No
sé en qué momento la Historia Sagrada pasó a llamarse Religión. Como
asignatura, digo. A mí no me tocó, pero recuerdo ver en casa unos libros rojos
con portadas tremendas, un ojo vigilante metido en un triángulo, o un Dios barbudo suspendido en las nubes y
señalándote con un dedo amenazante, o un Moisés andrajoso sosteniendo las
tablas de la Ley. El interior era más amable, muchas imágenes, vidas de santos
de lo más entretenidas, aunque de cuando en cuando se colara un infierno
pavoroso o la terrible estampa de Sodoma y Gomorra, con la desgraciada mujer de
Lot convertida en estatua de sal.
Yo
estudié Religión, que eran dos libros por falta de uno, porque había que tener
también el Catecismo, ese que te hacía preguntas y las respondía en la
siguiente línea “¿Eres cristiano? Sí, soy cristiano por la gracia de Dios”; “¿Quién es Dios? - Dios es nuestro
Padre, que está en los cielos; Creador y Señor de todas las cosas, que premia a
los buenos y castiga a los malos”. Aún me acuerdo, la de veces que lo leería, y
eso que religión fue la primera asignatura que yo suspendí en el Bachillerato,
y que acompañó a Dibujo y Formación del Espíritu Nacional en los tres únicos
borrones de mi expediente académico, carrera universitaria incluida.
Caí
en la trampa de considerarla una “maría” (como a las otras dos), y de dedicarme
a la Lengua, las Ciencias, la Historia… Lo que yo consideraba realmente
importante, lo que tenía que aprobar sí o sí para lo que entonces se llamaba “tener
buena base” que me permitiera seguir avanzando.
Y
ahora vuelve. La Religión como materia evaluable, que cuenta en el currículum,
que sirve para la media y cuyo desarrollo ocupa nada menos que 23 páginas en el
Boletín Oficial del Estado, al que sólo le falta poner los horarios de Misa.
Vuelve el dedo amenazante de Dios, “sin el que no podemos alcanzar la felicidad”,
que lo dice el programa; vuelven Adán y Eva desplazando a los dinosaurios, que
ya teníamos incorporados a las etapas de la evolución; vuelven los siete días
de la creación, que eso del big bang y las teorías del nacimiento del Universo
es cosa de modernos descreídos.
No
tengo nada en contra de que cada cual crea lo que quiera, y parafraseando a
Voltaire, defendería con unas y dientes el derecho a que lo hagan. Pero esto no
es el caso. Esto es la vuelta al nacional catolicismo, a la religión por
obligación despreciando la Constitución, que nos proclama como estado
aconfesional. Sin hablar, que es lo más
indignante, de que hemos dejado en manos de los obispos el temario y la
selección de profesores que, por si alguien no lo sabe, pagamos todos,
cristianos o no, y que cuestan setecientos millones de euros cada año.
Catecismo
viene de dos términos griegos que, unidos, significan “sonar dentro”, y que
podría traducirse libremente como “adoctrinar”. Y hay un sitio para eso, para
impartir doctrina, Todas las religiones lo tienen, las madrasas islámicas, las
escuelas coránicas, las sinagogas.
Aquí
se llama catequesis. Y en eso debería quedar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario