Creo, de verdad, que este término que la memoria caprichosa ha traído hasta este lugar podría ser el nombre científico de las medidas que el Gobierno, a traición y en plena tarde de domingo, ha anunciado como la bomba para paliar el paro juvenil.
Me refiero, por supuesto, a la supuesta ayuda a los jóvenes emprendedores, lo de los 50 euros de cotización durante seis meses. Y a nada más, porque eso es todo.
Y ahora explico lo del título. Supongo que todos hemos oído eso de la castración química, temporal o definitiva. Siguen rodando por ahí las leyendas urbanas de los misteriosos polvos blancos que echaban en las comidas en la mili, en el ejército o en las cárceles, para mantener a los rudos hombres tranquilitos, sin deseos que les empujasen a hacer locuras hasta entre ellos mismos. El bromuro, que se utilizó como sedante en la antigüedad, sería algo así como el garante de la paz sexual entre tanta hormona castigada por la abstinencia impuesta por la guerra, el servicio militar o la privación de libertad.
Pues eso, que me ha parecido ver a la ministra Báñez, cuatro días después de la demoledora EPA de los seis millones de parados, sacar el botecito de bromuro y esparcirlo por nuestro espacio. Ya está. La paz social.
Pero el adormecimiento nos deja muchas preguntas que el bromuro no puede enmascarar ¿Quien va a emprender? Hablamos de menores de 30 años, que necesitan crédito o capital para embarcarse en el mínimo negocio. Por cierto, ¿Porqué no de 40 o de 50, que tienen más difícil el acceso al trabajo?
¿Y quien va a comprar en esos flamantes negocios? Los menores de treinta no han trabajado nunca y los mayores, han perdido su puesto de trabajo y el acceso al consumo está más que limitado a lo imprescindible para no morir de inanición.
¿Y qué pasa después de seis meses? En tan corto espacio de tiempo no se monta un negocio, se amortiza y se consiguen beneficios para pagar las cuotas normales.
Se me ocurre, a bote pronto, que en vez de esparcir bromuro podrían ayudar a los autónomos que han tenido que cerrar, o que sobreviven a duras penas; o a los consumidores, con menos impuestos que les permitan cambiar la lavadora o el sofá que se cae a cachos. Que les permitan consumir en las viejas o nuevas empresas.
Me siento como el perro al que le han echado un hueso para que no ladre, y descubre que es sólo eso, un hueso sin rastro de carne, sin nada que rascar. Y no quiero pensar cómo se sentirán los presuntos "beneficiados", los jóvenes sin dinero, sin capital, sin posibilidad de que la familia le eche una mano en el posible negocio y teniendo que mover la cola como un perro agradecido porque le han hecho una gracia.
Y sólo les han dado bromuro.
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