Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 19 de marzo de 2015

Desde Macondo. REBELIÓN EN LA GRANJA

Llegados a este punto, y cuando ya hemos sobrepasado con largueza los límites de la paciencia, de la generosidad, del conformismo, creo que ha llegado el momento de admitir que tenía razón el burro Benjamín de “Rebelión en la Granja”, de Orwell, “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. Y hay que ser burro para no entenderlo. O para tragar con ello.
          Creíamos haber hecho la revolución convirtiendo la granja opresiva y feudal en un paraíso de libertades, igualdad, democracia, bienestar… Habíamos expulsado al tirano, y nos habíamos dotado de siete mandamientos, no hacían falta más, proclaman do que todos éramos iguales y teníamos los mismos derechos. Y en esa creencia trabajamos sin descanso a favor de la granja-país, que era tanto como decir en nuestro propio provecho, en el de todos.
          No sabemos en qué momento los cerdos (con perdón, pero así es en el libro), fueron arañando cachitos de poder, más y más hasta llegar al todo. Primero empezaron a controlar la comida y los medios de producción, a organizar los turnos de trabajo, a decidir quien hacía qué; después se rodearon de perros para asegurarse que nadie desobedecía sus designios. Y con todo controlado, decidieron reducir las raciones de alimento para ahorrar en petróleo y aumentar los beneficios. Pero ellos seguían engordando…
          Uno a uno fueron incumpliendo los siete mandamientos de la revolución, caminar a cuatro patas, nunca a dos, como los hombres, no dormir con sábanas, no usar ropa, no beber alcohol, no enfrentarse con sus iguales…Los cerdos, encabezados por Napoleón, decidieron que ovejas y aves eran simplemente tontas, clase obrera destinada a obedecer sin rechistar por una cada vez más menguada ración de comida; que el caballo, grande y fuerte, tenía que trabajar hasta la extenuación, que los perros estaban para salvaguardar sus riquezas, cada vez mayores, porque la granja iba viento en popa. La rebelión había sido todo un éxito.
          Creo que Orwell, que conoció bien España, hubiera escrito el mismo libro hoy, casi sin cambiar una coma. Hicimos el milagro de llegar a la democracia tras muchos años de oscuridad y, andando el tiempo, todos los mandamientos en que se asentaba se han ido al cuerno. Los cerdos son metáfora de banqueros, empresarios sin escrúpulos, fondos buitre, sicavs y políticos rendidos al poder del dinero que han olvidado los principios fundamentales de la rebelión y nos han condenado a todos a ser ovejas o gallinas a las que echan un puñado de pienso para que subsistan.
          Durante un tiempo hemos vivido el espejismo de la democracia sin darnos cuenta de que algunos iban engordando y engordando, tomando posiciones, ocupando la cama, el tractor y el surtidor de petróleo, situando estratégicamente a los perros para que nadie se mueva y dejando reducida a cenizas la revolución que un día nos ilusionó.
          Y hoy, como el burro Benjamín, sólo podemos decir eso de que se ha cambiado el séptimo mandamiento. Todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Desde Macondo. LA GRAN RAMERA

