Leo estupefacta que el 96 por ciento de los españoles (¿Quién
estará en el otro 4 por ciento), considera que la corrupción en nuestro país es
alta o muy alta. Y ya está. Tenemos otras preocupaciones, otros problemas más acuciantes
y, al fin y al cabo, España siempre ha sido un país de pícaros. Hasta tenemos
género literario propio, la novela picaresca, y personajes que forman parte de
nuestra intrahistoria y que, tal vez, han dejado parte de su ADN en nuestros
genes.
¿Quién no se ha reído
con las maniobras para sobrevivir del pobre Lázaro de Tormes? O con los hurtos
constantes de Don Pablos, el Buscón de Quevedo, o con las tretas de Guzmán.
Hemos admirado la pericia del dómine Cabra para hacer mil caldos con el mismo
hueso, que sumergía en la marmita atado de un cordel, y hemos aplaudido el
truco de agujerear la bota de vino para beber al tiempo que el “jefe”, y
gratis.
Hemos vuelto al Siglo de
Oro pero, como el mundo está al revés, no son los pobres los que engañan a los
ricos. Se han vuelto las tornas y ahora los pícaros son los poderosos (léase
poder político o económico) y hasta los alrededores de alguna testa coronada.
Y sus aventuras, que no
desventuras, no nos hacen precisamente sonreír. La picaresca de este siglo XXI
es la de los banqueros que emigran a puestos de trabajo con sueldos
millonarios, después de haber engañado con preferentes y otras artimañas a
miles de personas; es la de los que abandonan la política para ocupar sillones
en empresas que ellos mismos han “externalizado”, que es el eufemismo para
decir privatización; es la de los que colocan a decenas de amigos y familiares
mientras el paro alcanza cifras angustiosas.
Los nuevos pícaros son
los que aplauden una reforma laboral que les permite despedir a miles de
trabajadores para “deslocalizar” su producción, es decir, para llevar las
fábricas a Marruecos o la India, donde las jornadas de trabajo son
interminables y los salarios de risa. Eso sí, después de mantener deudas
millonarias con Hacienda y de recomendarnos trabajar como chinos.
Los pícaros de este
siglo de vergüenza son los que aprovechan la crisis para ofrecer sueldos de
miseria y de hambre, para rodearse de becarios que trabajan por la ilusión de
cobrar algún día y de gente sobradamente preparada que necesita hasta el último
céntimo de lo que le quieran dar.
Son los que piden
sacrificios y dan lecciones de cómo salir de la crisis (ellos), mientras hunden
en la miseria a todo un país, los que van en coches oficiales y niegan
transporte escolar y ambulancias, porque aumentan el déficit. Los que permiten
desgarradores desahucios y acumulan inmuebles; los que niegan subsidios a los
desempleados y se colocan dietas inmorales para aumentar su saldo a fin de mes.
Mientras, el pueblo pasa
hambre y frío, como en la España del Siglo de Oro, y no le quedan tretas que
buscar para sobrevivir.
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