Ya sé que el dicho es al revés. Que
podemos hacer leña del árbol, partirlo en troncos gruesos o en diminutas
astillas; usarlo para hacer suntuosos muebles o humildes cajas de frutas. O
simplemente para hacer fuego. Puede ser mil cosas diferentes, pero nunca podrá
volver a ser un árbol.
En estos días hemos escuchado a Jean-Claude Juncker pedir perdón.
Una década después, claro está. Ha
reconocido que "no fuimos
solidarios con Grecia, la insultamos y
la injuriamos”. Y aplicaron un
chantaje a su Gobierno, al que obligaron a aceptar unos recortes sociales sin
precedentes que pagó y sigue pagando la
mayoría de su población en pensiones, subsidios de desempleo y servicios
sociales. Había que salvarse, a costa de lo que fuera. Salvar el euro, salvar
Europa, así, en genérico, sin pararse a pensar en la gente que lo perdía todo,
que de un día para otro se quedaba en la calle, sin trabajo y, en muchos casos,
sin ninguna razón para vivir, que alguien tendrá que hablar alguna vez de la
ola de suicidios.
Ahora, que no hay
marcha atrás, les piden perdón. Ahora, que la leña ya no puede reconvertirse en
árbol, y viene esto a cuento de una noticia que leí por aquel entonces, y que
me conmovió tan profundamente que tuvo espacio en este blog. El árbol de
Platón. En un crudo invierno, con
escasez de todo, con la imposibilidad de comprar combustible para cocinar o
calentarse alguien hizo leña del olivo
de Platón, el árbol milenario bajo el cual el filósofo impartía sus enseñanzas
a alumnos tan cualificados como Aristóteles. Primero llegó la indignación. Y
con la explicación, la tristeza.
Igual que
ahora. Cabrea hasta el infinito que alguien se arrepienta cuando ya da igual, y
que no tenga responsabilidad alguna. Y que hasta se sienta orgulloso y mejor
persona por haber pedido perdón. Y que siga ahí, de mandamás, como si nada
hubiera pasado. Ni en Grecia, ni en España, por ejemplo, también de las más
perjudicadas por la terapia de tijera impuesta por Europa.
No se puede
hacer árbol de la leña; no se pueden recuperar, ni en diez ni en cien años
edificios históricos que se han derrumbado por falta de mantenimiento, ni las
vidas de los que quedaron en la calle, de los que no pudieron comprar
medicamentos, ni de los niños mal alimentados, ni de los desahuciados, ni mucho menos, las de los que
decidieron acabar con todo.
Lo vemos cada
día. Nos cuentan que el sistema sanitario quedó tan tocado que no es capaz de
cerrar las heridas de los salvajes tijeretazos, y que costará que cierren, por
mucho dinero que se invierta. Costará reducir las listas de espera, tras muchos
años engordando, y el número de camas, reducidas hasta el mínimo y más allá, y
la salud de quienes dejaron de percibir servicios básicos, sumando además el
hecho de que la población ha envejecido y tiene más achaques.
Otro tanto
sucede con la educación, y con la cultura, aparcada como la pariente pobre, y
con los miles de personas que quedaron en la calle en la edad más difícil para
encontrar otro puesto de trabajo.
Toda esta
“leña” no podrá volver a ser árbol, y alguien debería pedir perdón también
aquí.
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