Como en el Apocalipsis de San Juan, Babilonia vuelve a ser la Gran Ramera; como en el Antiguo Testamento, otras ciudades de la antigua Mesopotamia, de la cuna de la civilización, sufrirán por sus presuntos pecados, “Y extenderá su mano sobre el norte, y destruirá a Asiria, y convertirá a Nínive en asolamiento y en sequedal como un desierto”. Esto fue escrito hace un par de miles de años, y andando el tiempo, vuelve a hacerse realidad.
        Las espeluznantes imágenes de los hombres del llamado Ejército Islámico, excavadoras y radiales en ristre, asolando los sitios arqueológicos de Nimrud, de Hatra, capital de los partos, de la antigua Nínive, que fue punto de encuentro de Oriente y Occidente, de Dur Sharrukin, del Museo de Mosul, de los toros alados, de las esfinges, han vuelto a traer a mi memoria la historia que tanto me gustaba, la de las antiguas civilizaciones, llenas de nombres míticos como Nabucodonosor, Asurbanipal y su gran biblioteca, Hanmurabi y el primer Código que se conoce, las tabillas de esculturas cuneiformes, los zigurats, los grandes templos y palacios…Con cada martillazo, con cada avance de las palas, se me han ido cayendo mitos.
        La famosa “estela del banquete” de Nimrod, en la que se narra la fiesta por el final de la construcción de la ciudad, con 47.000 invitados, en la que el Rey dice eso de “durante 10 días los festejé, les di de beber vino, los bañé, los ungí y los honré”. Nada difícil imaginar la vida en esos lugares, con alto nivel cultural, con lujos y riquezas, que luego la Biblia nos muestra como sitios de lujuria, lascivia y soberbia, con adoradores de ídolos como Assur o Isthar, dioses tan respetables como otros, digo yo.
        Y en pleno siglo XXI, otros “apocalípticos” deciden que hay que acabar con los lugares de pecado y con todo lo que contuvieren, ya sean libros, estelas, estatuas, esfinges o ruinas. Se arrogan el derecho, en nombre de su religión, o de la interpretación que hacen de ella, de borrar de un plumazo la Historia, de quitarnos a nosotros, y a las generaciones venideras, la posibilidad de soñar con los jardines colgantes de Babilonia, con los leones con cabeza humana o los toros alados guardando las puertas de los templos, de imaginar a Alejandro Magno boquiabierto ante el lujo de los palacios…
        Ninguna religión puede arrogarse el derecho de ser la única, la auténtica y la que tiene el poder de su dios, sea el que sea, para pasar a fuego y reducir a cenizas, cual si fueran Sodoma y Gomorra, a las antiguas culturas que nos han hecho como somos.
        El mundo no puede permanecer impasible. La Gran Ramera de hoy no es la Babilonia arrasada, es la ONU, que mira hacia otro lado cuando no hay intereses económicos de por medio, pero que se apresura en montar un ejército si lo que peligra es el petróleo.
        Y que le importa un pimiento que la antigua Mesopotamia quede reducida a los libros. A los que no han quemado.
 

martes, 3 de marzo de 2015

Desde Macondo. HISTORIA SAGRADA

No sé en qué momento la Historia Sagrada pasó a llamarse Religión. Como asignatura, digo. A mí no me tocó, pero recuerdo ver en casa unos libros rojos con portadas tremendas, un ojo vigilante metido en un triángulo,  o un Dios barbudo suspendido en las nubes y señalándote con un dedo amenazante, o un Moisés andrajoso sosteniendo las tablas de la Ley. El interior era más amable, muchas imágenes, vidas de santos de lo más entretenidas, aunque de cuando en cuando se colara un infierno pavoroso o la terrible estampa de Sodoma y Gomorra, con la desgraciada mujer de Lot convertida en estatua de sal.
Yo estudié Religión, que eran dos libros por falta de uno, porque había que tener también el Catecismo, ese que te hacía preguntas y las respondía en la siguiente línea “¿Eres cristiano? Sí, soy cristiano por la gracia de Dios”; “¿Quién es Dios? - Dios es nuestro Padre, que está en los cielos; Creador y Señor de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos”. Aún me acuerdo, la de veces que lo leería, y eso que religión fue la primera asignatura que yo suspendí en el Bachillerato, y que acompañó a Dibujo y Formación del Espíritu Nacional en los tres únicos borrones de mi expediente académico, carrera universitaria incluida.
Caí en la trampa de considerarla una “maría” (como a las otras dos), y de dedicarme a la Lengua, las Ciencias, la Historia… Lo que yo consideraba realmente importante, lo que tenía que aprobar sí o sí para lo que entonces se llamaba “tener buena base” que me permitiera seguir avanzando.
Y ahora vuelve. La Religión como materia evaluable, que cuenta en el currículum, que sirve para la media y cuyo desarrollo ocupa nada menos que 23 páginas en el Boletín Oficial del Estado, al que sólo le falta poner los horarios de Misa. Vuelve el dedo amenazante de Dios, “sin el que no podemos alcanzar la felicidad”, que lo dice el programa; vuelven Adán y Eva desplazando a los dinosaurios, que ya teníamos incorporados a las etapas de la evolución; vuelven los siete días de la creación, que eso del big bang y las teorías del nacimiento del Universo es cosa de modernos descreídos.
No tengo nada en contra de que cada cual crea lo que quiera, y parafraseando a Voltaire, defendería con unas y dientes el derecho a que lo hagan. Pero esto no es el caso. Esto es la vuelta al nacional catolicismo, a la religión por obligación despreciando la Constitución, que nos proclama como estado aconfesional.  Sin hablar, que es lo más indignante, de que hemos dejado en manos de los obispos el temario y la selección de profesores que, por si alguien no lo sabe, pagamos todos, cristianos o no, y que cuestan setecientos millones de euros cada año.
Catecismo viene de dos términos griegos que, unidos, significan “sonar dentro”, y que podría traducirse libremente como “adoctrinar”. Y hay un sitio para eso, para impartir doctrina, Todas las religiones lo tienen, las madrasas islámicas, las escuelas coránicas, las sinagogas.
Aquí se llama catequesis. Y en eso debería quedar.
 

