Ha sido escuchar al presidente de Vox en
el Parlamento andaluz pidiendo la
relación de todos los trabajadores, con sus nombres y apellidos, de las
Unidades de Valoración Integral de Violencia de Género, y acordarme de Elena
Francis. Extraña asociación, diréis. Pues no. Porque aparte de que la tal
señora Francis no existiera realmente, siempre he imaginado un cura calvo con
sotana, un par de señoras como mis profesoras de Formación del espíritu
Nacional, y algún falangista de pro, contestando como locos las cartas que las
desdichadas mujeres enviaban, escudadas en el anonimato, al “aleccionador” programa
de radio.
Y ahí me encaja, vaya si me encaja, la
figura de Francisco Serrano, ese juez redondito, con cara de señor normal, y tan preocupado
por los abogados, psicólogos, terapeutas y demás gente de mal vivir, que puedan
aconsejar a las mujeres víctimas de violencia, o a sus hijos, que denuncien al
agresor y hasta que lo abandonen. Y que acudan a las instituciones, que para
eso están, para que les echen una mano y las ayuden a vivir una vida
razonablemente normal.
Dice este “moderno” señor Francis, que
los informes que realizan estos trabajadores están basados en criterios
"ideológicos" –lo que llaman "suprema cismo de género"– y
quieren depurar los casos del personal que no consideran cualificado. Como si
una bofetada, una violación, o el maltrato psíquico, tuviera ideología.
Han sido muchos, muchísimos, los
análisis que se han hecho, andando el tiempo, acerca del famoso consultorio de
radio que sí, daba consejos de belleza, y de cocina o de limpieza, pero que al
mismo tiempo lanzaba un claro mensaje a las mujeres que habían saboreado en la
República las mieles de la libertad, de tener derechos, acerca del modelo que
imponían los vencedores. Ya sabéis, eso de “Cásate y sé sumisa”
Vamos, que no hace falta tener una
imaginación desbordada para colocar ante el micrófono a uno de los chicos/as de la formación
ultraconservadora pidiendo paciencia y comprensión a la mujer maltratada, “Sea
valiente, no descuide un solo instante su arreglo personal. Y cuando él llegue
a casa, esté dispuesta a complacerlo en cuanto le pida” (sic), y para más inri,
afirmando que algo de culpa tendría ella también. O desaconsejando vivamente el
abandono del hogar tras muchas infidelidades
del marido, cuando la receta de Francis era la siguiente: “Es mucho mejor que
se haga la ciega, sorda y muda. Procure hacer lo más grato posible su hogar, no
ponga mala cara cuando él llegue”.
Habrá que ver qué hace el señor Francis
de Vox con la lista de trabajadores de los equipos de valoración, porque la
“depuración” que pretende puede ser más que drástica. No creo que nadie que
haya visto los moratones, la desesperación de una mujer víctima de malos
tratos, el miedo en sus ojos y en los de sus hijos, pueda decir con voz
impostada eso de “querida amiga, hay que sacrificarse por la familia…”.
Pues eso, que miedo me da la purga, que
estos no se van a conformar con una cucharadita de aceite de ricino.
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