No voy a hablar de flores. ¡Más quisiera yo que dejarme llevar por las
bellezas de la naturaleza ignorando todo lo que las enfanga! Estoy en ello,
pero aún no le llegado al nivel de abstraerme y dedicarme a la vida contemplativa,
que sin duda dará menos disgustos que la que vivimos para contarla, que diría
mi admirado Gabo.
Pero a caballo entre una cosa y otra (lo
del caballo seguro que os sugiere algo),
me he encontrado, por esos caprichos de la mente sobrecalentada y
sobreexplotada, recordando el mito clásico de narciso, mientras contemplaba la
“foto” de la plaza de Colón, que nos han repetido hasta la saciedad, y lo que
te rondaré morena. Todos jóvenes, altos,
guapetes, monísimas las chicas, todos
vestidos a la última (según sus cánones, que no son los míos), y todos,
encantados de haberse conocido, conscientes de su juventud, su altura, su
elección del atuendo…
Y mirando desafiantes, para que ningún otro “guapo” les pise el
terreno. Abajo, en la calle, los
convencidos de que no hay otros más bellos. Y fuera, mirando la foto, los del
montón, los que no creemos que la belleza sea el pasaporte a la fama y los que
pensamos que también los feos, los bajitos, los calvos, los gordos y los
flacos, los pobres, las mujeres, los que no llevan el último grito en moda, y
los que no pueden gritar, también tienen derechos. Cuanto más miro la foto, más
me espanta. Nada que ver con el Síndrome de Sthendal. ¿Habré perdido la cualidad de apreciar la
belleza?
El Narciso clásico era un joven guapo,
guapérrimo, y tan convencido de que no había otro como él en la faz de la
tierra ni en el Olimpo de los dioses, no encontraba a nadie digno de compartir
tal regalo. Una tras otra fue rechazando pretendientas (algún pretendiente
también), hasta que un día dio con la horma de su zapato, la diosa Némesis, que
puso fin a una vida de vanidad y despechos, haciéndolo beber su propia
medicina. Narciso se enamora de su
propia imagen reflejada en un estanque e intenta seducir al hermoso joven sin
darse cuenta de que se trata de él mismo hasta que intenta besarlo y muere
ahogado en las aguas.
Esto es la primera parte del mito, que
la que viene a caso es la de la moraleja.
Al parecer, preocupada por la actitud
de su hijo, Liríope, su madre,
decidió consultar al vidente Tiresias sobre su futuro. Y Tiresias le dijo a la ninfa que Narciso viviría
hasta una edad avanzada mientras nunca se conociera a sí mismo.
Podía haber dicho mientras no lo
conociera nadie, y nadie tuviera que soportar su prepotencia, su chulería, su
desprecio y su convicción de tener la verdad absoluta. Por guapo que fuera, o que sean los que nos
ocupan y preocupan de la foto.
Me asustan tantos narcisos juntos,
tantos guapos enamorados de ellos mismos y de sus discursos, que nos dejan
fuera a casi todos, a los que somos del montón, a los que el reflejo del agua
nos devuelve la imagen de gente de a pie que quiere seguir avanzando y
envejecer dignamente. Sin que importen las arrugas, que también son bellas.
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