Lo
he pensado tarde y, la verdad, no sé si me apetece demasiado por aquello
de conservar mínimamente la esperanza, no agravar la gastritis y no dar
oportunidad a que una úlcera de estómago me amargue los pocos ratos dulces de
la vida. Pero estoy convencida de que
cuando esto acabe, si es que acaba y vivimos para contarla, que diría mi
adorado Gabo, alguien debería publicar una lista con todas las barbaridades
incitaciones al odio, y reflexiones de odio puro y duro que estamos escuchando en
los últimos tiempos.
Y que han traspasado países, continentes
y mares; que no son tonterías de las redes sociales o cuatro youtubers
descerebrados; no son memes de los que menudean en campañas o precampañas, ni
bromas de “manadas” son el seso entre las piernas. Qué va. Suenan en los
Parlamentos con más tradición democrática, los leemos en periódicos de solidas
raíces, en pancartas en las manifestaciones, en los discursos de todos los
líderes mundiales, hablen la lengua que hablen. Trump, Salvini, Orban, Le Pen,
el nuevo líder holandés, Bolsonaro y alguno más en Latinoamérica… Y en España,
¿Qué queréis que os diga? Os lo ahorro, que emulando a Miguel Hernández, podríamos sustituir su pena por el odio. “Pena con pena y pena desayuno, pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla”.
perro que ni me deja ni se calla”.
Pues eso, que no hay día que no nos
desayunemos con un par de mensajes de odio, y hagamos lo propio con el café de
media mañana, la comida y la cena.
Poderosos líderes occidentales basan su poder en mensajes xenófobos, homófobos, supremacistas, antifeministas…Discursos proteccionistas y sentimentales que van calando sin que sepamos muy bien cómo.
Poderosos líderes occidentales basan su poder en mensajes xenófobos, homófobos, supremacistas, antifeministas…Discursos proteccionistas y sentimentales que van calando sin que sepamos muy bien cómo.
He leído a algún sesudo columnista decir
que, en realidad, el hombre siempre ha
pensado así, quizá por miedo a la diferencia, pero que es ahora cuando
encuentra el caldo de cultivo óptimo para expresarlo con libertad. Y con
impunidad. Y no sé en qué momento hemos
abierto las puertas de lo que se suponían regímenes democráticos para que
entraran como Juan por su casa los discursos totalitarios más salvajes.
No sé cuando hemos decidido tolerar lo
intolerable.
Pero como sigo teniendo esperanza en el
ser humano, insisto en que alguien debería ir anotando todo esto cuidadosamente
para sacar “la lista” en su momento. Debería ser algo así como los antiguos y
descomunales listines telefónicos. Detallados, no sé si por orden alfabético,
por temas, por protagonistas, por años, por países...
Sí, es un trabajo monumental. Casi como
una enciclopedia. Pero podría quedar en las bibliotecas para que nadie, nunca,
vuelva a tener la tentación de implantar la cultura de la mentira y el odio.
Para que todo esto sea un mal recuerdo.
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