Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

martes, 28 de agosto de 2018

Desde Macondo. SEPTIEMBRE, EL MES DE LA MARMOTA

Como los tiempos avanzan que es una barbaridad, y no hablamos del día de la Marmota, como expresión utilizada comúnmente para aludir a la repetición de mismos comportamientos y situaciones.  De las mismas cosas.  Se puede hablar, sin temor a exagerar, del mes, del año y hasta de la legislatura del dichoso animalito.
          Y ahora que empieza septiembre, con más motivo, porque enseguida echamos mano al inicio del curso, a recuperar el tiempo perdido en verano, a pasar revista a todo los meses anteriores y a poner o ponernos deberes para el curso que empieza.
          Porque septiembre siempre ha sido un mes de inicio, con los lógicos cambios del tiempo y los recuerdos, que empiezan a pesar si comparamos con la actualidad. Todos los septiembres tienen algo de incertidumbre y de nostalgia. De añoranza por aquellos otros de hace muchos años, y tan vivos en la memoria.
          Entonces, septiembre era agridulce, porque pesaba el recuerdo del verano salvaje y libre. Pero era esperanza. Era la vuelta a las aulas, zapatos nuevos (Gorila, con la pelotita verde), era ordenar apresuradamente las vivencias y las anécdotas de vacaciones que se agolpaban en la cabeza atropellándose para ser contadas; era la mezcla del temor a lo desconocido y del ansia por conocer.
          Septiembre era cartera nueva o heredada de tu hermana, lápices aún sin morder y cuadernos a veces reciclados y, con suerte, sin dos rayas, que te sentías muy mayor. Era la Virgen y el comienzo de la vendimia, el olor a mosto por las calles y los remolques cargados que, a menudo, nos regalaban un racimo de uva magullada y sucia de tierra.
          Era el mes con mayúsculas, el mes por excelencia, porque en septiembre empezaba todo. Hasta las Navidades, que veíamos ya tan cerca...
          Crecimos, y septiembre siguió siendo el principio. El Instituto empezaba en octubre y la Universidad, a veces casi en noviembre. Pero ningún mes podía quitarle el protagonismo. El otoño, el curso político, la vuelta al trabajo tras el verano, los días más cortos, las noches más largas...
          Creo que todos hemos amado y odiado septiembre casi por igual en las distintas etapas de nuestras vidas, y ahora... No sé cómo definir este mes con tantas cosas pendientes y, sin embargo, tan cotidianas, tan de todos los días.  Es un septiembre raro, tal vez porque también agosto, y julio, han sido diferentes. O porque a estas alturas de la vida, nada empieza ni acaba del todo.
          El año político empieza incierto, crispado,  y prometiendo más crispación, que hay elecciones a la vuelta de la esquina. Pero las caras resignadas, un tanto aburridas,  han sustituido a la expectación que brillaba en los ojos cada septiembre de aquellos años felices.  La vida se arrastra por las calles de Macondo y la gente la ve pasar sin alegría. Pasa y ya está. Otro mes de la Marmota.
          No huele a libros sin forrar porque no hay asignaturas nuevas. Son las de siempre, las mismas aulas, los mismos profesores… Como si no hubiéramos aprobado nada y repitiéramos curso.
           No hay sensación de comienzo de nada y, tal vez por eso, hayan venido a mi memoria esos otros septiembres, los que eran como debían ser. Los de entonces.
          Ni ellos, ni nosotros, somos ya los mismos.

