Por muchos años que cumpla, y ya va
siendo una cantidad digamos respetable, no dejaré de asombrarme de la capacidad
que tienen los “amos del mundo”, léase
mercados o los diferentes índices selectivos de cualquier lugar del planeta, de
acomodarse a las más diversas circunstancias, de forma que siempre salgan
ganando. Mejor dicho, de ganar más que antes.
Y aún así, me ha sorprendido sobremanera
que, unas pocas horas después de las elecciones haya subido el IBEX 35, el que agrupa
a las empresas más poderosas de nuestro país. Habiendo ganado, como así ha
sido, un partido de izquierdas que, a priori, parece muy alejado de su ideología
y, sobre todo de sus intereses.
Va a ser verdad que el dinero no tiene
color. Ni olor. Y eso, desde antiguo. Se cuenta que durante el mandato del
emperador Vespasiano (69-79 después de Cristo.) se estableció en Roma un
gravamen sobre los orines (para que veáis que en materia de impuestos ya está
todo inventado) que, vertidos en la “cloaca máxima”, eran utilizados por
artesanos -curtidores, lavanderos,- en sus manufacturas. La orina en la Antigua
Roma era muy apreciada por su alto contenido en amoniaco, que mezclado con agua
constituía un perfecto blanqueante. La “olorosa” peculiaridad de ese nuevo tributo,
mereció la reprobación del hijo del emperador, Tito, que criticaba que el
Estado se lucrara con algo tan, digamos poco glamuroso.
Fue
entonces cuando Vespasiano, ofreciéndole unas monedas para comprobar su olor,
ciertamente inexistente, pronunció esa expresión-“pecunia non olet”, el dinero no huele, que ha pasado así
a la historia. El dinero es dinero, y vale lo que vale, venga de donde venga. Con
independencia de que su origen sea lícito o no. Y que se consiga con un
gobierno de derechas, de izquierdas o de más allá de ambos conceptos, a un lado
o a otro.
O
tal vez sea la tranquilidad de sentirse poderoso, con la sartén por el mango.
Si estos no se portan bien, si rebasan los límites que ellos consideran
razonable, pues ya se hará lo que se tenga que hacer para que cambien. Desde
una crisis provocada a una guerra, que de ambas cosas tenemos ejemplos.
Tenemos
la resignación que da la certeza de que, hagamos lo que hagamos, nos irá un
poquito mejor o peor, sin estridencias. Vamos, que no tendremos que hacer ingeniería fiscal para ocultar los millones
que nos sobran.
El IBEX está contento, y es lo que vale. Igual nos salpica
un poco de su alegría y se reduce un poquito, uso centímetros, la brecha de la
desigualdad. Seguro que a todos, a la gente de bien me refiero, nos daría igual el color del dinero si
sirviera para que no hubiera hambre, ni pobreza, ni precariado, ni dependientes
o ancianos sin atenciones básicas, ni niños en riesgo de pobreza o exclusión.
Pero me estoy dejando llevar. A los españolitos de a
pie, a los que no cotizamos en Bolsa,
nos importa el color del dinero. Y mucho. Que no es igual rojo que
naranja o verde. O azul.
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