Dice el diccionario de la Real Academia que regresión es el “Retroceso a estados psicológicos o formas de conducta propios de etapas anteriores, a causa de tensiones o conflictos no resueltos”. Pues en esas estamos. Que vamos para atrás, que nos estamos volviendo niños, ya sabéis, como cuando éramos pequeños y nos metíamos debajo de la cama, o nos tapábamos la cabeza con la sábana para no ver la oscuridad.
O pensábamos que si cerrábamos los ojos muy muy fuerte, apretando los labios al mismo tiempo, los monstruos se esfumarían.
Y así andamos, mirando hacia otro lado, como si de esa forma desapareciera todo lo que nos desagrada, lo que no nos gusta y lo que pensamos que no podemos solucionar.
Nos tragamos todo lo que nos echen, y hasta confiamos en visionarios que nos prometen un mundo mejor, aunque de sobra sabemos que nos están engañando. Pero queremos creerlos. No hace falta irse muy lejos para buscar ejemplos. Podría irme a la América de Trump, o detallar los gobiernos populistas que empiezan a menudear por Europa, prometiendo el oro (y el no moro, por hacer un chiste de lo que no tiene nada de gracioso), prometiéndonos un mundo mejor sin refugiados que vienen a aprovecharse de nuestro maltrecho estado del bienestar, sin emigrantes que nos quiten el trabajo, sin supuestos terroristas que quieren destruir el cómodo modo de vida occidental. Hasta sin molestas mujeres modernas que andan todo el día buscando sus derechos por los rincones.
Pero voy a quedarme más cerca, que en todas partes cuecen habas, y por aquí, a calderadas. No sé si hemos perdido la capacidad de análisis y de razonamiento, si se trata de un raro fenómeno psicológico colectivo, por el que todos añoremos, de repente, un tiempo pasado que para nada fue mejor.
Estamos en plena regresión, y damos alas, abrimos los oídos a quienes vienen contando milongas casposas y rancias. Estamos dispuestos a creernos los mayores embustes, las películas más enrevesadas y las promesas más disparatadas. Todos los cuentos, por fantásticos que sean, siempre que nos aseguren un colorín colorado feliz. Debe ser la regresión.
El fundador de Macondo, José Arcadio Buendía, creador de la estirpe condenada a cien años de soledad, una persona de carácter fuerte, de voluntad inamovible, de gran fortaleza física, con ilusiones extravagantes, gran interés por la ciencia, la mecánica y la alquimia, muy idealista y aventurero, decidió un buen día que el martes era lunes, y el miércoles y el jueves, también lunes. Se negó a asumir el paso del tiempo, que sólo le traía complicaciones.
Pero la vida seguía. Y nadie pudo parar el diluvio.
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