Quiero creer (aunque sea mucho suponer)
que los descerebrados que han lanzado a la calle el autobús con el lema de
marras se habrán dado cuenta, a estas alturas, que han conseguido el efecto
contrario, que la ridícula foto de Hitler maquillado y sus mensajes medievales,
o antediluvianos, que no me he levantado generosa, son el ejemplo claro, la
prueba viva, de que se necesita más que nunca el feminismo combativo que
destierre para siempre a los cavernícolas, supremacistas trasnochados, casposos
y rancios que aún pululan por ahí, y que se acogen a los derechos que niegan a
otros para lanzar sus diatribas de odio.
Quieren que se deroguen las leyes de
violencia de género y niegan que exista una violencia hacia las mujeres por el
hecho de serlo, y porque a su juicio,
existe violencia hacia la mujer, hacia los hombres, hacia los niños,
hacia los ancianos… Ya, y hacia los animales, y hacia los muebles, cuando das
un puntapié al armario que se resiste a ser cerrado. Pero no es esa la cuestión,
ni la intención.
Tampoco entiendo bien qué pinta Hitler
en el mensaje, que el régimen nazi destilaba testosterona por los cuatro
costados, vamos, que no se distinguió precisamente por la defensa y promoción
de las mujeres, una lucha que, a lo largo de los tiempos, ha sido cosa de la
izquierda, y muy alejada de la derecha y las dictaduras.
En estas fechas manda el violeta. Y no
lo soportan. Carteles, plenos
extraordinarios, actividades varias, declaraciones institucionales, lazos en
las fachadas y hasta huelga. En femenino
plural, que estamos muy hartas de masculino singular, que ya no hay
singularidades que valgan, por mucho que recorran España en autobús.
Que ya está bien. Somos más de la mitad de la población. Han
pasado muchos años desde que empezamos a votar, a estudiar, a integrarnos en el
mundo del trabajo… Y aquí estamos. Copando las cifras del paro, con empleos
peor remunerados que los hombres, con años más largos, que una mujer tiene que
trabajar 418 días para ganar el mismo dinero que un hombre cobra por 365 días
de trabajo.
Pero además somos violables, maltratables, asesinables.
Propiedad del macho alfa, que se permite pasear en autobús y pasarse por salva
sea la parte de su anatomía todos los colores violeta del mundo.
¿Qué ha vivido esta gente? ¿Qué ha
leído? Desde la primera vez que tuve en mis manos Cien Años de Soledad me
atraparon sus mujeres. Úrsula, que
dirige con mano de hierro a siete
generaciones de Buendías; la exuberante
Petra , a cuyo paso los animales se reproducían por millares, Sofía de la
Piedad, con el don de no existir
salvo en el momento preciso; la lánguida
jovencita prostituta, y su abuela desalmada amasando una fortuna con su nieta., Remedios la Bella, que asciende a los
cielos entre una nube de flores amarillas tras acabar con todo varón que la
pretendiera. Felices o
desgraciadas. Acompañadas a todas horas
o eternamente solas. Mujeres. Tan altas, bajas, rubias, gordas o flacas, listas
o simples, madres o no, trabajadoras o desempleadas, serias o alegres. Como
cualquier hombre. Como cualquier persona.
Y tan poderosas como para callar a
cualquier imbécil que a dos patas o sobre ruedas nos quiera llevar de vuelta al
pasado.
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