Antes de que os dé tiempo de hacer la broma de rigor, o que mis muy queridos hermanos, hermanas, sobrinos y demás protesten por la comparación, vaya por delante que “Mi familia y otros animales” es una novela autobiográfica del naturalista y escritor británico Gerald Durrell, publicada allá por los 50, y que la sana intención de este artículo es ampliar nuestro árbol genealógico, incluyendo en él a todos los que comparten con nosotros el planeta Tierra.
El libro, que os recomiendo, son las andanzas de los Durrell en la isla griega de Corfú, a la que llegan hartos de la gris y poco amable Inglaterra. El pequeño Gerald, gran aficionado a la naturaleza, nos relata sus expediciones estudiando la fauna autóctona y recogiendo nuevas especies, que ahora también son parte de su familia.
Y viene esto a cuento de la pavorosa noticia que esta semana se ha hecho un hueco entre elecciones y demás. Para el 2020 la diversidad de especies se puede haber reducido en un 33%. En sólo un año. Ahora, en estos mismos momentos, nos estamos cargando cientos de especies animales y vegetales, a las que, literalmente, hemos echado de nuestra casa, hemos borrado del árbol genealógico de nuestra familia.
Se calcula que existen unos 30 millones de distintas especies en el mundo. En la tierra, en los mares, en el cielo, y que, lejos de acogerlas en nuestro espacio común, las estamos maltratando hasta la desaparición. Ya sabemos que el impacto de los humanos en la naturaleza es devastador, pero las cifras, puestas así, negro sobre blanco, marean.
Construir una “casa” a nuestro gusto y manera, sin la mínima sensibilidad, hace que animales y plantas estén amenazados por la alteración de los espacios naturales, llámese construcción de carreteras o infraestructura, o llámese también caza y pesca abusiva, tráfico ilegal de especies, pesticidas…
No hemos prestado atención al goteo de señales que nos avisaban de que, poco a poco, nuestra gran familia iba mermando. Un día leemos que están desapareciendo los gorriones; que hay menos golondrinas o que peligran las flores porque las abejas parecen haberse esfumado con el polen entre sus patitas. Otro, nos estremece la imagen de un oso blanco famélico y moribundo, sin fuerzas ni hielo suficientes para cazar.
Nos indignamos porque algún mandatario insensible (léase Bolsonaro), amenaza sin pudor el Amazonas, o porque la palma del dichoso aceite está matando a los simpáticos orangutanes a un ritmo endemoniado.
Nos indignamos porque algún mandatario insensible (léase Bolsonaro), amenaza sin pudor el Amazonas, o porque la palma del dichoso aceite está matando a los simpáticos orangutanes a un ritmo endemoniado.
Vemos como, uno a uno, en grupo a veces, los miembros de la familia van saliendo por las puertas de la casa para no volver. Para quedarse, si acaso, en la memoria de algunos durante unos cuantos años; o en los museos de ciencia.
Todo, porque no hemos podido convivir como una familia medianamente bien avenida.
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