La arena que amenaza con engullir las enseñanzas clásicas en la enésima reforma de las leyes de Educación, ha sido fiel guardiana de todas las civilizaciones que nos han hecho como somos; de los templos, de las casas, de los libros o las pirámides, de cosos romanos y estadios griegos. De las vidas que nos precedieron y que nos enriquecen. De la Historia de la Humanidad con sus luces y sus sombras, sus personajes reales y sus mitos; de sus hombres y sus dioses y de la gente corriente, que pasó como pudo la vida que le tocó vivir.
Leyendo la prensa, inagotable fuente de malas noticias, me ha venido a la cabeza el mito de Prometeo, no el titan o el semidios, sino el representante de todos los hombres de su tiempo, condenado a pasar sus días atado a una roca mientras un águila le devoraba las entrañas.
Prometeo robó el fuego del Olimpo para que los hombres se calentaran, y eso enfureció a los dioses. No todos podían ser iguales. Hasta ahí podíamos llegar.
Día tras día el águila desgarraba el hígado del héroe que, como parte del suplicio, nunca moría. Volvía a crecer para volver a ser devorado. Y supongo que, en algún momento, Prometeo tuvo la certeza de que el martirio no acabaría nunca. Que eso era, en adelante, su vida.
Encadenados al mundo que nos ha tocado vivir, cada día amanecemos con la esperanza de que esto no puede ir a peor, que tiene que acabar de una u otra forma, bien porque se cierre la herida o porque las entrañas no vuelvan a crecer y hasta aquí hemos llegado.
Pero qué va. Ayer, una nueva cifra de pobres, y una fecha imposible facilitada graciosamente por el Fondo Monetario Internacional; o una dramática historia de desahucios servida por la tele con todos los condimentos, o el dato del IPC que las radios repiten con la monotonía de los boletines horarios, y las cifras de paro, y los inabarcables números del rescate-secuestro bancario, y los trescientos millones que necesita Cáritas para dar de comer a los necesitados, y el porcentaje de niños al borde de la desnutrición y...
El águila no sólo pica. Arranca con sus garras todo destello de esperanza. Come y se marcha con la promesa de volver mañana a seguir comiendo porque nunca está satisfecha y porque esa es la misión que le han encomendado los dioses.
Nosotros, como Prometeo encadenado, seguimos esperando la flecha de Hércules que acabe con el águila y con el tormento.
Pero los titanes no existen. Son cosas de la mitología, de esa cultura clásica que también acabará enterrada en la arena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario