Esto
no va de condes ni duques. Ni tan siquiera de reyes, que dejo para otro
momento. Es que el tiempo circular y la imperiosa necesidad de huir del mundo
que nos ha tocado en suerte, me ha hasta la Grecia clásica y esas formas de
gobierno que estudiamos en nuestra juventud.
Ahora,
que estamos en manos de los peores (léase América, Gran Bretaña, otros muchos
puntos de Europa y más cerquita, aquí mismo), me viene a la cabeza el sentido
exacto del término aristocracia, de aristós-los mejores-y kratos-gobierno. Decía Aristóteles que
los ciudadanos deben ser gobernados por aquellos con más educación, más
inteligencia y mejor moral, que dictan reglas y ejercen el poder en beneficio
de todos y de manera desinteresada ¿Les suena? Igualito que ahora.
Antes
de que el término aristocracia degenerase, podía haber perfectamente democracia
aristocrática, y hasta república aristocrática, de la que hablaban Platón o
Cicerón. Pero hemos borrado la entrada del diccionario, pasando directamente a
la O de oligarquía, a la forma degenerada y negativa de la aristocracia, en la
que el poder se transmite por la sangre (o por disciplina de partido) y por
influencias económicas. Seguro que también les suena.
Ya
no son las cualidades éticas o morales, ni la inteligencia ni la capacidad de
trabajo ni la vocación de servicio a la sociedad lo que define a un gobernante.
Antes bien, y mirando el panorama, parece que hemos elegido a los peores, que
no sé cómo se dirá en griego. Como los antiguos oligarcas, utilizan el poder y
las influencias no para cuidar los intereses de la sociedad, sino para imponer los
suyos particulares, o los del grupo en el que se integran.
Así
nos va. Nos recortan, nos empobrecen, nos quitan el presente y el futuro como
tributo a los grandes grupos económicos, a los bancos, a los poderosos. Y una
se pregunta dónde están los mejores. Tal vez en el Macondo primitivo, en el que
los fundadores se ocuparon de que todas las casas fueran dignas, construidas a
igual distancia del río para que todos tuvieran el mismo acceso al agua y
colocadas de tal forma que cada habitante disfrutara las mismas horas de sol.
José
Arcadio Buendía hasta intentó construir las casas con bloques de hielo para que
Macondo dejara de ser un lugar ardiente. Los gobernantes de ahora están tan
frescos, mientras nos arrojan
directamente al infierno.
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