LA FAMILIA Y OTROS ANIMALES

Tomo prestado el título de la divertida novela de Gerald Durrell, y ya puestos, hasta cambio el “mí” del original por el “la” propio, no vayáis a pensar que me estoy refiriendo a los de mi sangre, que tienen-tenemos-sus cosas, como todos, pero dentro de lo que se entiende como normalidad familiar. Y por tanto, nunca aparecerán en un espacio como éste, al menos, de mi pluma.
          Y a pesar de todo, el título me lo ha sugerido una frase que mi madre repetía hasta la saciedad, “Dichoso el que a los suyos se parece”. La decía una y otra vez, especialmente cuando yo comparaba mi genio con el suyo, o en broma le recriminaba su herencia de caderas anchas y pies siempre prestos a hincharse, a poco que hiciera calor o hubieras caminado más de lo habitual. Que en eso éramos muy parecidas. Lástima que no haya heredado otras cosas de ella.
          Pero a lo que íbamos, que yo quería hablar de otra familia, de los Franco, cuando llevo ya casi una semana intentando digerir el comunicado hecho público tras conocerse el decreto-ley del Gobierno para sacar los restos del patriarca de donde nunca debieron estar. Por no hablar de declaraciones varias, apariciones en medios y demás, arropados por la fundación que lleva el nombre del abuelo y con la inestimable ayuda del prior de los benedictinos que custodian el “santo” lugar”.
          Resulta que  ponen negro sobre blanco que los "únicos legitimados para decidir el destino de los restos mortales" de su abuelo son ellos. Hala, sin anestesia, y mientras nos preguntamos en qué elecciones hemos votado al tal Francis, portavoz familiar, para decidir sobre tal cuestión o sobre cualquier otra. Por supuesto que tienen derecho a presentar alegaciones, faltaría más, que no queremos ni remotamente parecernos a su familia, mucho menos al dictador, para quienes el término democracia es una obsoleta palabra griega en desuso y borrada del diccionario.
          Y ahí están todos de acuerdo. La “family” al completo. Desde la flamante duquesa, hasta los que gestionan, vía Panamá, la herencia, fabulosa a decir de algunos, que nunca hubiera conseguido dejar a sus deudos un militar decente por muchos años de servicio a la patria que cumpliera, y que disfrutan, desde hace más de ocho décadas, todos los miembros de la “unidad familiar”.
          Herencia que no debiera ser inamovible (como el cuerpo del abuelo), y a las pruebas me remito, que la nieta de Pinochet ha sido condenada hace tan sólo un par de meses a devolver un puñado de millones de los que el dictador chileno le dejó para su uso y disfrute.
          Aquí, no sólo no se habla de eso, si acaso, y tímidamente del pazo de Meirás, sino que se permiten poner por escrito, y difundirlo, que el gobierno "no podrá culminar su propósito de vejar los restos en un acto de revanchismo retrospectivo sin precedentes en el mundo civilizado". Toma ya. Sin Ley Mordaza, sin 155 y sin nada de nada. Porque ellos lo valen, que para eso son “la familia”.
          No sé a vosotros, pero a mí se me despiertan los peores instintos. Que esto no se acabe con la inminente salida de una momia del levantando una lápida y llevando al inquilino con la música a otra parte. La familia, y otros animales que andan por ahí diciendo burrradas, también tendría que responder por mantener la herencia. La material y la otra, que es peor.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Desde Macondo. INCÍVICOS

No creo que los protagonistas de este artículo acudan mucho al diccionario. O sí, vaya usted a saber, que no sería la primera vez que nos llevamos una sorpresa. Por si acaso, dejo la definición de “incívico” que nos da la Real Academia: Falto de civilidad o cultura. Y en la segunda acepción, Grosero, maleducado. Que también viene como anillo al dedo.
          No sé si veo las cosas con la perspectiva de la edad, pero por mucho que echo la vista atrás no encuentro, entre mis diversiones de juventud, ninguna que me llevara a romper botellas en un parque público, quemar contenedores, romper candados en instalaciones deportivas y arrojar al río su contenido, ni aliviar la vejiga, u otras cosas peores, en vías públicas, a las puertas mismas de un bien cultural o en la primera esquina a la derecha.
          Vamos, que ni se nos pasaba por la imaginación, y entonces, aunque a otra escala, también se bebía y se tenía la sangre caliente y las hormonas revolucionadas. Y había chulitos y chulitas que querían demostrar su osadía… En fin, como ahora, que todos hemos tenido veinte años y muchas ganas de romper las reglas.
          Pero no sé en qué momento se ha saltado la línea. La que marca, el civismo, la convivencia, el respeto por lo que es de todos, por lo que todos pagamos y volvemos a pagar cuando hay que reponerlo. Igual tiene que ver con la educación en casa, o con la falta de ella. Con la permisividad mal entendida, que está produciendo nuevas generaciones incapaces de tener su cuarto en condiciones mínimamente habitables, que no saben freír un huevo ni comerse un bocadillo si previamente no lo han comprado o se lo ha hecho su madre.
          Tal vez sea producto del desencanto por el presente incierto o por el futuro imperfecto que atisban en el horizonte. Pero nada de eso es excusa, ni mucho menos. Es como golpear al primero que pasa por la calle en lugar de darte a ti mismo un golpe contra la pared cuando tienes algún contratiempo.
          Lo cierto es que casi nos hemos acostumbrado a escuchar, escandalizándonos lo justito, las cifras millonarias de la limpieza tras un macrobotellón o un festival, la cantidad de contenedores, papeleras o cualquier otro mobiliario público que sufre “agresiones” gratuitas cada fin de semana, cuando los incívicos multiplican sus presencias en la calle; que reclamamos, a pesar de lo que cuesta, que pongan cámaras de vigilancia o patrullas policiales en tal o cual zona, y que hasta criticamos las campañas contra la venta de alcohol a los jóvenes.
          La edad no es excusa; la necesidad de diversión, tampoco. Bastaría con que cada cual interiorizara la idea de que la ciudad es tu casa y que la compartes con otras personas que no merecen ni tus vómitos, ni tus orines, ni los restos de tus juergas y, mucho menos, las “gracias” que atentan contra el patrimonio de todos.
          En la antigua Grecia se condenaba al “ostracismo” a los ciudadanos considerados como un peligro para la comunidad. Debían abandonar debía abandonar la ciudad en el plazo máximo de diez días y permanecer exiliado durante diez años Igual tendríamos que recuperar esta figura.