miércoles, 25 de febrero de 2015

Desde Macondo. COMALA, ELDORADO, ARCADIA, B612…MACONDO

Son todos lugares ficticios, existentes sólo en la imaginación, por muy buenos ratos que hayamos pasado en ellos. Conozco palmo a palmo las calles de Macondo, y los alrededores, la ciénaga, la plantación de bananos, la estación de ferrocarril; he paseado por las calles de Comala, buscando vivos, del brazo de Pedro Páramo, y he soñado con los ríos y los frutos amarillos de Eldorado. Y me he retirado, reposo del guerrero, a la bucólica Arcadia, remanso de paz y sencillez. Y al País de las Maravillas con Alicia, o al reino del capitán Nemo a bordo del Nautilus. Hasta he pasado por el asteroide B612 para conocer la única rosa del Principito.
         Espacios todos de libro, necesarios para seguir respirando pero que se alejan y desaparecen al cerrar las tapas y volver a la realidad, que deja poco sitio a las fantasías. En uno de esos países imaginarios, mucho mejor que todos los anteriormente citados, se ha instalado el presidente Rajoy, y pretende hacernos entrar a empujones, aún cuando sabemos que no existe, que no es de verdad, que se marchará al pasar la página y nos dejará en tierra de nadie, en una tierra falsa.
        Su país imaginario no tiene hambre, ni desempleados, ni enfermos que esperan eternamente, ni discapacitados que mueren esperando una ayuda, ni estudiantes que no pueden pagar la matrícula, ni desahuciados, ni corruptos ni autónomos desesperados, ni sueldos de hambre ni luces y radiadores apagados. Ni siquiera han rescatado a los Bancos.
        Tiene, no obstante, un problema. Y es que es muy pequeñito. Como en el asteroide B612 del pequeño príncipe, sólo caben él y unos cuantos más. El resto se queda clamando en el desierto, en el país de verdad, donde nada es como en los cuentos.
        Y mientras busco la puerta de acceso al país maravilloso que nos pintan, recuerdo al patriarca de García Márquez, llegado ya su otoño. También vivía en un país imaginario, y en su esfuerzo por mantenerse en él a pesar de todas las evidencias, nunca conoció la tranquilidad, el amor, las relaciones humanas, los sentimientos más normales entre personas. Toda su vida, hasta que la muerte lo encontró solo y sin insignias, fue una continua zozobra para conservar el poder. ¡Si hasta vendió el mar a los gringos, que se lo llevaron en piezas numeradas los ingenieros náuticos! Y convirtió por decreto a su madre en santa, momento en que dejó también de ser suya.
        La imagen del presidente en su mundo, del que no piensa apearse, deja poco lugar a la esperanza. Desde su propio país decide cuando toca  no aparecer, o  cambiar el nombre de las cosas, o engañar, o  mirar para otro lado, o sembrar incertidumbres, o ponerlo todo perdido de miedos. O reírse de nosotros, sin más.
        Al fin y al cabo, no tenemos un país propio. Sólo en los libros.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Desde Macondo. EMPATÍA

