Seguro que no son muchos, más bien
ninguno, los que en estas fechas os hayan deseado prosperidad. Sólo eso. Con
tanto “meme”, “gif” vídeos virales y frases hechas varias, enmarcadas en
botellas de champán, serpentinas, gorritos y demás que invaden nuestros
teléfonos y correos electrónicos en estas fechas, me siento viejuna y
trasnochada expresando el deseo de toda la vida para lo que se nos avecina.
Próspero Año Nuevo.
Sin
más. Sin bromitas más o menos afortunadas o divertidas. Claro que podemos pedir
una pareja, o un divorcio, o un chalé o uno de esos carísimos coches que llevan
los deportistas famosos. Supongo que eso también es desear prosperidad, que al
fin y al cabo el diccionario de la Real Academia (que espero me acompañe
también en el año nuevo como en todos desde que tengo memoria), define próspero con sólo dos acepciones: Dicho
de una cosa: “Favorable, propicia,
venturosa”. Y dicho de una persona, “que
tiene éxito económico”.
Ya
lo hemos jodido. Con lo bien que íbamos, y resulta que nos vuelven a lo de
siempre, al dinero. Que nos recuerdan que la prosperidad pasa por los Mercados,
por el IBEX, por el crecimiento del PIB del primer mundo (que los otros nos
quedan lejos) y por liderar esa fastuosa recuperación que nos llevan vendiendo
hace años, aunque aún no nos hayamos percatado de que ya está entre nosotros.
Sin
desdeñar la segunda acepción del término “próspero”, que una es humana, come
todos los días, cambia de abrigo de cuando en cuando y enciende la calefacción
en esos interminables y húmedos días de niebla, me quedo con la primera parte. Favorable, propicio, venturoso…
Son
mis deseos propios para un próspero 2019, pero también lo son para los míos y
para toda la gente de bien. Cabe todo en tres adjetivos; cabe la paz, la
igualdad tan lejana y casi inaccesible, la solidaridad, que casi ha
desaparecido del diccionario oficial, y sólo permanece en pequeños textos
individuales, en el corazón de cada cual y en los esfuerzos de ONG y
asociaciones humanitarias que suplen los “olvidos” de los dirigentes. En la
prosperidad que le pido al año nuevo entran las mujeres maltratadas y
asesinadas que conforman una larga y penosa lista a finales en días de balance.
Y también tienen un lugar los que no tienen trabajo, y los que, trabajando, no llegan ni tan siquiera
a mitad de mes.
Caben
el diálogo y el entendimiento a todos los niveles, olvidados por el desuso, que
ya nadie dice eso de que hablando se
entiende la gente. Cabemos todos, porque las personas tienen, tenemos, que ser
lo primero. Las palabras deben sustituir al tintineo de las monedas; los corazones deben volver a ocupar el lugar
que les han usurpado las carteras, y los abrazos y los besos, a los emoticonos
uniformes y monótonos. La risa debe sonar a castañuelas, no ser un monigote con
la boca abierta. Y el llanto, sano y liberador a veces, no puede quedar reducido a otro muñeco con ojos chorreantes.
No
voy a hacer balance, por no acabar el año en rojo, en el peor color que se
puede acabar cuando has perdido para siempre un ser querido y no te bastan del
todo los recuerdos, al menos de momento, para llenar el hueco de la ausencia.
Con
el puntapié en salva sea la parte al año que dejamos, al mundo convulso, al
incierto panorama político en todas partes, a la ruptura del contrato social,
tal y como lo concebíamos, mi único deseo es que todos creamos que un año mejor
es posible. Y que luchemos por conseguirlo. Por salir del tiempo circular de
Macondo y evitar la maldición de otros cien años de soledad.
Feliz
y Próspero Año Nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario