Si yo fuera el mundo,
ése que podría acabar mañana, ya tendría listo el testamento, un largo pliego
de últimas voluntades, tan largo que nunca acabaría, que siempre estaría al
inicio.
Empezando de nuevo,
como en Macondo, cuando el mundo era tan reciente que las cosas carecían de
nombre, y había que señalarlas con el dedo para nombrarlas. Si fuera el mundo,
y fuese a acabar mañana, no repartiría lo que dejo, sino lo que debo. Y debo
tantas cosas…
Debo justicia y amor
bien repartidos; y países sin vallas ni fronteras, y continentes sin mares que
los separen, y colores de piel que no se diferencien salvo en la capa más
superficial, y armas que no maten, que sólo hablen para la paz. Debo comida a
los hambrientos y agua a los que tienen sed;y calor a los que tienen frío en el
cuerpo y en el alma; y salud a los enfermos y miles de letras para que todos
puedan leer.
Debo trabajo a los
desempleados y casa a los sin techo. Y alegría a los tristes, y risas a los que
lloran. Debo padres a los huérfanos e hijos a los mayores que están solos. Y
compañía a todas las soledades.
Si fuera el mundo y
hubiera de acabar mañana, dejaría en su Olimpo particular a todos los dioses,
imaginarios o de carne y hueso, que imponen las leyes a su antojo creando dolor
y enfrentamientos desde el inicio de los tiempos.
Empezaría de nuevo. Se
lo debo a los hombres de buena voluntad, a los que no tienen culpa, a los que
pagan la culpa de los demás. A los que no saben qué culpa pagan o qué pecado
están expiando. A los que no tienen testamento que redactar, porque nada tienen
y nada deben.
Si todo acabara mañana,
creo que me cambiaría hasta el nombre. Ya no sería “mundo”, teñido de mil
connotaciones negativas. Asco de mundo, mundo cruel, paren el mundo que me bajo…
Me llamaría ¿Qué sé yo? Cualquier cosa menos mundo. Quizás renovación. Suena bien.
Es diciembre, y diciembre en Macondo es renovación. Un diciembre, el coronel
Aureliano Buendía, recién fusilado, salió de su cuarto y Úrsula decidió
rejuvenecer la casa, lavar, pintar, sembrar flores… Y decretar el final de los
numerosos lutos superpuestos. Otro diciembre, muchas generaciones después,
Amaranta Úrsula hizo lo propio.
Debo tantas cosas que,
si todo acaba mañana, nadie conocerá la etapa nueva que empieza. Habrá cambiado
hasta el nombre. Feliz fin del mundo.
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