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lunes, 6 de mayo de 2019

DE PECES Y ELEFANTES (Cuestión de memoria)

Siempre he presumido de buena memoria, aunque cada vez sean menos las cosas que recuerdo, sospecho que por voluntad propia, porque como Cervantes con su lugar de la Mancha, no quiero acordarme.


          Todos hemos dicho alguna vez, y hemos soportado que nos lo digan, eso  de “tienes una memoria de pez”, para resaltar que alguien es incapaz de recordar que comió a mediodía, donde dejó las llaves o el teléfono, o el nombre de la persona con la que ha hablado hace unos minutos.  Y en cada ocasión me he preguntado por qué los comparamos con los peces, qué sepa Dios lo que  recuerdan estos bichos en libertad o en el acuario, que son decorativos y nutritivos, pero poco o nada interesantes.


          Memoria de pez. Pues mira por dónde me he topado con un estudio de no sé qué universidad de Canadá (que allí no tendrán problemas más serios), que desmonta la teoría, que nos asegura que esos animalitos que dan vueltas en la pecera sin rumbo fijo, o que caen en masa en las redes de pescadores, son capaces de recordar lugares y situaciones durante al menos doce días y no solo unos segundos, como se creía hasta ahora. Gran descubrimiento.


          Pero no es de peces de lo que quería hablar, sino de memoria. De la nuestra, la de los humanos, que va camino de elevar la de los peces a la categoría de la de los elefantes (que dicen que tienen mucha, tampoco sé como lo han averiguado). Y así va el mundo. Tal vez sea verdad el manido tópico de que hoy en día, todo sucede con tal rapidez, que no nos da tiempo a procesarlo convenientemente y a almacenarlo para usarlo en el momento preciso. Más que nada, para no tropezar en la misma piedra, que es a lo que estamos abonados.


          Seguro que ningún pez tropezaría. Y mucho menos, un elefante. Nos cuentan, por activa y por pasiva, que hay que recordar la Historia, ante todo para no repetir errores. Pues más que olvidada la tenemos. A nuestro alcance están, gracias a las bibliotecas, las hemerotecas y el superpoderoso Google (hasta con la Wikipedia), la posibilidad de conocer al dedillo cómo han pasado las cosas, de dónde venimos, lo que hemos ganado y lo que podemos perder.


          Y nosotros, erre que erre. O tal vez debería, por cuestión de género, decir “nosotras”. En femenino plural, porque somos los peces que más tenemos que perder con eso de la memoria corta.


          Ha habido elecciones hace unos días. Ya se ha hablado mucho del resultado (nunca lo suficiente, aunque nos fatigue), y alguna seguimos con los pelos de punta porque nos aterra la suma final. Y la aparición estelar de quienes pretenden mandarnos a ese pasado que, al parecer, muchos y muchas han olvidado.


          Por eso se impone un esfuerzo, para convertirnos en elefantes y ejercitar la memoria en los pocos días que quedan para la nueva cita con las urnas. Triple, por cierto, e importante en los tres casos.


Hay que hablar con los mayores, acudir a los libros, buscar y rebuscar en los recuerdos, propios o ajenos, esos momentos, no tan lejanos, en los que no se podía votar, ni decidir cuándo ser madre, ni trabajar en según qué cosas (que no decidíamos nosotras, por supuesto), ni tan siquiera viajar solas o abrir una cuenta bancaria.


          Hay que conseguir que los peces sigan en su urna de cristal, o mejor, en el fondo del mar, y sea la memoria poderosa de los elefantes la que nos impida equivocarnos. Que no queremos que nos reconquisten, ni seguir dando vueltas en el acuario o cayendo en cualquier red que nos tiendan.

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