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miércoles, 25 de febrero de 2015

Desde Macondo. COMALA, ELDORADO, ARCADIA, B612…MACONDO

Son todos lugares ficticios, existentes sólo en la imaginación, por muy buenos ratos que hayamos pasado en ellos. Conozco palmo a palmo las calles de Macondo, y los alrededores, la ciénaga, la plantación de bananos, la estación de ferrocarril; he paseado por las calles de Comala, buscando vivos, del brazo de Pedro Páramo, y he soñado con los ríos y los frutos amarillos de Eldorado. Y me he retirado, reposo del guerrero, a la bucólica Arcadia, remanso de paz y sencillez. Y al País de las Maravillas con Alicia, o al reino del capitán Nemo a bordo del Nautilus. Hasta he pasado por el asteroide B612 para conocer la única rosa del Principito.
         Espacios todos de libro, necesarios para seguir respirando pero que se alejan y desaparecen al cerrar las tapas y volver a la realidad, que deja poco sitio a las fantasías. En uno de esos países imaginarios, mucho mejor que todos los anteriormente citados, se ha instalado el presidente Rajoy, y pretende hacernos entrar a empujones, aún cuando sabemos que no existe, que no es de verdad, que se marchará al pasar la página y nos dejará en tierra de nadie, en una tierra falsa.
        Su país imaginario no tiene hambre, ni desempleados, ni enfermos que esperan eternamente, ni discapacitados que mueren esperando una ayuda, ni estudiantes que no pueden pagar la matrícula, ni desahuciados, ni corruptos ni autónomos desesperados, ni sueldos de hambre ni luces y radiadores apagados. Ni siquiera han rescatado a los Bancos.
        Tiene, no obstante, un problema. Y es que es muy pequeñito. Como en el asteroide B612 del pequeño príncipe, sólo caben él y unos cuantos más. El resto se queda clamando en el desierto, en el país de verdad, donde nada es como en los cuentos.
        Y mientras busco la puerta de acceso al país maravilloso que nos pintan, recuerdo al patriarca de García Márquez, llegado ya su otoño. También vivía en un país imaginario, y en su esfuerzo por mantenerse en él a pesar de todas las evidencias, nunca conoció la tranquilidad, el amor, las relaciones humanas, los sentimientos más normales entre personas. Toda su vida, hasta que la muerte lo encontró solo y sin insignias, fue una continua zozobra para conservar el poder. ¡Si hasta vendió el mar a los gringos, que se lo llevaron en piezas numeradas los ingenieros náuticos! Y convirtió por decreto a su madre en santa, momento en que dejó también de ser suya.
        La imagen del presidente en su mundo, del que no piensa apearse, deja poco lugar a la esperanza. Desde su propio país decide cuando toca  no aparecer, o  cambiar el nombre de las cosas, o engañar, o  mirar para otro lado, o sembrar incertidumbres, o ponerlo todo perdido de miedos. O reírse de nosotros, sin más.
        Al fin y al cabo, no tenemos un país propio. Sólo en los libros.

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