Recordar
viene del latín re-cordis, volver a pasar por el
corazón. Y viene esto a cuento de la festividad que hoy celebramos, más allá de
cómo lo haga cada cual, de las connotaciones religiosas o no que le queramos dar,
e incluso, de los que han decidido sustituirla por el muy anglosajón halloween.
Hay un “día de…” para todo, y faltaría
más que no lo hubiera para los recuerdos, para volver a pasar por el corazón a
todos los que dejaron huella en él y que siguen ahí, esperando su momento.
Nunca me ha gustado visitar el
cementerio en estas fechas, ni asistir al espectáculo de flores y cirios, a la
romería sin merienda ni música que se repite en cualquier lugar de casi todos
los países para honrar a los muertos. Tal vez es porque no creo que ninguno de
mis seres queridos que ya no están se encuentren ahí, bajo la piedra.
Soy de pueblo. De uno de esos pueblos en
que los cementerios cobran vida cuando se acercan estas fechas, con docenas de
personas, mujeres casi siempre, afanándose en sacar brillo a las lápidas, en
quitar las malas hierbas, lavar los floreros y limpiar con mimo las letras,
doradas o negras, que indican el nombre de sus deudos, con una fecha y una
cruz.
Yo no necesito un día para recordar,
para volver a pasarlos por mi corazón, porque tienen espacio propio en él, y
los visito y me visitan en mil ocasiones. Mientras leo, cuando hago la comida,
cuando paseo, en las noches de insomnio, en los momentos tristes y en las
alegrías, cuando dudo y cuando tengo certezas, cuando pregunto y cuando no
busco respuestas.
Los cementerios son, tal vez, para los
que no entienden la etimología del término “recordar” y necesitan el olor a
crisantemo y cera para despertar el corazón. Para escenificar el recuerdo.
Y todo esto, por supuesto, respetando a
quienes sienten profundamente que deben estar ahí cada mes de noviembre. Y
limpiar amorosamente la tumba, y colocar encima las flores más lucidas. Sin
olvidar, por supuesto, a cuantos siguen buscando a sus seres queridos en
cunetas y fosas comunes, y piensan que, por justicia, tienen derecho a tener
espacio propio al que, quienes así
quieran recordarlos, puedan llevar su ofrenda de amor y recuerdos.
El gitano Melquiades volvió de entre los
muertos porque se sentía muy solo, no soportaba la soledad de la muerte. Tal
vez nadie en Macondo sabía interpretar el verbo recordar.
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