Si nadie lo remedia-y no parece que podamos contar
con los mayas-, en cuatro días se acaba el año, y es tiempo de hacer balances.
No hay más que asomarse a los periódicos para enterarnos de un vistazo de cómo
ha sido el año en lo político, en lo social, en lo deportivo o en lo cultural,
en la sanidad, en la economía…
Así fue 2012 ¿Qué les voy a contar a ustedes? Tanta
paz lleve como descanso deja el año que se va, aunque mucho me temo que si nos
vemos aquí dentro de 365 días el balance será parecido. Como si no hubiéramos
pasado las páginas del calendario.
Termina un año para olvidar, y que no olvidaremos
nunca. El año de más paro, de más pobreza, de menos democracia, de más
conflictos y menos paz social, de miles
de dudas de docenas de certezas espeluznantes, de desconfianza y de miedos. De
presente difícil y futuro imperfecto.
Se va el año de mirar hacia atrás con nostalgia, de
acordarnos de cuando había trabajo, los sueldos no eran de miseria, los
desahucios se hacían con cuentagotas y los pobres eran algo que nos tocaba de
lejos, no vivían en la casa de al lado o en nuestra propia puerta. Y hasta los
niños en clase tenían espacio para moverse, por supuesto, después de haber
comido en condiciones.
El balance de 2012 es el que nunca tendríamos que
hacer, porque es el de la oscuridad sin luz al final del túnel. Y el túnel es
ya demasiado largo. Como en los libros de cuentas, es mucho el “debe” y escaso
el “haber”. Unos cuantos apuntes para agradecer que la enfermedad nos haya
respetado, que seguimos teniendo buenos amigos y que hemos descubierto la
solidaridad con mayúsculas, la que viene de la gente de la calle. La que no se
refleja en los Presupuestos.
Ha sido un mal año, y
esto ya no se parece en nada a lo que era. Es como cuando el coronel Aureliano
dejó el pueblo en manos de Arcadio para marcharse a la guerra. Desde el primer
día de su mandato reveló su afición por los bandos. Leyó hasta cuatro diarios
para ordenar y disponer cuanto le pasaba por la cabeza, apretando los torniquetes
con un rigor innecesario, hasta convertirse en el más cruel de los gobernantes
que hubo nunca en Macondo.
Después, las cosas
cambiaron a mejor, pero ya nadie pudo levantar a los que quedaron tirados en el
camino.
Habrá buenos deseos y,
si podemos, nos comeremos las uvas brindando por el año nuevo, ese que, si
nadie lo remedia, tampoco arrojará saldo positivo.
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