Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 6 de diciembre de 2012

Desde Macondo. ¡VIVA LA PEPA!

            Por razones oficio, durante un cuarto de siglo de vida laboral he mantenido un estrecho contacto con la Constitución.  Con la actual y con los efímeros textos anteriores, por aquello de documentarse. La he leído de principio a fin, los derechos, los deberes, las garantías, título a título, desde el prefacio al refrendo, analizando cada artículo,  buscando inspiración en los términos tan conocidos. Libertad, seguridad, protección a la infancia, a la juventud, a los mayores, garantías jurídicas, igualdad, no discriminación, derecho a la cultura, libre expresión…
           Podría seguir, pero en estas fechas hay docenas de artículos que hablan de la Ley de Leyes, que la ensalzan, que nos cuentan eso de que es el marco jurídico que permite la convivencia, que es el paraguas que nos ampara a todos y demás tópicos que se repiten desde 1978.
            Y yo, ya ves, por llevar la contraria, me acuerdo de la Constitución de 1812, la de las Cortes de Cádiz. Me acuerdo de un artículo, el 13, que no está en el vigente texto constitucional: “El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. Artículo 13.
            Falta el 13, y faltan todos los demás. No hablo de la reciente (y pactada) modificación para incluir el techo de déficit de  nuestros dolores. Hablo de artículos que garanticen la felicidad, la que se consigue con trabajo, con salario suficiente, con vivienda, con igual acceso a la educación, la sanidad o la justicia, con los derechos mínimos para una vida digna. Sin hambre, sin tristezas añadidas artificialmente.
            Esta Constitución, la que hoy conmemoramos, la del 78, no habla de felicidad, no obliga a los gobernantes a trabajar por ella, y de esos polvos vienen estos lodos. El estado de derecho que se proclama en el prefacio, se ha convertido en estado del revés y las páginas de la Ley Suprema se nos antojan papel mojado con letras borrosas que cada cual puede interpretar a su antojo. Y donde no pone “Felicidad”.
            Leí hace tiempo que en Bután, un pequeño país perdido en el Himalaya, existe un indicador  que mide el grado de felicidad de sus habitantes. No el producto interior bruto, sino el “producto interior de felicidad”, porque a sus gobernantes no  les interesaba tanto el dinero de los ciudadanos como su estado anímico y su bienestar. Que era muy alto, por cierto.
            Fuera de esta curiosidad, hoy, más que nunca, echo de menos el artículo 13 de La Pepa. Tal vez habría que hacer un referéndum para incluirlo. O hacerlo por decreto, con premeditación, alevosía y agravante de vacaciones, que no sería la primera vez. Pero hacerlo. Y articular los mecanismos para expulsar con vergüenza y vilipendio a quien no lo cumpla.
Dicho esto, Viva la Pepa.
 
 
 

2 comentarios:

  1. ¿Dónde hay que firmar, Maria Ángeles? Las últimas actuaciones por parte de quienes mandan, justífíquense como se quiera, parecen destinadas a justo lo contrario: "buscar la infelicidad de la mayoría", incluída la de los propios votantes que permitieron las mencionadas actuaciones.

    Un abrazo.

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    1. Es verdad, Antonio. La infelicidad de la mayoría, la tristeza, la falta de ilusiones... Desde luego, no hay mucho que celebrar en este Día de la Constitución.

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