Hace mucho tiempo, cuando pasaban cosas con letra, y no sólo con número, tuve ocasión de disfrutar del espectáculo de la berrea del ciervo. Nunca antes había visto algo igual. Ni oído. El lamento de los animales y el sobrecogedor ruido de los cuernos chocando en peleas casi siempre incruentas, pero impactantes.
Como urbanita que soy, me mantenía a una distancia prudente de los imponentes bichos, por si algo de su furia me salpicaba. Son animales esquivos y solitarios (Bambi es sólo de película), y no suelen permitir que se acerquen extraños. Pero ellos estaban a lo suyo.
Mi ignorancia del mecanismo hormonal de los cérvidos se puso de manifiesto cuando el guarda de la finca me dijo eso de "no se preocupe, no la ven. Ellos están a lo suyo". Y lo suyo, por supuesto, era perpetuar su especie, conseguir el mayor número de cópulas, luchar por su territorio y asegurarse el futuro.
Dirá quien se entretenga en leer estas disquisiciones que a ustedes qué les importa la vida sexual de los venados. Y tienen razón. Tampoco a mi me importa demasiado, si no fuera porque la imagen de los ciervos berreando, y la sentencia del guarda han vuelto a mi memoria por un episodio de la actualidad.
25-S. Rodea el Congreso. Miles de personas rodeándolo, como pedía la convocatoria. Y dentro, los señores diputados en su mundo, en sus comisiones y votando no sé qué. A lo suyo. Como los ciervos.
Vi en una televisión (la de todos, por supuesto), varios planos de los padres de la patria en sus escaños, ajenos y ausentes al griterío de fuera, que ya se habían encargado otros de poner una distancia más que prudencial para que sus Señorías no escucharan, no se distrajeran de su crucial labor.
Y me acordé de los ciervos, mire usted por donde. Los vi impasibles, concentrados en sus luchas internas, en la defensa de su estirpe, marcando su territorio, embistiendo al de enfrente con impactante choque de cuernas. Y líbreme el cielo con comparar a los señores diputados con cualquier parte de la anatomía de los ciervos. O de decir eso de que todos son iguales, porque no es verdad.
Pero es una sensación mayoritaria. Y justificada. Cuando el paro aumenta por segundos, a la misma velocidad que el hambre y la desesperación, cuando el futuro, entendido como progreso, se ha caído del diccionario, y el miedo campa por sus respetos, llama la atención ver a los políticos enzarzarse en discusiones por el nacionalismo, la deuda, los bancos, los rescates y hasta los supuestos golpes de Estado.
Como los ciervos en la berrea. Tan dominados por sus hormonas que no ven nada más, aunque hagan tanto bulto como yo (entonces hacía menos, que todo ha cambiado a peor).
Y una echa de menos un hombre de campo que le explique qué está pasando.
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