Cuentan que la reina Maria Antonieta, esposa de Luis XVI, paseaba un buen día por las calles de París rodeada de gran séquito, cuando se fijó en las caras tristes de la gente y en algún que otro corrillo que protestaba a prudente distancia, para no ser detenidos y encarcelados por su osadía ¿Qué les pasa, qué quieren?, preguntó la soberana. Dicen que no tienen pan, señora-le respondió su doncella- ¡Pues que coman pasteles!
Y se acabó el problema. La Corte siguió con sus lujos y el pueblo, sin pan ni pasteles, con su hambre. Luego rodaron cabezas, pero eso no viene a cuento.
Claro, que diréis que a qué cuento viene Maria Antonieta y porqué se ha ganado unas líneas en este humilde blog. Como la mente es caprichosa (la mía roza lo insoportable), ayer mismo me acordé de esta historia viendo en el telediario las declaraciones de una insigne gobernante acerca del cierre de servicios sanitarios en determinados lugares de la geografía castellano-manchega.
¿Que cierran en tu pueblo? Pues te vas a otro, aunque sea con las tripas en la mano, a media noche y por caminos de cabras ¿Dónde está el problema?
Todos somos jóvenes, conducimos (o contamos con chófer particular), tenemos vehículos de alta cilindrada y entre pueblo y pueblo, sólo hay autopistas que permiten pisar el acelerador a fondo. Y, claro está, en nuestro mundo ideal no hay niebla, ni nieve, ni hielo, ni llueve nunca. Y comemos pasteles todos los días.
Maria Antonieta pisaba poco la calle, el mundo real. Otr@s parece que no la pisan nunca. Hablan de pueblos "muy pequeños" cuando se refieren a tres mil almas, y de "quince minutos" en coche sin saber cómo se alargan los kilómetros en las carreteras comarcales, en la sierra, en remotos rincones de esta tierra nuestra que se merece que la conozcan y la quieran.
Las nuevas mariantonietas se arrogan el derecho de decidir sobre la vida y la muerte, sobre los derechos a tener servicios, según donde residas, y aunque pagues igual que todos; miran desde sus carrozas y señalan a quienes no pueden enfermar por encima de sus posibilidades, a quienes tienen que pasar la angustia de la espera ante una urgencia y a quienes ya nunca más dormirán tranquilos.
Seguimos retrocediendo. Ya vamos casi casi por el feudalismo, donde los señores tenían derecho sobre vida y hacienda de los vasallos. A este paso, nos vemos en Atapuerca con el homo antecessor, haciendo compañía a Miguelón y comiendo oso crudo, a falta de pasteles.
Lo he leído y releído intentando buscar alguna falta, pero he fracasado. No le falta ni una coma.
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