Ahora que la que la necesidad y
la crisis han puesto de moda lo de la segunda mano, la venta de objetos usados,
no estaría mal que la Real Academia, siempre diligente para introducir en el
Diccionario los términos que exigen los nuevos tiempos, hiciera un “barato” con
palabras que deberíamos usar más . De esas que un día llenaron nuestros
periódicos, nuestras conversaciones, nuestras vidas, y ahora están olvidadas en
el fondo de cualquier armario.
Vamos, algo así como poner un
puesto de palabras en desuso. Y concediera franquicias indiscriminadamente,
para que todos nos convirriéramos en emprendedores,, que está tan de moda.
Sería un
negocio modesto, sin pretensiones, sin que nos hiciera ricos en cuatro días. Y
no precisaría de una gran inversión. No
sé si el tenderete debería estar en el centro del mundo, en el kilómetro cero;
o en las puertas del Congreso, entre león y león; tal vez haya que colocarlo en
el cielo, para que se vea desde cualquier parte, o montar sucursales en cada
provincia, pueblo y aldea del país. O en las autopistas de la información, que
permiten circular a toda velocidad.
Tampoco hace falta mucha infraestructura. Las palabras pesan poco y ocupan
menos. Y no son tantas: Transparencia,
solidaridad, rectitud, servicio público, igualdad, bienestar, respeto, compromiso,
empatía, pan, democracia, justicia, salud, risa, alegría, esperanza, ilusión,
futuro...
Estarían
retirados, por caducados, otros términos como corrupción, opacidad,
enriquecimiento ilícito, desempleo, frío, hambre, tristeza, desesperanza,
desesperación, miedo, inseguridad, insensibilidad, pobreza...
Me viene a
la memoria un cuento corto de Isabel Allende en el que la protagonista, Belisa
Crepusculario, tenía por oficio vender palabras, desde que descubriera que no
tenían dueño, y cualquiera las podía utilizar a su antojo, y hasta sacar
provecho de ellas. Y así se ganaba la vida, de pueblo en pueblo, con su
tenderete de palabras. Hasta que llegó un militar aspirante a político y le
pidió las palabras precisas para ser presidente. No fue fácil encontrarlas,
porque tuvo que descartar las demasiado
floridas, las desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables,
las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces
de tocar con certeza el pensamiento y la intuición de los hombres y mujeres.
Es tiempo de
vender palabras recuperadas, de ponernos todos a ello hasta que alguien las
compre, sin miedo a que puedan acusarnos de venta ilegal y nos retiren la
mercancía. Pero se trata de recoger los trastos, plegar la manta e instalarnos
en otro sitio. Sin descanso.
Ojalá fuese tan fácil. Ojalá el viento, que se lleva las palabras, las deposite
en el lugar preciso.
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