O cooperativas de viviendas para
seniors… muy seniors, Y una imagen tan clara que no parece que hayan pasado
cuatro o cinco décadas por ella. Mi madre en el patio, hojeando una de esas
revistas del Magisterio Español que siempre pululaban por la casa, y que
enviaban por partida doble. “Mira Ignacio, tenemos que informarnos de esto”. Y
esto era la iniciativa de una maestra malagueña, allá por los años setenta,
soltera, aunque eso no fuera relevante, que proponía empezar a gestionar sus
soledades desde ya, para jubilarse con tranquilidad.
Algo muy simple. Elegir y comprar un
terreno en un lugar de clima amable, y hacer una especie de comunidad de
vecinos donde cada cual tuviera su apartamento, pero con comida, atención y
servicios sanitarios garantizados. Algo así como vivir en tu casa hasta el
final, con personas conocidas y sin depender de las circunstancias de hijos o
familiares.
No recuerdo la respuesta de mi padre,
que sería algo así como “déjate de tonterías”, pero sí el entusiasmo de mi
madre, que recortó la hoja (luego andaba por allí rodando) para enterarse de
cuánto había que pagar, durante cuantos años y esas cosas. Ni sé siquiera si llegó a llamar o qué
hubiera pasado con la inversión, de haberla hecho, porque falleció antes de
cumplir los 65. Tampoco sé si el artículo que he encontrado en un periódico
esta misma semana, y que narra la experiencia de una profesora malagueña en un
“cohousing para viejennials”, corresponde a la historia que estoy contando, o
es otro caso.
Pero en definitiva, es lo mismo. Los
fríos datos nos dicen que para 2050, uno de cada tres españoles tendrá más de
65 años. Y se imponen fórmulas imaginativas, desde la creación de un Ministerio
de Soledad, como en el Reino Unido, a los “préstamos de abuelos” en familias
que ya no los tienen, de forma que convivan y tramitan su sabiduría a los más pequeños,
o compartir piso con estudiantes y jóvenes trabajadores. Vivienda por compañía.
Techo y suelo por conversación y por mantenerse en su vivienda, la de toda la
vida, sin acabar sus días en una residencia rodeado de desconocidos.
La iniciativa que enganchó a mi madre deja
claro que se puede gestionar la vejez de otra manera, con modelos de
convivencia alternativos, y los “cohousing” como el que nos ocupa, benefician a
los propios mayores, crean empleo y hacen que los mayores puedan gestionar su
futuro.
Sean dueños de su mañana, llegue cuando
llegue. Y lo esperen traquilamente en su Macondo elegido. Pero sin que pasen cien
años de soledad.
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