Con este lío de leyes de Educación, a caballo entre la anterior y la nueva, y con la certeza de que tampoco la actual durará mucho, no tengo muy claro si la asignatura Educación Emocional, de las que llaman “de libre configuración autonómica”, permanecerá mucho tiempo en los currículos. Pero me ha llamado poderosamente la atención que a este tema prestan en un colegio canario, donde sí se ha implantado en este curso.
          “Empatía” la llaman. Para simplificar. Los niños de primaria expresan sus miedos y los comparten con sus compañeros. Miedo a las arañas, a los monstruos que aparecen por la noche, al tobogán…Con siete u ocho años, aprenden a comprender lo que sienten los demás, a ponerse en su lugar, a vivir la misma angustia y a buscar soluciones.
          El diccionario de la Real Academia dice que empatía es “la Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”. El “comprendo cómo te sientes” o “me pongo en tu lugar” de toda la vida, dicho en román paladino.
          Hemos olvidado poner la empatía en las mochilas con las que transitamos por la vida. Quien más quien menos intenta salvar sus trastos mirando hacia otro lado, con la inevitable excusa de “bastante tengo yo con lo mío”. Y lo de los demás pasa a segundo plano.
Ha llegado muy tarde la asignatura de “Empatía”, y así nos va. Nadie, ante una mesa repleta, se pone en el lugar de quien pasa hambre; nadie que no tenga problemas para pagar la luz piensa en los que tienen frío; o en los que no tienen casa, en los que la han perdido.
          Lo dijo bien claro el presidente Rajoy hace unos cuantos días “está usted pintando un país que no conozco”, cuando un parlamentario pedía ayudas para los más desfavorecidos. El problema no es que desconozcan lo que hay, es que no conocen la empatía y son incapaces de ponerse en el lugar de los que sufren.
          Desde tal desconocimiento, legislan, disponen, recortan y vuelven a recortar porque sólo entienden sus márgenes, que son muy amplios, que les permiten, desde sueldos astronómicos, fijar salarios mínimos o subsidios de hambre, y aún considerarlos altos. Con un mínimo ejercicio de empatía comprenderían que con 400€  no podrían comer, calentar la casa, comprar ropa, pagar el alquiler… Vivir.
          Nunca es tarde si la dicha es buena, y no sería mala cosa, ahora, con un montón de procesos electorales abiertos, analizar la capacidad de empatía de cada candidato. Y mandarlos al cole de nuevo, porque la muchos no aprobarían la asignatura.

