Según el
diccionario, el término, de género femenino, viene del latín y recoge usos,
costumbres y conocimientos que, por considerarse especialmente valiosos o
acertados, merecen que sean aprendidos por las nuevas generaciones, para que lo
transmitan a las siguientes, a fin de que se conserven, se consoliden, se
adecuen a nuevas circunstancias. Bien. Que todos conservamos celosamente
recetas de la abuela, secretos de familia para hacer tal o cual cosa, como se
ha hecho desde que el mundo es mundo, y, yendo más allá, no son pocas las cosas
que hemos recuperado acudiendo a enseñanzas antiguas.
Hasta aquí la
teoría, y la primera parte de la definición.
La segunda, la de “adecuarse a las nuevas circunstancias”, ya no está
tan clara. Llevamos unos días (y lo que te rondaré morena), en los que, por
razones que todos tendréis en la cabeza, nos sale la tradición por las orejas.
La de cosas que hay que recuperar y mantener… Desde la Reconquista y desde más
atrás. Yo diría que desde las cavernas, desde que Hug el Troglodita de los
tebeos asestaba un estacazo a la chica de sus sueños para certificar el
matrimonio.
No sé si por
casualidad, o porque el cerebro, en situaciones límite establece extrañas
concesiones, la sobredosis de tradición ha coincidido con alguna noticia que a
punto está de producir un cortocircuito en la ya, digamos delicada, situación
de las mujeres en el mundo. En España también, claro.
Una joven
madre ha muerto en Nepal, junto a sus dos hijos, por cumplir la tradición denominada
“chaupaddi”, que básicamente es el
derecho que el marido tiene a echar a su mujer de cada durante la menstruación.
Una vez al mes, a la puñetera calle. Con muchos grados bajo cero y con los
niños, por si se han contagiado de la impureza. Sigo. La pasada semana, un
tribunal de Arabia Saudí ha dictado sentencia obligando a notificar el divorcio
a las esposas por SMS. Gran avance. Eso, y que les permitan conducir desde el 1
de enero, aunque aún no pueden solicitar
su pasaporte, salir del país, abrir una cuenta bancaria, poner en marcha un
negocio propio, casarse o someterse a intervenciones quirúrgicas que no sean de
urgencia.
En otros
países sigue el vigor el “talaq”, la
forma más sencilla de decir ahí te quedas, y me voy sin obligación de pagar
pensión ni nada de nada. Pronunciando tres veces la palabreja, divorcio
consumado. Y hasta se permite hacerlo por guasap o por skype. Las mujeres
masai, en África, son acogidas por primera vez en casa de
los parientes de su futuro esposo con insultos y estiércol. Simboliza la vida
difícil que comienza. En Mauritania, engordan como si fueran pavos a las niñas
y mujeres, porque es una vergüenza ser delgada. Una vergüenza. Por ello, es tan
importante para las niñas ser gorda que quienes son delgadas son enviadas a un
campamento de verano para subir de peso. Tan sana costumbre es conocida como “leblouh”, e incluye el vomitar para
seguir comiendo.. La tradición mauritana dice que el
tamaño de una mujer indica el espacio que ocupa en el corazón de su marido.
Qué bonito. Y no os digo nada de los
pies vendados de las chinas o los cuellos de las mujeres jirafa, o la
infibulación, la mutilación genital para proporcionar mayor placer al marido y
salvaguardar la virginidad. Como manda la tradición.
No he encontrado ningún uso o costumbre
similar pero en masculino; nada que los obligue a ser puros, a estirar el cuello o encoger los pies, a embellecerse para nosotras, o
a darse por divorciado a través del ciberespacio, o a ser obligado a casarse
con una señora de avanzada edad para pagar deudas familiares.
Igual hay que
olvidarse de algunas tradiciones. O mejor, crear otras nuevas que perduren por
los siglos de los siglos. Y esta vez, en femenino.
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