miércoles, 15 de agosto de 2018

Desde Macondo. TRISTES PUEBLOS

Me ha partido el alma ver en las calles de un lugar de Cuenca con nombre precioso, Portalrubio de Guadamejud, muchas escenas de la vida de pueblo que recuerdo, de las mujeres en la fuente, o sentadas en corro a las puertas de sus casas para no dejar escapar el fresco de la noche; hombres azada en ristre desbrozando el camino de entrada, niños manejando con destreza el aro, o los abuelos en los bancos de la plaza. Todo como cuando, muchos años atrás, yo vivía en un pueblo.
          Y digo que me ha partido el alma porque las imágenes no eran tales, los hombres, mujeres y niños, era personajes de una obra de teatro. Y el pueblo, un escenario. Portalrubio de Guadamejud no ha encontrado mejor forma de escenificar su lucha contra la despoblación que colocar muñecos como nuevos 'vecinos'. No llega a los 30 habitantes y quiere llamar la atención sobre el gravísimo problema de estar abocado a quedarse sin habitantes.
          Por eso, y con los particulares 'figurantes' que ejercen de nuevos vecinos, hechos con materiales reciclados, eso sí, los pocos que aún resisten han querido “repoblar” simbólicamente casas en ruinas o antiguas escuelas, recreando escenas que en su día fueron cotidianas. Y que están abocadas a desaparecer para siempre por políticas obtusas y por un mal entendido reparto del bienestar.
          Los pueblos deberían ser la niña bonita de cualquier Gobierno medianamente inteligente. De cualquiera que hiciese cuentas para concluir que el 80% del Patrimonio Cultural del conjunto del Estado se encuentra en zonas rurales. Y me refiero a patrimonio arqueológico, histórico-artístico, natural, industrial, eclesiástico, civil. Patrimonio material e inmaterial. Y por supuesto, el 100% de nuestro Patrimonio Natural.
          Y a pesar de todo, los datos son sangrantes, de los que duelen en el cuerpo y en el alma. Más de 4.000 municipios españoles sufren problemas de despoblación y 1.840 localidades ya están consideradas en riesgo de extinción. Habrá que darle las gracias a quienes decidieron cerrar consultorios y escuelas, hacer cada vez más mínima, hasta extinguirla, la oferta sanitaria, educativa, etc., muy centrada en los grandes espacios, pero tan cruel con las pequeñas poblaciones. Por no hablar de cortar de raíz líneas de transporte público, “olvidarse” de las infraestructuras y hasta de las conexiones telefónicas en la era de Internet.
          Me duelen los pueblos porque, como todos los que nacimos y crecimos en uno de ellos, nos resistimos a su desaparición, a que sean meros contenedores de personas mayores, a la espera de que fallezca el último habitante, o sus hijos decidan llevarlo a la ciudad.
          Ya hay situaciones irreversibles. Demasiadas. Pero aún estamos a tiempo de reclamar actuaciones que hagan la vida más fácil a quienes por elección o por obligación viven en el mundo rural y, sobre todo,que hagan atractivos nuestros pueblos.
          Hablar de “repoblación” es una quimera. Pero tan hermosa como soñar con Macondo.