martes, 10 de febrero de 2015

Desde Macondo. CUEVAS DE LADRONES

No es que yo abogue por tener los ahorros en una lata de galletas y debajo de un ladrillo de la cocina, pero todo se andará. Los Bancos, así, en mayúsculas y en general, han irrumpido en nuestras vidas y por nada bueno. Ya no son ese lugar que elegías, mayormente, por proximidad a tu domicilio, porque conocías al cajero o porque regalaban un juego de sartenes o una tele de plasma por domiciliar la nómina.
          La lista Falciani ha sido el último episodio, pero están las preferentes, el rescate, los escándalos de las Cajas, la inmoralidad de Botín, el primer banquero de España, los desahucios, las hipotecas monstruosas, la no dación en pago, las comisiones abusivas… Y eso, hablando solo de lo de andar por casa, que pone los pelos de punta saber que en la famosa lista del banco suizo también hay diamantes de sangre, y cuentas para financiar guerras o terrorismo. Todas cómodamente instaladas y sin pagar impuestos en el país de origen. El nuestro, por ejemplo, que a nadie se le escapa que con unas perrillas de las cuatro mil cuentas de españoles que figuran en ella, podría haber menos camas en los pasillos, más médicos, menos parados sin cobertura o menos dependientes y enfermos muertos mientras esperan ayuda. De los Bancos de Alimentos, en muchos casos.
          Qué asco. Y qué rabia. Despiertan nuestros peores instintos. Y recuerdo así, a bote pronto, el único episodio que relatan los Evangelios en el que Jesús pierde los estribos; en los que el hombre se predica la paz y el amor, se muestra violento e iracundo. Es el pasaje en el que se enfrenta, látigo en mano, a los que vendían y compraban en el templo, volcando las mesas de los que cambiaban el dinero, recriminando que hubieran hecho del lugar una “cueva de ladrones”.
          Los Bancos han entrado en nuestro día a día, y desde nuestras cuentas corrientes de supervivencia, asistimos como espectadores a un espectáculo que nos supera, que no es el nuestro.
          Y en esas estamos dos mil y tantos años después. En una gigantesca cueva de ladrones, y esperando un Mesías que eche a los fariseos de nuestras vidas, que haga del mundo un lugar habitable, en el que no tengamos que humillarnos ante el oro, que diría don Francisco de Quevedo.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Desde Macondo. LITURGOS Y EVERGETAS

Ahora que el Gobierno nos ha “regalado” una oportuna bajada de impuestos, y que “amenaza” con bajarlos aún más, a golpe de encuestas y con la vista puesta en las elecciones. Y ahora que Grecia, país de moda, pone en la diana a los más ricos, como forma de echar un salvavidas a los pobres, y no al revés, como se está haciendo por estos lares, me viene a la cabeza algo que leí hace tiempo y que tendría perfecta traducción en nuestros días.
           En la Grecia clásica existía lo que se llamaba la “liturgia”, que nada tiene que ver con oficios religiosos, y que podría traducirse como “servicio público”. Los “liturgos”, siempre hombres ricos y poderosos, estaban obligados por ley a financiar una obra pública, a cooperar con la construcción de naves para una guerra o a pagar la música o el teatro en un festival público. No podían decir que no, aunque tenían la posibilidad de denunciar a otro rico que tuviera más patrimonio y que no hubiera sido designado como pagador.
          El sistema funcionó durante siglos, aunque fue cayendo en desuso . Y aparecieron los “evergetas”, los notables, que, para granjearse el favor de sus vecinos, para sentirse importante, respetable y ganar prestigio, donaban a su ciudad grandes obras públicas. []Su generosidad les otorgaba más autoridad y hacía que la gente se pusiera a su servicio. Lo fundamental era obtener la sumisión de los otros. El evergetismo era una cuestión de imagen, porque los poderosos del momento eran los gobernantes.
           Y andando el tiempo, pasando los siglos, nos encontramos en el mismo punto. Los actuales “liturgos” guardan su fortuna en Suiza o en las Caimán para que nadie pueda obligarles a colaborar con la comunidad. Y los “evergetas”, los gobernantes, como entonces, nos echan de cuando en cuando un trozo de pan duro para engañar al hambre. Una supuesta buena cifra por aquí, dos euros de subida de pensiones, tres en el caso del salario mínimo, y una bajadita del IRPF que te permitirá comprar un par de barras de pan más cada mes. Los más generosos inauguran una obra que ha estado paralizada cuatro años, o abren una biblioteca que cerraron al llegar al poder, o una planta de Hospital clausurada por recortes de personal.
           No hemos aprendido nada. Nos quedamos con lo peor de la Historia olvidando que ya está todo inventado, que el dinero debe ponerse al servicio de la democracia y no al revés.
           Y que la aristocracia, del griego “aristós”, es el gobierno de los mejores, no de los más ricos.