Esto
va de músicas, aunque las letras, omnipresentes, reclamen por derecho propio su
espacio en esta columna. Porque la banda
sonora de mi vida está hecha de ambas cosas, de letras y de músicas, de
canciones con mensaje, que se decía antes.
Y
que vuelve a decirse ahora. Yo creía que ha había llegado a Itaca, como en el
poema de Kavafis, que ya guardaba en el baúl de los recuerdos los sonidos con moraleja que me acompañaron en mi primera
juventud, en los últimos coletazos del franquismo, en la incierta Transición. Ya había olvidado el escalofrío que recorría
el cuerpo al escuchar eso de El Pueblo Unido Jamás Será Vencido, de Quilapayún,
o el Todo Cambia, de Mercedes Sosa, o el Vientos del Pueblo, en la voz de Los
Lobos; que no volvería a saltar con eso de Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS; ni a corear
La Estaca, de Lluis Llach.
Pensaba
que ya había llegado a Itaca, como el cantautor catalán tras décadas de canción
protesta. Como Ulises después del largo camino: “… y atracar,
viejo ya, en la isla, enriquecido con cuanto ganaste en el camino”. Nadie nos
había avisado de que, andando el tiempo, deberíamos desandar lo andado, guardar
las otras músicas que han sonado en el transcurrir de nuestros días, las que
hemos ido descubriendo en cada momento, en cada situación, en cada etapa de la
vida, para volver a empezar el viaje, mientras Penélope espera desesperada
tejiendo y destejiendo tozudamente su tela.
Hemos compuesto la sinfonía de nuestra vida, la banda sonora,
mezclando flamenco y pop, rock y gregoriano, ópera y baladas, músicas del
mundo, nanas y elegías. Alegrías, tristezas, con o sin letra, con ruidos y con
silencios. De fondo o en primer plano, según el momento.
El equipaje es ahora más abultado, distinto, pero parece que
estuviéramos en el mismo puerto de salida. Con más años, con más músicas en el
baúl de los recuerdos, en estos tiempos turbulentos la tele nos ofrece imágenes
de jóvenes con el puño en alto, abrazados y coreando entusiasmados los mismos
temas que sonaban cuando nosotros emprendimos el viaje.
Y no sabemos si nuestros huesos cansados soportarán otra larga
travesía, otras mil batallas en tierra y mar, si conseguiremos resistir el
hechizo de Circe, cegar al cíclope o callar a las sirenas.
O si es tarde para cambiar de banda sonora, cuando ya hemos oído
demasiadas músicas.
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