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miércoles, 4 de febrero de 2015

Desde Macondo. LITURGOS Y EVERGETAS

Ahora que el Gobierno nos ha “regalado” una oportuna bajada de impuestos, y que “amenaza” con bajarlos aún más, a golpe de encuestas y con la vista puesta en las elecciones. Y ahora que Grecia, país de moda, pone en la diana a los más ricos, como forma de echar un salvavidas a los pobres, y no al revés, como se está haciendo por estos lares, me viene a la cabeza algo que leí hace tiempo y que tendría perfecta traducción en nuestros días.
           En la Grecia clásica existía lo que se llamaba la “liturgia”, que nada tiene que ver con oficios religiosos, y que podría traducirse como “servicio público”. Los “liturgos”, siempre hombres ricos y poderosos, estaban obligados por ley a financiar una obra pública, a cooperar con la construcción de naves para una guerra o a pagar la música o el teatro en un festival público. No podían decir que no, aunque tenían la posibilidad de denunciar a otro rico que tuviera más patrimonio y que no hubiera sido designado como pagador.
          El sistema funcionó durante siglos, aunque fue cayendo en desuso . Y aparecieron los “evergetas”, los notables, que, para granjearse el favor de sus vecinos, para sentirse importante, respetable y ganar prestigio, donaban a su ciudad grandes obras públicas. []Su generosidad les otorgaba más autoridad y hacía que la gente se pusiera a su servicio. Lo fundamental era obtener la sumisión de los otros. El evergetismo era una cuestión de imagen, porque los poderosos del momento eran los gobernantes.
           Y andando el tiempo, pasando los siglos, nos encontramos en el mismo punto. Los actuales “liturgos” guardan su fortuna en Suiza o en las Caimán para que nadie pueda obligarles a colaborar con la comunidad. Y los “evergetas”, los gobernantes, como entonces, nos echan de cuando en cuando un trozo de pan duro para engañar al hambre. Una supuesta buena cifra por aquí, dos euros de subida de pensiones, tres en el caso del salario mínimo, y una bajadita del IRPF que te permitirá comprar un par de barras de pan más cada mes. Los más generosos inauguran una obra que ha estado paralizada cuatro años, o abren una biblioteca que cerraron al llegar al poder, o una planta de Hospital clausurada por recortes de personal.
           No hemos aprendido nada. Nos quedamos con lo peor de la Historia olvidando que ya está todo inventado, que el dinero debe ponerse al servicio de la democracia y no al revés.
           Y que la aristocracia, del griego “aristós”, es el gobierno de los mejores, no de los más ricos.

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