Apuesto que no
hay nadie de mi generación, de las anteriores y de alguna posterior, que no se
sepa de corrido, y con musiquilla, los mandamientos de la Ley de Dios. Que fueron muchos años de machacar, de
copiarlos cien veces, de preguntarlos en clase, y en catequesis, del uno al
diez o en orden aleatorio, para pillarte, porque, al fin y al cabo, era más
importante saberse el Catecismo que las normas de la Gramática o los ríos de la
Península Ibérica.
Andando el
tiempo, cada cual nos hemos quedado con los mandamientos que hemos considerado
convenientes, que honrar a los padres,
no matar o no robar, deben ser de obligado cumplimiento en cualquier credo, y algunos
otros, como lo de no tomar el nombre de Dios en vano, ir a misa o reprimir los
pensamientos considerados impuros, pues allá cada cual.
Y luego está
el octavo, que es el que nos ocupa hoy en esta humilde columna. No
dirás falso testimonio ni mentirás. Colas debería haber en los confesionarios
para intentar buscar el perdón por faltar al octavo mandamiento. Aunque claro,
sin propósito de la enmienda, y sin cumplir la penitencia (también me lo
enseñaron las monjas), la confesión no tiene sentido.
Ya están convocadas las elecciones
generales. No voy a entrar en si debiera haberse hecho o no; en si era mejor
esperar a octubre o a 2020. Como tengo a gala no mentir, y cumplir a rajatabla
el mandamiento número ocho, tampoco voy a ocultar que no me gusta el adelanto,
pero eso es cosa mía. El caso es que tengo la clara conciencia de que se ha
llegado a este extremo de la mano de la mentira. Sin entrar en discusiones de
si el Gobierno estaba en los últimos estertores o aún quedaba un resto de
oxígeno en su reserva.
Pero los defensores de la patria, la
tradición, la religión, de la España de antes, la del Catecismo a sangre y
fuego, la misa obligatoria y el poder ilimitado de la Iglesia, no han tenido
ningún reparo en llevarnos a esa convocatoria de elecciones mintiendo sin pudor.
Antes y después. Mentiras como la del manifiesto de Colón, cuando se afirmó
como si fuera un hecho indiscutible que Sánchez había aceptado “las 21
exigencias del secesionismo”, cosa que los firmantes sabían que no era verdad.
O como la “alta traición”, o la ocupación ilegítima de La Moncloa, o los pactos
con los presos del procés, o afirmaciones sobre el indulto a los procesados,
deberían tener doble o triple castigo para quienes se proclaman católicos, se
dan golpes de pecho y hasta protestan porque la fecha elegida les va a
dificultar cumplir con los deberes de la Semana Santa. Incumplen, a sabiendas,
uno de los Mandamientos de la Ley de Dios.
Y podría decir que allá ellos con su
conciencia: pero esto no es un pecado que se confiese y se perdone con tres
padrenuestros. Es mucho más serio. Vale
que todos, en campaña, exageran y prometen cosas que luego no cumplen, pero es
muy grave que dirigentes políticos que piden la confianza de la ciudadanía para
gobernar el país se permitan mentir de manera tan escandalosa, aún cuando sepan
que sus mentiras se van a descubrir
inmediatamente. En concreto, tres días después, cuando se votaron los
Presupuestos.
Deberíamos redactar una hoja de ruta
para la campaña electoral en los que se detallaran las normas a seguir para su
normal desarrollo, Y en la que el octavo mandamiento, pasara a ser el primero.
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