No he cambiado Macondo por este
paradisiaco lugar. Aunque ambos compartan la magia y el Caribe. Sigo aquí y,
por desgracia, sigo escuchando estupideces que me enervan, me indignan y me provocan la idea de enviar a
unos cuantos allí, a Isla Mujeres,
al lugar dedicado a la Diosa de
la Luna y a sus ofrendas con formas femeninas,
que los españoles, en plenos afanes descubridores, confundieron con un
reducto sólo para hembras.
Seguro que allí encontrarían
mujeres violables, como las leyes, o
ladinas y engatusadoras, como los regadíos con los que nos ha comparado nada
menos que un ministro. Qué honor. Vamos,
que a alguno no les parece suficiente el retroceso que está sufriendo la
sociedad española. Es poco, son pocos años. Mejor remontarnos al
Descubrimiento, a esa época en la que en España no se ponía el sol y las
mujeres esperaban pacientemente a los hombres, aunque su ausencia se prolongara
varios lustros.
Por tremendo, es irreal. Por
dramático, suena a chiste, aunque maldita la gracia que tiene. No es de recibo que dos altos representantes
del Gobierno, y en una sola semana,
hayan bromeado en público sobre la condición femenina. Y no me digan que
es una anécdota o que se están sacando las cosas de quicio. O que se trata
simplemente de incontinencia verbal de quienes no tienen nada inteligente que
decir.
¿Qué ha vivido esta gente? ¿Qué
ha leído? Desde la primera vez que tuve en mis manos Cien Años de Soledad me
atraparon sus mujeres. Úrsula, que
dirige con mano de hierro a siete
generaciones de Buendías; la exuberante
Petra , a cuyo paso los animales se reproducían por millares, Fernanda del
Carpio ocupada en tareas religiosas;
santa Sofía de la Piedad, con el don de
no existir salvo en el momento preciso;
la lánguida jovencita prostituta, y su abuela desalmada amasando una fortuna
con su nieta. Hastiadas de sexo o
inmaculadas; trabajadoras incansables o criadas entre algodones; autoritarias o
sumisas. Felices o desgraciadas.
Acompañadas a todas horas o eternamente solas.
Mujeres. Tan altas, bajas,
rubias, gordas o flacas, listas o simples, madres o no, trabajadoras o
desempleadas, serias o alegres. Como cualquier hombre. Como cualquier persona.
Y tan poderosas como para callar a cualquier imbécil que, en su afán de demostrar
que es el macho alfa nos quiera
retrotraer a tiempos lejanos.
¿Qué digo la conquista de
América? Más bien estoy pensando en los tebeos de Hug El Troglodita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario