Llegados
a este punto, y cuando ya hemos sobrepasado con largueza los límites de la
paciencia, de la generosidad, del conformismo, creo que ha llegado el momento
de admitir que tenía razón el burro Benjamín de “Rebelión en la Granja”, de
Orwell, “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.
Y hay que ser burro para no entenderlo. O para tragar con ello.
Creíamos
haber hecho la revolución convirtiendo la granja opresiva y feudal en un
paraíso de libertades, igualdad, democracia, bienestar… Habíamos expulsado al
tirano, y nos habíamos dotado de siete mandamientos, no hacían falta más,
proclaman do que todos éramos iguales y teníamos los mismos derechos. Y en esa
creencia trabajamos sin descanso a favor de la granja-país, que era tanto como
decir en nuestro propio provecho, en el de todos.
No
sabemos en qué momento los cerdos (con perdón, pero así es en el libro), fueron
arañando cachitos de poder, más y más hasta llegar al todo. Primero empezaron a
controlar la comida y los medios de producción, a organizar los turnos de
trabajo, a decidir quien hacía qué; después se rodearon de perros para
asegurarse que nadie desobedecía sus designios. Y con todo controlado,
decidieron reducir las raciones de alimento para ahorrar en petróleo y aumentar
los beneficios. Pero ellos seguían engordando…
Uno
a uno fueron incumpliendo los siete mandamientos de la revolución, caminar a
cuatro patas, nunca a dos, como los hombres, no dormir con sábanas, no usar
ropa, no beber alcohol, no enfrentarse con sus iguales…Los cerdos, encabezados
por Napoleón, decidieron que ovejas y aves eran simplemente tontas, clase
obrera destinada a obedecer sin rechistar por una cada vez más menguada ración
de comida; que el caballo, grande y fuerte, tenía que trabajar hasta la
extenuación, que los perros estaban para salvaguardar sus riquezas, cada vez
mayores, porque la granja iba viento en popa. La rebelión había sido todo un
éxito.
Creo
que Orwell, que conoció bien España, hubiera escrito el mismo libro hoy, casi
sin cambiar una coma. Hicimos el milagro de llegar a la democracia tras muchos
años de oscuridad y, andando el tiempo, todos los mandamientos en que se
asentaba se han ido al cuerno. Los cerdos son metáfora de banqueros,
empresarios sin escrúpulos, fondos buitre, sicavs y políticos rendidos al poder
del dinero que han olvidado los principios fundamentales de la rebelión y nos
han condenado a todos a ser ovejas o gallinas a las que echan un puñado de
pienso para que subsistan.
Durante
un tiempo hemos vivido el espejismo de la democracia sin darnos cuenta de que
algunos iban engordando y engordando, tomando posiciones, ocupando la cama, el tractor
y el surtidor de petróleo, situando estratégicamente a los perros para que
nadie se mueva y dejando reducida a cenizas la revolución que un día nos
ilusionó.
Y
hoy, como el burro Benjamín, sólo podemos decir eso de que se ha cambiado el
séptimo mandamiento. Todos somos iguales, pero algunos son más iguales que
otros.
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