martes, 14 de agosto de 2018

EL NUEVO CATECISMO

Puede que sea verdad eso de que nunca es tarde si la dicha es buena. Pero es que esta “dicha” ha tardado más de dos milenios, y en ese tiempo han pasado muchas cosas. Y hemos sido millones los que nos hemos aprendido de memoria el Catecismo (a la fuerza ahorcan), con todo lo que contiene.
        Pena de muerte incluida, aunque sólo fuera para los malos malísimos, y saltándose el quinto mandamiento, el “no matarás”.  Pero después de dos mil años, que las cosas de palacio van despacio, y no se me ocurre nada más palaciego que la Santa Madre Iglesia, el derecho a matar, su justificación y el consiguiente perdón por hacerlo,  ha desaparecido del Catecismo.  Bueno, lo hará en la próxima edición, pero es oficial desde el 1 de agosto.
        Lo ha dicho el Papa. Desde este mes, la Iglesia va a estar en contra de la pena de muerte. La noticia ha quedado un tanto enmascarada por las vacaciones, los calores y algún que otro asunto de actualidad, pero no es pecata minuta.  La pena de muerte es legal en 57 países. Cierto que muchos de ellos no son católicos, pero otros sí. Los datos oficiales de 2017 reflejan 993 ejecuciones en 23 países, y un total de 22.000 personas condenadas, en espera de la pena capital. Para unos ya es tarde, pero igual otros se salvan, si sus líderes deciden a leer el nuevo Catecismo.
        Celebrando la noticia, aplaudiendo la decisión del Papa, no podemos dejar de pensar en el “retraso” y sus consecuencias. En cómo hubiera sido la cosa si la Iglesia hubiera condenado mucho antes, ya no digo dos mil años, la pena de muerte. En cualquier circunstancia. Si no hubiera callado, y llevado bajo palio, a sangrientos dictadores que incluso firmaron sentencias de ejecución prácticamente en el lecho de muerte (España, 1975), y si no hubiera colocado alfombras en templos y catedrales para que pusieran el pie aquellos a los que no le temblaba la mano a la hora de despachar al otro barrio, con motivo o sin él, a decenas de miles de personas. Ya puestos, no estaría mal que incluyeran un artículo en el nuevo texto pidiendo perdón. Igual el próximo Pontífice…
        Es tarde para muchos. Pero la dicha es buena, y hay nuevo Catecismo.

jueves, 9 de agosto de 2018

Desde Macondo. SUEVOS, VÁNDALOS Y ALANOS


Los que tuvimos la suerte de estudiar Historia, con mayúsculas, en casi todos los cursos desde que pusimos el pie en una escuela, recordamos perfectamente las llamadas "invasiones bárbaras", que tuvieron lugar allá por el siglo V, en plena decadencia del Imperio Romano. Seguro que os suenan los suevos, los vándalos y los alanos, que no sé si vinieron en este orden, pero así es como lo aprendimos. Llegaban en oleadas sucesivas, y se quedaban donde mejor les cuadraba.
          Conquistaban a sangre y fuego, aplastando sin miramientos la cultura, el arte y la civilización que había cambiado de manos, destruyendo gratuitamente lo que les parecía, sólo por demostrar que ellos la tenían más larga. La espada. Y los pobres íberos, los habitantes de Hispania, ver, oir y callar, si en algo apreciaban su vida.
          Pues ya véis, me he acordado de los bárbaros, que seguro dormirán plácidamente sus borracheras y excesos en las páginas de mis textos de juventud, viendo las invasiones de turistas varios que se desparraman por nuestras costas, también por el interior, haciendo todo tipo de barrabasadas, como si el país entero fuera un campo listo para ser arrasado. Como si estuviéramos encantados de que nos "conquistaran" a cualquier precio. Y sí, dejarán dinero, pero no todo vale.
          No hay más que asomarse a los telediarios para comprobar, un día sí y otro también, que la "turismofobia" se va abriendo paso por culpa de los energúmenos descendientes de los suevos, los vándalos, los alanos o del mismísimo Atila.
          Ya no hablo del "balconing", que al fin y al cabo, si deciden matarse es su problema. Las macroborracheras ponen al límite la paciencia de los vecinos, los llamados "pisos turísticos" multiplican por diez su capacidad, con las consiguientes molestias para los que viven en la planta superior, o en la inferior, y tienen que trabajar al día siguiente. Y no digo nada de la suciedad que generan, de la inseguridad que produce cruzarte por la calle con estas hordas de personas semidesnudas y vociferando, sea la hora que sea, que para ellos son simplemente vacaciones.
          Los bárbaros pueden destrozar un chiringuito, tatuar su nombre en la frente de un pobre sin techo, colocar papeleras y mobiliario urbano en el centro de la calzada, lanzarles monedas a los mendigos o pintarle barba y ojos de gato a una escultura del Pórtico de la Gloria. Porque es su momento, el de la invasión.
          Claro que está bien eso de ser el primer destino turístico, que nuestra oferta y nuestros precios sean competitivos y atractivos para personas de cualquier punto del planeta. Pero hay que empezar a ser selectivos, o esto puede acabar como el rosario de la aurora. No tengo nada contra el turismo de sol y playa, pero de hecho me consta que son muchos, de dentro y fuera de Europa, los que optan por otra forma de conocer el país, precisamente huyendo de broncas y botellones.
          Afortunadamente, y hasta el momento, a los "bárbaros" no les da por la historia y la cultura, por visitar castillos, monasterios, catedrales o museos, que sería una catástrofe. Pero no estaría mal enfrentarse con mano dura a quienes, muchos siglos después, vienen a invadirnos sin miramientos.
          Se gasten lo que se gasten, que hay cosas que no tienen precio.


