Por ahí deberían andar ahora los Reyes, por
los arenales, cruzando el desierto para traer regalos a los que esperan
ansiosos su premio después de todo un
año de portarse bien. Pero ni eso es ya lo que era. Después de dos mil
años llega un Papa (infalible, ya lo saben), y sentencia que sus Majestades de
Oriente han perdido el norte. Que ahora son de Occidente, puesto que llegaron
de al-Ándalus, es decir, de aquí mismo. Para ese viaje no hacían faltas las
alforjas. Ni los camellos. Y seguro que se llamaban Abderramán, Abdul o
Boabdil. Esperaremos que otro pontífice nos lo aclare.
Vengan de donde vengan, del desierto, de las
selvas tropicales de Macondo o de Córdoba la Sultana, serán bien recibidos si
traen oro, incienso y mirra. Ya saben, riqueza, prosperidad y aires nuevos,
nuevos perfumes que aclaren este ambiente enrarecido en el que nos movemos.
Toca pedir, y este año más que nunca, porque,
además de los regalos que nos merecemos, tienen que traer todo lo que nos han
quitado en los doce meses que han transcurrido desde su última visita. Y viene
bien que el camino sea más corto, que ya no vengan del lejano Oriente, porque
no sé si los camellos podrían con todo. Con la Justicia, la Educación, las
viviendas de los desahuciados, las llaves de todos los pequeños negocios
cerrados, el trabajo de todos los desempleados, las prestaciones sociales, las
sillas de ruedas que no pueden comprar los discapacitados, las ambulancias que
tampoco pueden pagar los enfermos de diálisis o de cáncer, el dinero para pagar
tasas e impuestos que siguen al alza, o para compensar los sueldos a la baja.
No sé si podrán los camellos con todos
nuestros jóvenes que se buscan la vida en otros países, con los investigadores
que han tenido que colgar probetas y microscopios, con el peso de la cultura
que dejaron en un rincón y que reclamamos como el aire para poder seguir
respirando.
Y sobre todo, no sé si habrá espacio en las
alforjas para las toneladas de esperanza que precisamos. Y de ilusiones.
Sé que Sus Majestades no traerán carbón,
aunque quizá no vendría mal para calentarse, vistos los tiempos fríos que
atravesamos y la subida de la luz con que nos ha obsequiado el nuevo año. Sé
que, como siempre, habrá juguetes y artilugios de última generación en algunas
casas y en otras, pasarán de largo.
Pero había que escribir la carta. Igual se
equivocan y la leen. Al fin y al cabo viene de Macondo, que no es un sitio
cualquiera.
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