No, no he dejado
Macondo para trasladarme al Vaticano. Entre otras cosas, porque, acostumbrada a
moverme en el mundo imaginario y el tiempo circular, no sabría qué hacer en un
lugar tan apegado al suelo y alejado del cielo. Lo de traer un santo a este
lugar, casi siempre lleno de gente común, y sin que sirva de precedente, es
porque hoy es San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, de ese oficio
al que García Márquez llamó el más hermoso del mundo, y que, como casi todo en
Macondo, ha quedado arrasado por la furia del diluvio.
No
sé si la Iglesia, con esa manía de poner un santo para cada cosa, momento,
estado de ánimo o actividad, acertó al colocar al obispo de Ginebra como luz y
guía de los periodistas. Tal vez esté muy cogido por los pelos ese episodio en
el que Francisco, luchando contra la herejía del calvinismo, escribía folletos
que dejaba bajo las puertas de sus vecinos. Quizá ha llegado a “apadrinarnos”
porque, en su afán de hacerse entender por el pueblo llano, redactaba estos
opúsculos con lenguaje fácil y directo (periodístico, en suma), y procuraba su
máxima divulgación.
Sea
como sea, en las alturas debieron tener en gran consideración su trabajo,
porque, también según las Vidas de Santos, cuando muchos años después, y con
ocasión de su beatificación se abrió el ataúd que contenía sus restos, todos
quedaron asombrados por la dulce fragancia que salía del interior.
Muy
bonito. No sé si encomendarme al Santo para que renueve el milagro, y cuando
pase esta etapa negra que la profesión está atravesando, volvamos a la vida en
perfecto estado de revista, perfumados y acicalados como si para nada nos
hubiera afectado la miseria y la podedumbre que nos rodea. Como si no hubiera
pasado nada y el periodismo siguiera intacto.
Por
obra y gracia de San Francisco.
Estoy
incumpliendo una máxima del periodismo, la de no hablar de nosotros mismos, la
de no mirarse al ombligo para no distraer la atención de lo que pasa alrededor,
y estamos obligados a contar y compartir. Pero como ya nada es igual, me puedo
permitir ciertas licencias, hasta la de citar a Kapuscinski cuando afirma que
“antes, ser
periodista era una manera de vivir, una profesión para toda la vida, una razón
para vivir, una identidad”.
Antes.
Ahora, sólo queda esperar que el Santo Patrón haga un milagro. Felicidades a
todos los periodistas de bien y felicidades muy especiales a Angel Monterrubio,
que mañana recibirá el merecido premio de la Asociación de la Prensa por su
manera de sentir y comunicar. Y de ser. El mismo Kapuscinski decía que para ser
periodista hay que ser buenos seres humanos, porque las malas personas no
pueden ser buenos periodistas.
P.D. Juro que soy buena
persona.
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