martes, 7 de agosto de 2018

MENTIRAS DE TODA LA VIDA (Para los modernos, fake news)


Haberlas, las ha habido siempre. Aunque no tuvieran tan pomposo nombre, en inglés, por supuesto, que suena más moderno, como si las acabáramos de inventar. Son metiras de toda la vida, aunque dicho en román paladino parezcan pecadillos veniales y no lo que son en realidad. El Diccionario de Cambridge define a las fake news como «historias falsas que parecen ser noticias, difundidas en Internet o usando otros medios, generalmente creadas para influir en las opiniones políticas o como una broma»,
          En nuestro diccionario, podemos encontrar muchos términos parecidos, como bulos, rumores, falsedades, y, a poco que nos esforcemos, hasta podríamos asimilarlas con injurias o calumnias.
          Pero se llamen como se llamen, las "fake news" siempre han servido para crear estados de opinión que, indefectiblemente, y aunque debieran ser al contrario, favorecen a quienes las fabrican y difunden, sea en materia política, económica o del tipo que sea.
Segura estoy que en la Edad de piedra habría algún neandertal que, en su lenguaje de gruñidos, se esforzaba en contar a sus congéneres las bondades o maldades de un alimento, o de una cueva, para disfrutar de comida y alojamiento más fácil. Y que habría linchamientos, sólo con sembrar sospechas del vecino que te había robado la novia o te caía mal.
          Andando el tiempo, los cristianos, los judíos, los supuestos herejes, o las brujas, fornicaban con el demonio, comían niños crudos y hacían todo tipo de pactos con espíritus malignos. Y a muchos les costó la hoguera. Otros muchos se dejaron vida y hacienda buscando El Dorado tras el descubrimiento de América, porque a alguien le vino bien difundir la presunta existencia del reino de la abundancia. Y qué os voy a contar de la propaganda nazi, o más recientemente, de las inexistentes armas químicas que justificaron la guerra de Irak.
          Pues eso, que las fake news no son un invento de Trump, aunque en su delirio anunciara la creación de los Fake News Awards , premio que debiera llevarse él en todas las ediciones.
          Lo malo es que las mentiras de toda la vida, en su versión moderna, han encontrado un formidable altavoz en las redes sociales, y en cientos de miles de descerebrados dispuestos a convertir en verdad verdadera la más burda falacia. Porque hay algunas que hasta sonrojan, que lees o miras pensando que nadie puede creerse infamia de tal categoría. Y que comparten desde profesores universitarios hasta la portera de la casa, con todos los respetos a cualquier profesión.
          En los últimos días, y por ser el tema de moda, me he hartado de ver informes, supuestas informaciones y hasta más supuestos documentos "oficiales", con su escudo y su "gobierno de España" y todo, anunciando lo que cobrarán los gitanos, los musulmanes o cualquier emigrante que se decida a visitarnos. Si son negros, más, por supuesto. Que ya sabéis que hay millones de africanos prestos a saltarnos a la yugular para sacarnos hasta la última gota de sangre (léase chupar de nuestro estado de bienestar).
          Y esto ya no son fake news, ni mentiras de toda la vida, ni burdos rumores ni mentirijillas para arañar algún voto que otro. Son simple y llanamente sinvergonzonerías. Que no sé cómo se dice en inglés, ni falta que me hace.