas con las masculinas. Pocas, o ninguna. Y deberían hacerlo. Sería un buen ejercicio. Un cine alemán ha reestrenado y ofrecido entradas gratis a los ultraderechistas para que vean "La Lista de Schindler", la oscarizada película de Steven Spielberg, que muestra los horrores del nazismo. Y un juez americano ha obligado, por sentencia firme, a un desaprensivo cazador que mató cientos de ciervos por placer, a ver la película “Bambi” al menos una vez al mes.
          Pues eso, que deberían revisar la lista, y hablar después.

domingo, 6 de enero de 2019

LOS MAGOS DE ORIENTE VUELVEN A CASA


Habida cuenta de que no viajan en avión supersónico, ni en AVE ni tan siquiera en el tren Extemadura-Madrid (sí, el de la vergüenza), y teniendo en cuenta su avanzada edad, que les obligará a hacer más descansos de lo habitual, a estas alturas de la semana Sus Majestades los Magos deben andar en plena faena de regresar a sus cuarteles tras la dura faena de repartir regalos por los cuatro confines.

          Hay que tener en cuenta que van en camello (hace tiempo que yo juré no volverme a subir a esos bichos malolientes y antipáticos), y que aunque corriendo alcancen los 65 km por hora, según la Wiki, no los veo yo a galope tendido día y noche para llegar antes. Y que estamos, tomo España como punto de partida, a más de cinco mil kilómetros de ese Oriente misterioso del que proceden.

          Con estos datos, e imaginando la ruta lógica que deben seguir hasta sus respectivos palacios, me encuentro en condiciones de ofrecer unos “consejitos” para el viaje recién iniciado, que igual les incomodan un tanto, pero que seguro les servirán para el próximo año y para los venideros.

          Por lógica, y tras atravesar esa Al-Andalus que alguno pretende reconquistar, y aunque vayan tierra adentro, sin mirar las pateras que naufragan en las playas, deberían llegar a Ceuta. Y toparse de frente con la verja. Escuchar la música infame de las concertinas, que nada tiene que ver con los alegres villancicos que les han acompañado en su periplo. Luego Marruecos. La realidad de miles de personas procedentes de muy distintos puntos, que esperan la oportunidad de conseguir su regalo de Reyes, su pasaporte a la vida.

          Al lado Argelia, tumba de cuantos han pretendido cruzar sus desiertos y no lo han conseguido, y sin solución de continuidad, Libia, el puerto de salida a ninguna parte. Pero al ladito, sin tener que desviarse mucho, están El Chad y Sudán, dos nombres que suenan a hambrunas y terribles epidemias por falta de agua, a niños de ojos grandes llenos de moscas y barrigas hinchadas.

          Cruzar Arabia no será problema para unos Reyes, siempre que no se mire hacia los lados. Que ahí está Yemen con la guerra eterna, con las cifras de muertos, especialmente menores, que hielan la sangre. Y Siria, que ya hemos perdido la cuenta de los años en conflicto. Faltan Irak e Irán, la antigua Persia de donde se supone salieron los Magos siguiendo la luz. Y donde estarán, convenientemente protegidos, los palacios de tan altas Majestades.

          Pues eso, que ahora que van descargaditos, porque ya han repartido los regalos en el primer mundo, no estaría de más que fueran tomando nota del mundo que les rodea, de ese que ni ellos (ni a menudo nosotros), queremos ver, porque nos muestran nuestras propias miserias, hace que nos queme en las manos el pijama o la corbata nueva, la tablet o la Play que nos han dejado en el balcón, y que podrían haber alimentado durante meses a un pueblo entero.

          A uno de esos pueblos por los que Melchor, Gaspar y Baltasar volverán a pasar de largo en su regreso a casa por los arenales.

miércoles, 2 de enero de 2019

Desde Macondo. EL AÑO DE LA ALEGRÍA


Si yo, que no mando ni cuando estoy sola,  pudiera dictar un decreto, uno solo, decretaría que este 2019 fuera el “Año de la Alegría”. Y que cada cual buscara y rebuscara en sus adentros, por mucho que tuviese que ahondar, una chispa que se dejara prender para cumplir con la “orden”. La de estar alegres.
          Hay que sacar la alegría de los remotos rincones en los que lleva escondida demasiado tiempo, y hay que hacerlo aunque nos pille desganados, aunque la razón nos diga lo contrario, aunque no podamos dejar de pensar en las dificultades para abrir la puerta a la esperanza porque el hambre, el frío, el miedo, la incertidumbre  y la desesperación, no dan tregua y no entienden de decretos.
          Pero llevamos muchos años tristes. Por muchos motivos. Es momento de decir, como siempre he oído en mi pueblo, que tanta paz lleve el año viejo como descanso deja. Que hemos cambiado de calendario y no nos vale lo de siempre.
          Es Año Nuevo en Macondo. Como en todas partes, diréis. Formalmente, sí, pero es que aquí se nota más el tiempo circular, el eterno Día de la Marmota en el que nunca pasa nada. Al menos, nada lo suficientemente bueno como para merecer un título en este humilde espacio. Nada que nos alegre de verdad, más allá de las minúsculas victorias cotidianas de cada cual.
Ni después de pensar un buen rato, yo que soy de escribir con las tripas, encuentro un adjetivo que defina mejor el 2018 que hemos despedido. Triste. Como el anterior, el anterior, y muchos de los que les han precedido. Triste con la tristeza que da estar en el mismo sitio, o de caminar sólo hacia atrás, que es peor. Por ver cómo te adelantan por la derecha y por la izquierda, y hasta te empujan para que te quites del medio y no molestes.
          Creo que si a los que ya hemos avanzado un buen trecho en la vida  nos dieran la ocasión de borrar un año de los vividos hasta el momento, lo tendríamos francamente difícil. No voy a hacer un balance de lo perdido; no voy a meter el dedo en la llaga de la pobreza, de las desigualdades, de la desesperanza y del futuro imperfecto. Las heridas siguen abiertas y sin visos de cicatrizar.  Cada cual tiene las suyas y se las lame como puede. O hasta que puede.
          Pero hay una herida colectiva que se infecta año a año y que amenaza con gangrenarse, llevándonos al final de los finales. Es la falta de alegría, que viene casi siempre de la mano de la ilusión y de la esperanza. También ausentes. Tenemos que sacudirnos el fatalismo, la resignación y el amargo convencimiento de que los magos de Oriente sólo dejarán carbón en nuestros zapatos.
          2019 tiene que ser el año de la alegría. De defenderla con uñas y dientes, como se plasma en los archiconocidos versos de Benedetti: Defender la alegría como una trinchera, defenderla del escándalo y la rutina, de la miseria y los miserables, de las ausencias transitorias y las definitivas”.  De la tristeza.
Feliz 2019.