«El leve movimiento de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo». Es un proverbio chino, popularizado luego por la Teoría del Caos, que viene a corroborar lo que todos sabemos, especialmente desde que se empezó a hablar de globalización.
Se habrán fijado ustedes en que, salvo los habitantes de Macondo, que por derecho propio tienen lugar en este espacio, nunca hay nombres propios en esta columna. No hay nadie con mayúsculas porque, en definitiva, la vida que nos interesa a todos es la vida en minúsculas, nuestro día a día, nuestras cosas, que posiblemente son tonterías si pensamos en macroeconomía, en el mundo global, en las grandes cuentas de una gran empresa, de la Banca o del Estado. No queremos saber nada de la mariposa, y mucho menos del efecto de sus actos.
Son tonterías, pero son las nuestras, las que nos angustian, nos agobian, nos quitan el sueño y, de cuando en cuando (cada vez menos), nos alegran. Hay desempleo con mayúsculas, por supuesto, pero nos apena el nuestro y el de los nuestros; y hay unos gobernantes que no lo solucionan. Los nombres son lo de menos, porque están ahí, y cuando se marchen, vendrán otros que se llamen diferente y actuarán de forma parecida.
Claro que nos sobrecogen las imágenes y las noticias sobre la pobreza o las guerras; y las víctimas tienen nombre y apellidos que olvidamos rápidamente, porque conocemos otros casos mucho más próximos, que son los que nos importan.
Ya no le ponemos nombre a los casos de corrupción ¿Qué más da? Hablamos de la corrupción por uno y otro lado, por la empresa, los partidos, los bancos, la Iglesia, las instituciones…Todo en minúscula, aunque, por seguir las reglas de la ortografía deberían ser mayúsculas. Así me lo enseñaron, el cargo en minúscula, la institución en mayúscula. Gobierno y gobernantes. Presidencia y presidente. Ministerio y ministro. Banca y banqueros. Humanidad y hombres.
Pero hay que cambiar las reglas ortográficas, que ya nada vale en este mundo al revés. Hay que pensar a lo grande, en mayúsculas, que miles de mariposas aleteando se esfuerzan por advertirnos de la necesidad de ensanchar el pensamiento y los corazones. No podemos hacer oídos sordos al auge de los extremismos, al crecimiento desaforado de ideología que ya llevaron al mundo al caos, y amenazan con volverlo a llevar; ni a los avisos de cambio climático que nos están obsequiando con temporales, huracanes, terremotos, subida del nivel del mar… Ni a los océanos asfixiados por el plástico, que acabará comiéndose a todos los peces; ni a las guerras y la pobreza, que empujan a miles de personas a abandonar sus lugares de origen buscando paz y pan.
Es momento de pensar en mayúsculas, de abrir los ojos y la mente, porque ya no vale cerrar las ventanas para no oír el aletear de las mariposas. Se ha acabado el tiempo de las minúsculas.
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