Como
en el Apocalipsis de San Juan, Babilonia vuelve a ser la Gran Ramera; como en
el Antiguo Testamento, otras ciudades de la antigua Mesopotamia, de la cuna de
la civilización, sufrirán por sus presuntos pecados, “Y extenderá su mano
sobre el norte, y destruirá a Asiria, y convertirá a Nínive en asolamiento y en
sequedal como un desierto”. Esto fue escrito hace un par de miles de años,
y andando el tiempo, vuelve a hacerse realidad.
Las espeluznantes imágenes de los hombres del
llamado Ejército Islámico, excavadoras y radiales en ristre, asolando los
sitios arqueológicos de Nimrud, de Hatra, capital de los partos, de la antigua
Nínive, que fue punto de encuentro de Oriente y Occidente, de Dur Sharrukin,
del Museo de Mosul, de los toros alados, de las esfinges, han vuelto a traer a
mi memoria la historia que tanto me gustaba, la de las antiguas civilizaciones,
llenas de nombres míticos como Nabucodonosor, Asurbanipal y su gran biblioteca,
Hanmurabi y el primer Código que se conoce, las tabillas de esculturas
cuneiformes, los zigurats, los grandes templos y palacios…Con cada martillazo,
con cada avance de las palas, se me han ido cayendo mitos.
La famosa “estela del banquete” de Nimrod, en la que
se narra la fiesta por el final de la construcción de la ciudad, con 47.000
invitados, en la que el Rey dice eso de “durante
10 días los festejé, les di de beber vino, los bañé, los ungí y los honré”. Nada
difícil imaginar la vida en esos lugares, con alto nivel cultural, con lujos y
riquezas, que luego la Biblia nos muestra como sitios de lujuria, lascivia y
soberbia, con adoradores de ídolos como Assur o Isthar, dioses tan respetables
como otros, digo yo.
Y en pleno siglo XXI, otros “apocalípticos” deciden
que hay que acabar con los lugares de pecado y con todo lo que contuvieren, ya
sean libros, estelas, estatuas, esfinges o ruinas. Se arrogan el derecho, en
nombre de su religión, o de la interpretación que hacen de ella, de borrar de
un plumazo la Historia, de quitarnos a nosotros, y a las generaciones
venideras, la posibilidad de soñar con los jardines colgantes de Babilonia, con
los leones con cabeza humana o los toros alados guardando las puertas de los
templos, de imaginar a Alejandro Magno boquiabierto ante el lujo de los
palacios…
Ninguna religión puede arrogarse el derecho de ser
la única, la auténtica y la que tiene el poder de su dios, sea el que sea, para
pasar a fuego y reducir a cenizas, cual si fueran Sodoma y Gomorra, a las
antiguas culturas que nos han hecho como somos.
El mundo no puede permanecer impasible. La Gran
Ramera de hoy no es la Babilonia arrasada, es la ONU, que mira hacia otro lado
cuando no hay intereses económicos de por medio, pero que se apresura en montar
un ejército si lo que peligra es el petróleo.
Y que le importa un pimiento que la antigua
Mesopotamia quede reducida a los libros. A los que no han quemado.
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