El diccionario nos dice que una de las acepciones de
colaborar es “ayudar con otros al logro de algún fin”. Y Economía, también de
acuerdo con la Real Academia, es la “Ciencia que estudia los métodos más
eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo
de bienes escasos”. Juntando y pegando, la llamada “economía colaborativa”, tan
de moda (tristemente), debería ser ayudarnos entre todos a distribuir lo que
hay, para que nadie pase necesidad. Más o menos.
Así debería ser, si nos
atenemos a la literalidad de los conceptos, pero es que la tan traída y llevada
crisis ha removido todos los cimientos. Hasta los del lenguaje. Ya no se trata
de compartir, vender o cambiar lo que te sobra o no usas, sea tiempo, una
bicicleta o un apartamento, que los nuevos tiempos, además de consumidores de
bajo coste, también nos han dejado "plataformas" de espabilados y
trabajadores low cost.
Si la crisis ha
convertido a muchos en consumidores de lo justo y menos, ello también tiene
efecto directo sobre los costes (laborales y de otro tipo) de las empresas, que
se han apresurado a reducirse. En el terreno del mercado laboral han aparecido
cientos de miles de los llamados microworkers, trabajadores por horas o por
ratos, pendientes durante toda la jornada de si entra o no una petición de
trabajo en la plataforma en la que están registrados para realizar una pizca de
lo que hasta ahora llamábamos trabajo, cobrando, por supuesto, un minisueldo,
por tanto, una centésima parte de lo que debería ser un salario.
Y para colmo,
sustituyendo al asalariado por el autónomo. O el “emprendedor”, que dirían los
chicos del PP.
En lo que ahora
llaman economía colaborativa, entran, por ejemplo, Uber o Cabify, o Airbn, para
alquileres, y hasta plataformas de reparto de comida a domicilio, como
Deliveroo, cuyos trabajadores (autónomos-emprendedores), están ahora en pie de
guerra, hartos de pedalear por toda la ciudad por una miseria, además de pagar
sus cuotas, poner la bicicleta y hacerse cargo de las lesiones y las
reparaciones.
Eso no es
colaborar. O sí, pero retorciendo el significado. Es ayudar a que engorden las
cuentas de cuatro listos a costa de pasar penurias, de no llegar ni a mediados
de mes y de borrar del diccionario el término futuro, porque, simplemente, no
existe.
Muchos de nosotros, en algún
momento de nuestra vida, hemos hecho “trabajillos” para ayudar a la economía
familiar, para pagar las matrículas o los libros del curso o para pagar un
extra. Desde vendimiar algunas semanas a dar clases particulares al hijo de la
vecina, cuidar niños o lo que cada cual haya podido. Con la vista puesta en el
mañana.
Ahora es siempre
hoy, que esta nueva economía parece haber venido para quedarse. Por encima de
la justicia, de la solidaridad y del futuro.
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