Todos hemos dicho
alguna vez, y hemos soportado que nos lo digan, eso de “tienes una memoria de pez”, para resaltar
que alguien es incapaz de recordar que comió a mediodía, donde dejó las llaves
o el teléfono, o el nombre de la persona con la que ha hablado hace unos
minutos. Y en cada ocasión me he
preguntado por qué los comparamos con los peces, qué sepa Dios lo que recuerdan estos bichos en libertad o en el
acuario, que son decorativos y nutritivos, pero poco o nada interesantes.
Memoria de pez. Pues
mira por dónde me he topado con un estudio de no sé qué universidad de Canadá
(que allí no tendrán problemas más serios), que desmonta la teoría, que nos
asegura que esos animalitos que dan vueltas en la pecera sin rumbo fijo, o que
caen en masa en las redes de pescadores, son capaces de recordar lugares y
situaciones durante al menos doce días y no solo unos segundos, como se creía
hasta ahora. Gran descubrimiento.
Pero no es de peces
de lo que quería hablar, sino de memoria. De la nuestra, la de los humanos, que
va camino de elevar la de los peces a la categoría de la de los elefantes (que
dicen que tienen mucha, tampoco sé como lo han averiguado). Y así va el mundo.
Tal vez sea verdad el manido tópico de que hoy en día, todo sucede con tal
rapidez, que no nos da tiempo a procesarlo convenientemente y a almacenarlo
para usarlo en el momento preciso. Más que nada, para no tropezar en la misma
piedra, que es a lo que estamos abonados.
Seguro que ningún
pez tropezaría. Y mucho menos, un elefante. Nos cuentan, por activa y por
pasiva, que hay que recordar la Historia, ante todo para no repetir errores.
Pues más que olvidada la tenemos. A nuestro alcance están, gracias a las
bibliotecas, las hemerotecas y el superpoderoso Google (hasta con la
Wikipedia), la posibilidad de conocer al dedillo cómo han pasado las cosas, de
dónde venimos, lo que hemos ganado y lo que podemos perder.
Y nosotros, erre que
erre. O tal vez debería, por cuestión de género, decir “nosotras”. En femenino
plural, porque somos los peces que más tenemos que perder con eso de la memoria
corta.
Ha habido elecciones
hace unos días. Ya se ha hablado mucho del resultado (nunca lo suficiente,
aunque nos fatigue), y alguna seguimos con los pelos de punta porque nos aterra
la suma final. Y la aparición estelar de quienes pretenden mandarnos a ese
pasado que, al parecer, muchos y muchas han olvidado.
Por eso se impone un
esfuerzo, para convertirnos en elefantes y ejercitar la memoria en los pocos
días que quedan para la nueva cita con las urnas. Triple, por cierto, e
importante en los tres casos.
Hay que hablar con
los mayores, acudir a los libros, buscar y rebuscar en los recuerdos, propios o
ajenos, esos momentos, no tan lejanos, en los que no se podía votar, ni decidir
cuándo ser madre, ni trabajar en según qué cosas (que no decidíamos nosotras,
por supuesto), ni tan siquiera viajar solas o abrir una cuenta bancaria.
Hay que conseguir que
los peces sigan en su urna de cristal, o mejor, en el fondo del mar, y sea la
memoria poderosa de los elefantes la que nos impida equivocarnos. Que no
queremos que nos reconquisten, ni seguir dando vueltas en el acuario o cayendo
en cualquier red que nos tiendan.
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