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miércoles, 12 de diciembre de 2018

Desde Macondo. LA "FLORECILLA" DEL TAJO

El Tajo tenía “una florecilla”, como se dice por aquí. Las lluvias de las últimas semanas, y el cierre del grifo del trasvase en el último mes, le habían dado un pelín de color y alegría.  Hasta había, o me parecía a mí, más aves en sus islas y más movimiento en sus aguas.  Había rejuvenecido un tanto, con la expectativa, como nosotros, pobres ilusos, de que esto fuera el principio de algo, de la recuperación  después de un largo periodo de enfermedad.
          Pensábamos que estábamos saliendo del coma, y que, como en el olmo viejo del poema Machado, un minúsculo retoño anunciaba el principio de una nueva primavera. Pero más allá de la poesía, la prosa infame y oficial del BOE nos trae un nuevo trasvase. Para ya. Sin tiempo a que casi nadie, aunque tengamos el río frente a la puerta de casa, hayamos podido advertir mínimas señales de vida. Que ya pienso si habré soñado lo de las aves, los peces y la alegría.
          No hay respiro para el Tajo, y está visto que no lo habrá, esté quien esté en las alturas, en la toma de decisiones sobre la vida y la muerte de nuestro río. El “trasvase cero” para regadíos de noviembre ha hecho posible que el nivel 3 de Entrepeñas y Buendía pase al nivel 2 y, con la Ley en la mano, se puede trasvasar más cantidad.
          La ley decide que vivan los frutos de la tierra murciana y que muera el largo curso del río; que crezcan frondosas las verduras y las frutas y, a cientos de kilómetros, sólo veamos malas hierbas colonizando lo que antes ocupaba el agua. La ley mira los embalses, vigilando cada gota que cae para enviarla de viaje rápidamente por la tubería del trasvase. Para que no pueda llegar al río.  Que sigue muriendo.
          Recuerdo que hace unos meses, un tribunal de India declaró los ríos sagrados Ganges y Yamuna “entidades vivientes”, con el ánimo de que esta declaración ayudará a protegerlos ríos, ya que a partir de ese momento, cuentan con todos los derechos constitucionales y reglamentarios de los seres humanos, incluido el derecho a la vida.
          Puede que no sirva para nada, pero sería un detalle con nuestra “entidad moribunda”, que está pidiendo a gritos una declaración de amor, tres palabras que la salve de la agonía y la desaparición irreversible. Hablo del Tajo, y las palabras son, obviamente, Fin del Trasvase.
          Por el momento, el río no tiene derecho a la vida. No la tienen los peces, ni los juncos, ni los patos, ni las aves que anidan en sus islas o las que lo sobrevuelan para buscarse el sustento. Ellos, como nosotros, están condenados a convivir con el cieno, el lodo, las espumas malolientes y las malas hierbas.
          No sé si aún estamos a tiempo de conseguir que el Tajo sea considerado una entidad viviente, un ser lleno de fuerza y juventud, viendo al anciano decrépito y ausente en que lo han convertido. Nada que ver con lo que cantaba Garcilaso, “Corrientes aguas, puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas…”, cuando el Tajo era poesía.
           Hoy es mezcla de lodo con burla y tristeza, porque una vez más han decidido saciar la sed de otros  a costa de lo que sea. De matar el río, también.

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